HASTA EL 14 DE MARZO

La apasionante vida del diplomático Enrique de Otal, eje de una exposición en el Paraninfo

El aventurero oscense recorrió el mundo en la segunda mitad del siglo XIX y se suicidó en Egipto en 1895.

"No hay nada más melancólico que un coleccionista". Miguel Luque, profesor de Historia Moderna de la Complutense, mechaba ayer esta frase en su disertación sobre el diplomático oscense Enrique de Otal y Ric, cuya vida queda glosada en la exposición que albergará el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza hasta el próximo 14 de marzo. Luque comisaria una muestra que se sirve de 150 piezas de singular valor para construir las vivencias, viajes, sinsabores y oropeles de una vida breve (51 años, en la segunda mitad del XIX) e intensa hasta decir basta.

 

Luque, que contó en su equipo con expertos en arte oriental de la Universidad de Zaragoza, ha creado un doble ambiente en la muestra. La primera sala, presidida por un ambiente íntimo e iluminación tenue, se circunscribe a la vida del diplomático en su casa natal de Fonz (el palacio de los Barones de Valdeolivos) y sus años universitarios. Allí se muestran también vestigios de su linaje (con el escudo de armas de los Valdeolivos y el reconocimiento gráfico de su baronía, que data del reinado de Carlos III) y el intento fallido de entrar en las Cortes españolas como representante de Barbastro, junto a los azares de su breve matrimonio: su esposa enfermó en el viaje de novios en Atenas, y falleció en Zaragoza poco después de su regreso.

 

De esta etapa brillan en la muestra los retratos de los sucesivos barones de Valdeolivos: en especial, el que le hiciera Bayeu al tercero de la saga. Asimismo, hay profusión de fotografías, algunos dibujos de Otal -el diplomático tenía buen pulso y notable trazo- y un valiosísimo billete de 100 dólares: pertenece a la última emisión hecha antes de la guerra de Secesión estadounidense, y data de 1864.

La vuelta al mundo

De ahí en adelante, la muestra se convierte en una ampliación matizada del sueño que Julio Verne trasladó a la figura de Phileas Fogg. Otal entra a la carrera diplomática y llega a sumar veinte estancias por el mundo, de distinto calado y diversa duración. Luque, que evidentemente aúna su preparación académica con una visión apasionada de su trabajo, recorría ayer las estancias de la muestra con un adjetivo siempre a mano: "excepcional". La cantidad de objetos de valor mensurable en la muestra es alta, pero hay tanto o más de carga emotiva y romántica.

 

Así, el trasiego por las salas del Paraninfo lleva al visitante de China a Turquía, Argentina, Grecia, Países Bajos o Egipto, lugares en los que Otal hizo base, además de tocar puerto en muchos otros. Honduras, El Salvador y Estados Unidos son algunos de ellos.

 

La fase oriental cuenta con atención extra, desde la porcelana a los sellos, las condecoraciones recibidas o los dos cuadros de miembros de la Corte Imperial, exhibidos en perspectiva al fondo de un pasillo porticado a la usanza de un palacio chino. Entre la porcelana también hay aportes japoneses: la dependencia nipona se complementa con quimonos, zapatos y abanicos. Da paso a las armas indonesias y malayas (especialmente, un kriss digno de Mompracem y Sandokán) o los recuerdos argentinos, entre los que destaca un fantástico cuenco de mate. Las vistas fotográficas del Partenón y El Pireo a finales de XIX ilustran la estancia griega, mientras que de la breve fase egipcia brillan las fotografías y la muestra del sudario de la momia de Isis, la hija del emperador Ramsés II.

 

El Cairo fue el final del viaje para Otal, que se bajó de su propio tren en un final trágico y autoinfligido, enmascarado como un acceso de locura transitoria para que pudiera reposar en terreno sagrado. Fue el 19 de enero de 1895. Exactamente 115 años después, Zaragoza le recuerda.