HISTORIA

El primer coche construido en Zaragoza

En 1927 un mecánico aragonés fabricó con sus manos un prototipo de automóvil único en su género. Su invento cayó en el olvido.

Lorenzo Gradé, junto al prototipo de su automóvil.
El primer coche construido en Zaragoza
FAMILIA GRADé

Lorenzo Gradé no tuvo hijos, y por eso su gran pasión fueron sus sobrinos... Bueno, y los automóviles. Cuando uno de sus sobrinos tuvo la edad adecuada, le compró un 'dos caballos' de segunda mano. Abrió el capó y se quedó boquiabierto: "Esto está lleno de cables -dijo-, no tiene nada que ver con lo mío". Y es que Lorenzo Gradé, aunque no sea citado en casi ningún manual de historia del automóvil, fue un pionero, un inventor que, con tesón e imaginación, se adelantó a su época. El 4 de junio de 1927 HERALDO informaba de que Gradé había sido el primero en construir un coche en Zaragoza. Pero el mecánico aragonés fue mucho más: dicen que fue el primero en crear un motor de seis cilindros en España. Si de sus inventos no se ha oído más, ha sido por mala suerte. Y por olvido.


La biografía de Lorenzo Gradé Castillo, como la de tantos otros aragoneses, es apasionante. Nació en Zaragoza en 1896, en el seno de una familia en la que el amor se impuso a la desigualdad social. Su padre, Carlos, originario de Ayerbe, era un maestro de escuela errante (está enterrado en Uncastillo, donde acabó sus días de profesor). Su madre, Pilar, provenía de una familia burguesa. Los Castillo tenían varios negocios, entre ellos una fábrica de tejidos, y nunca vieron con buenos ojos aquel matrimonio, hasta el punto de que desheredaron a la pareja. Carlos y Pilar se vieron obligados a vivir del sueldo de maestro rural y tuvieron que hacer malabarismos según iban llegando los hijos. Hasta siete. Lorenzo fue el mayor, pero les sobrevivió a todos. "Una cosa que recuerdo de él era su actitud ante la muerte -evoca ahora su sobrino Ramón Gradé, que compartió muchos días con él-. Cuando salíamos del cementerio después de enterrar a alguno de sus hermanos siempre decía: 'Con este ya hemos cumplido, vamos a por otro".


La odisea de patentarlo

Y la anécdota le define perfectamente. Alto y bien plantado, Lorenzo Gradé era una fuerza de la naturaleza y tenía un humor chusco, chispeante. Fue un niño inquieto, travieso, que no se podía estar quieto. Pero muy pronto dio muestras de tener una inteligencia casi sobrenatural para todo lo relacionado con la mecánica. Le fascinaba el automóvil, ese invento que se asomaba cada vez con más fuerza en las calles de las ciudades. Para aliviar un poco la situación en casa, empezó a trabajar como aprendiz en un taller. Y aquello le llevó a estudiar, pero lo que verdaderamente le interesaba: química, fundición, motores de explosión... Muy pronto todo aquello no tuvo secretos para él. Y, claro, pensó en que había formas de mejorar lo que ya existía.


En el 27 inventó 'su' automóvil y la noticia se comentó en todo Aragón. La familia conserva de aquello una anécdota gloriosa: "No tenía dinero para carrozar el coche -relata su sobrino-, así que, cuando decidió llevarlo a Madrid para patentarlo, ató una silla de anea al chasis, se sentó encima y lo condujo él mismo desde Zaragoza hasta el Ministerio de Industria en Madrid. El prototipo se perdió durante la Guerra Civil. Nunca más se supo de él, y tampoco, al parecer, se culminó nunca el proceso de patente. De ser así, seguramente la vida de Lorenzo hubiese sido muy distinta. Y es que su motor tenía un gran rendimiento porque los cilindros eran muy pequeños".


Lorenzo acabó colocándose en unos talleres en Madrid. De allí, con ayuda familiar, acabó emancipándose para crear un pequeño negocio familiar, que reparaba coches construyendo las piezas necesarias.


Aunque siempre andaba entre motores y lleno de grasa, Lorenzo tenía una gran apariencia física, era muy educado y cortés y, también, era muy de derechas. Enseguida conectó con algunas destacadas familias de la burguesía madrileña. Eso le llevó a conocer a la que sería su mujer, Pilar Gaya, que le introdujo en la 'alta sociedad'. El matrimonio no tuvo hijos, Pilar enfermó de cáncer y falleció. Lorenzo entró en una espiral autodestructiva. Llegaron las fiestas, las juergas... Cerró el taller y abrió una fábrica de piezas de motor en Canillejas. Para dar el salto tuvo que hipotecarlo todo. Pero seguía con la vida nocturna...


A mediados de los 60 se arruinó. Lo perdió todo. Él y sus hermanos se vieron de repente en la calle y sin nada, hasta el punto de que tuvieron que esconder los muebles de casa en las viviendas de los vecinos para que no se los llevaran. Y su coche, un Citröen 11, acabó abandonado en la calle hasta que la grúa municipal se lo llevó al desguace.


"Lorenzo se puso entonces a trabajar en el negocio de un amigo que tenía la misma actividad -relata su sobrino-. Como no quiso nunca cotizar a la Seguridad Social, cuando su amigo quitó el negocio (él ya tenía entonces más de 70 años) se vio obligado a seguir trabajando. Y entró como conserje en un colegio. Por entonces mi madre le obligaba a entregarle la totalidad de la nómina, que ella le guardaba en un sobre. Cuando necesitaba dinero él se lo pedía, ella se lo daba y apuntaba religiosamente cada entrada y cada salida".


Se jubiló a los 85 años

Tras el batacazo se centró. Siguió siendo un apasionado de la mecánica, un hombre vital, expansivo, fuerte, que encandiló a los más pequeños de su familia porque siempre estaba dispuesto a entregarles su tiempo, y más si era para explicarles los secretos del motor de explosión. Se acabó jubilando en 1981, con 85 años, y falleció al año siguiente de un cáncer fulminante de pulmón, dejando gratísimos recuerdos a sus sobrinos y sobrinos nietos. Y también les dejó un puñado de consejos. Alguno ciertamente curioso. "Para curar una resaca, Ramón -le decía a su sobrino-, nada mejor que pollo asado y champán".