Muere el artista catalán

Tàpies, el pintor que reinventó la materia

Antoni Tàpies
Un genio del siglo XX_7
AGENCIAS

Con Antonio Tàpies (1923-2012) sucede lo mismo que con Luis Buñuel: son dos genios, han transformado el arte y el cine, pero no son artistas populares. Resultan incómodos y no siempre es fácil seguirlos. Son rebeldes, cuestionan el tiempo que les toca vivir. Tápies, que acaba de fallecer a los 88 años, fue un pintor autodidacta: inicialmente, bajo el influjo de Miró, Picasso y Dalí, se acercó al surrealismo, participó en la fundación de 'Dau al Set', ese grupo que desarrolló la abstracción (que tuvo en Zaragoza un centro germinal con el grupo 'Pórtico'), y poco a poco, creó un estilo propio, una pintura de materiales pobres, de arrebato y libertad, una pintura muy personal que era expresionista y espiritual, y claramente simbólica.


Antoni Tàpies fue un poeta de las formas más imprevisibles, un pintor de texturas y de caligrafías, de números y de colores terrosos, grises y oscuros, fue un escultor capaz de darle una nueva dimensión a los objetos como el calcetín o la cruz. Y fue un escritor que pensaba, un pensador que pintaba, un amanuense de taller que se planteaba interrogantes y que nos proponía preguntas todo el rato. Fue el pintor del silencio, de la concentración, el pintor de la especulación formal y quizá un artista obstinado de arenales, de cráteres lunares, de sombras telúricas. Y de aliento místico; en cierto modo, estaba en la línea de autores como Santa Teresa, San Juan de la Cruz, José Ángel Valente o José Miguel Ullán, poetas de la trascendencia y la depuración, que, de diferentes modos, están en su obra.


No fue un pintor popular. No fue Sorolla, ni Antonio López, ni siquiera Eduardo Arroyo. Fue otro tipo de artista: austero e intenso. Un explorador de signos. Un arcángel de desafíos que se sintió habitante de un doble país: el Arte y Cataluña. Un pintor en revolución íntima y en evolución permanente. Un pintor que abría caminos: hallaba la energía de un muro en las dentelladas del tiempo, desataba la conmoción de los barnices, la dimensión alegórica sus motivos humildes y, a su modo, se sentía un hermano de pigmentos y de imaginación de Paul Klee, de Morandi, de Jackson Pollock o de Francisco de Goya, claro, tan presente en sus cuadros: el aragonés fecundó su pensamiento con lucidez, dolor y el fuego de la emoción.