LA RECOMENDACIÓN

El periodista indignado Rodolfo Walsh

?El violento oficio de escribir? (451 editores) recoge más de 500 páginas de artículos, reportajes, crónicas, notas y series del escritor y reportero argentino, ejecutado en 1977 por la dictadura del general Videla.

Portada de 'El oficio violento de escribir'
El periodista indignado Rodolfo Walsh

Rodolfo Walsh (Lamarque, Río Negro, 1927 -Buenos Aires, 1977) escribió en un texto autobiográfico: «En 1964 decidí que, de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía». Seguidor de Ernest Hemingway, Walsh fue uno de los precursores del ‘Nuevo Periodismo’, precedió a Truman Capote y su novela ‘A sangre fría’, con el texto ‘Operación masacre’, que publicó en ‘1958’ y que fue uno de sus primeros reportajes que pasarían a libro; los otros dos fueron ‘¿Quién mató a Rosendo’ (1969) y ‘Caso Satanowsky’ (1973), que investigaban algunos crímenes siniestros del peronismo y del estado.


Rodolfo Walsh era un ciudadano muy complejo: fue un periodista con una gran intuición y una gran curiosidad, capaz de internarse en la selva o en los lugares más remotos de los núcleos rurales, capaz de viajar a poblados fantasmales, de contar el funcionamiento de las centrales térmicas. Fue fundador de agencias de noticias como ANCLA (Agencia Clandestina de Noticias) y Cadena Informativa, fue escritor de cuentos (que publicó el sello Veintisiete letras) y novelas policíacas, redactó algunas obras teatrales, y fue además un ciudadano político que militó en organizaciones políticas, entre ellas los Montoneros, aunque poco a poco fue entrando en colisión.


Directo, valiente, desafiante, en los últimos años de su vida, Rodolfo Walsh llevaba pistola al cinto; en 1977 fue atrapado en una emboscada y asesinado por una tormenta de disparos. Instantes antes había mandado a algunos de sus amigos la ‘Carta abierta de RodolfoWalsh a la Junta Militar’, que empieza así: «La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligaron a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi treinta años». Y luego, con paciencia y con datos, implacablemente denuncia ese gobierno «ilegítimo en origen» que ha producido «quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de este terror». Un texto demoledor.


Estos días, el sello 451 -cuya dirección comparte Samuel Alonso Omeñaca, tan vinculado con Aragón- publica el libro ‘El violento oficio de escribir’ del periodista argentino donde se recogen, a lo largo de más de 500 páginas, reportajes, informes, notas, crónicas de viajes, textos políticos y algunas entrevistas de este reportero que adoptó la lucha armada como forma de resistencia contra la dictadura. El libro contiene fragmentos de sus libros más importantes de no ficción, uno de los mejores es ‘Yo también fui fusilado’; hay análisis políticos como ‘Veinte preguntas al presidente electo’ y ‘¡Aplausos, teniente coronel!’. Se incluyen auténticas obras maestras del periodismo, en el que introducía elementos de ficción, como el reportaje ‘La isla de los resucitados’, donde habla de los leprosos de la isla del Cerrito, un texto que rebosa humanidad, precisión y olfato, o ese ‘Viaje al fondo del Iberá’, que tiene algo de narración de Joseph Conrad en ‘El corazón de las tinieblas’.


Aficionado a los juegos de estrategia y al ajedrez, Rodolfo Walsh realiza un reportaje en ‘El país de Quiroga’, el escritor Horacio Quiroga, y conversa, a los treinta años de muerte, con las gentes que lo conocieron y soportaron sus rarezas y su inquietante laconismo, o habla del joven poeta de doce años Gabriel Peluffo Linari en ‘Un niño secreto que no se dirá’. Otros descubrimientos del libro, que ha preparado con mucho mimo Daniel Link –contó con la colaboración de su hija Patricia Walsh-, son las espléndidas crónicas sobre la vida rural, sobre los desheredados. Pienso en textos como ‘San la Muerte’, ‘El expreso de la siesta’ o ‘Viaje al fondo de los fantasmas’. Como periodista político Walsh se zambullía en material inflamable, y ahí están sus reportajes sobre ‘La secta del gatillo alegre’ y ‘La secta de la picana’. Hay otro texto que es tan bonito como exhaustivo: ‘El fin de los dirigibles’, donde la explosión del ‘Hindenburg’ le permite contar la historia de las aventuras, hermosas y dramáticas, de esas «aeronaves livianas».


Este es un libro fundamental de periodismo. No es posible estar siempre de acuerdo con Walsh. Se sintió muy próximo a Cuba, narra la renuncia del presidente Manuel Urrutia, se quedó admirado de los discursos del joven Fidel Castro, que ya en 1959 eran de tres y cuatro horas, y los califica de «fascinantes», evoca a Che Guevara en la hora de su muerte, y creyó que el nuevo régimen cubano iba a ser la semilla de una nueva forma de vida y de política en Latinoamérica.


Walsh fue un indignado constante y un periodista un tanto rabioso a fuerza de lucidez. ‘El violento oficio de escribir’ es una lección de vida, de compromiso y de escritura. Y, también, un libro muy oportuno.


Ficha:

‘El violento oficio de escribir’. Rodolfo Walsh. Prólogo de Ernesto Ekaizer. 451. Colección Documentos. Madrid, 2011. 556