ANIVERSARIO

La locura de amor de Jean Seberg

Esta es la Jean Seberg que combina la imagen de chica rebelde y desamparada.
La locura de amor de Jean Seberg
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Jean Seberg irrumpió en Hollywood como una aparición. Encarnó a una actriz compleja, perturbada, de una irresistible fotogenia. Fue Otto Preminger quien la rescató de la Universidad de Iowa a los 17 años: la seleccionó entre 3.000 candidatas (en algunos lugares se habla de 18.000) para dar vida a su ‘Juana de Arco’, aquella mujer soldado, ardiente y virginal, que sería condenada a la hoguera.


Poco después, cuando la joven hija de un droguero y una de una maestra iba a olvidarse del cine para siempre, Preminger la tentó de nuevo para que encarnase a Cecille en ‘Buenos días, tristeza’, la película de la novela de Françoise Sagan; ese papel, en un principio, iba a interpretarlo Audrey Hepburn. El éxito fue más bien modesto, pero muchos de los integrantes de la ‘nouvelle vague’ se habían quedado con aquel rostro, con aquella rebeldía, con aquel aspecto de ‘Lolita’ que podía ser angelical y demoníaca a un tiempo, seductora, ingenua, dulce y perversa.


Un nuevo tipo de mujer


En 1959, Jean-Luc Godard la contrató para ‘El final de la escapada’, donde encarnaba a una joven norteamericana que se relacionaba con un muchacho marginal tan atractivo como Jean Paul Belmondo. Jean Seberg creó ahí un nuevo tipo de mujer, menuda, bellísima, desinhibida, una mujer moderna en el vestuario e incluso en su inmoralidad.


Ahí empezó a fraguarse el mito Jean Seberg, que se inclinaría más por Europa que por Estados Unidos, aunque en 1964 realizó una película un tanto premonitoria y oscura: ‘Lilith’, de Robert Rossen, donde era una mujer torturada que se deslizaba hacia la ninfomanía y la esquizofrenia. Para entonces ya había tenido numerosos compañeros e incluso un primer marido, el abogado y vividor François Mareuil, y ya se había casado con el escritor armenio y cónsul Romain Gary, que también triunfó con su seudónimo literario: Emile Ajar. Siempre se ha dicho que había sido el hombre que más la había querido en su vida y que padeció su difícil y turbia personalidad. Tuvieron un hijo en 1963, Alexandre Diego Gary, pero pronto empezó el río de traiciones e infidelidades de ella.


Jean Seberg tuvo amores con el escritor mexicano Carlos Fuentes, que le dedicó la novela ‘Diana o la solitaria cazadora’ (Alfaguara, 1994), donde ella es una mujer desequilibrada y fascinante que coquetea con el sexo, con las drogas y con la vida peligrosa; se relacionó con Clint Eastwood durante el rodaje de ‘La leyenda de la ciudad sin nombre’, de Joshua Logan. Fuentes ha dicho que entonces compartían un apartamento y que Jean pegó un póster de Eastwood de ‘La muerte tenía un precio’. A raíz de esta relación, Gary ofreció una rueda de prensa, según ha recordado el hijo de ambos, para anunciar su separación.


En ese instante, en ese laberinto de relaciones tumultuosas en las que parecía moverse, Seberg ya había sido acusada de espía por el FBI, y era perseguida por sus contactos con el movimiento de ‘Los Panteras Negras’. Diego Gary, que vive ahora en Barcelona, donde regenta un café literario, ha dicho con crudeza y sentido de la desmitificación que odiaba de niño al líder Ahmed Kamel "porque pensaba que monopolizaba la atención de mi madre. Ella fue manipulada por los Panteras Negras, que le sacaron dinero para su causa. Ella les permitió que explotaran su sentimiento de culpa por ser una estrella de cine blanca y luterana del empobrecido Medio Oeste. Los Panteras Negras tenían más de delincuentes y chulos que de apóstoles de la libertad y de la igualdad para la gente de color".


Al parecer, el propio Hoover, jefe del FBI, ordenó que la espiasen, entre otras cosas porque ella se quedó embarazada y se pensaba que era de uno de los líderes del movimiento. Dio luz a una niña que murió a los dos días. Hoover era un perfecto hipócrita: persiguió a los comunistas y a los homosexuales, y él vivía una relación con un hombre y solía vestirse de mujer.


Entre los excesos y la locura



Jean Seberg ya se había inclinado hacia la locura y los excesos. Se acostaba con desconocidos (se casó al final de su vida con el gigoló Ahmed Asní, que le pegó brutales palizas), era capaz de pasear desnuda por los hoteles, etc. En 1973, Juan Antonio Bardem la llamó para una película, ‘La corrupción de Chris Miller’, donde haría el papel de madre de Marisol. Conoció al realizador español Ricardo Franco, con quien vivió una gran pasión. Se veían en Nueva York, en Los Ángeles, en París, en Madrid. Ella continuaba con sus amores contingentes. Ricardo Franco le dedicó ‘Lágrimas negras’, una película que hubo de concluir el aragonés Fernando Bauluz. Dicen que se intentó suicidar seis o siete veces; en la penúltima se arrojó al tren en Montparnasse, pero la salvaron los viajeros.


El 8 de septiembre de 1979, hace ahora 30 años, apareció muerta de sobredosis en un Renault. Carlos Fuentes dice que estaba envuelta en el poncho que él le había regalado. Romain Gary se suicidaría en 1980 con una pistola. Ahora, el hijo de ambos, Alexandre Diego Gary, ha reaparecido para recordar que no fue asesinada por el FBI, pero que esa persecución la alteró mucho más. Ella era, en el fondo, una mujer vulnerable, hambrienta de vida y de deseo, que sucumbió al arrebato del amor y la locura.