MUSEO

El Pablo Serrano completa su metamorfosis y abrirá al público la segunda quincena de marzo

El remodelado edificio, obra de José Manuel Pérez Latorre, ha tenido un coste final de 28,5 millones de euros.

Museo Pablo Serrano
El Pablo Serrano completa su metamorfosis y abrirá al público la segunda quincena de marzo
ESTHER CASAS

No sabemos aún si su interior contendrá gusano o mariposa, pero al menos en lo que concierne al continente, el museo Pablo Serrano de Zaragoza ha completado ya su metamorfosis. El arquitecto José Manuel Pérez Latorre fue ayer el encargado de desvelar las formas de esta recién concluida obra, que ha costado 28,5 millones de euros y entre hormigón, hierro y cristal conserva los viejos muros de ladrillo del edificio de los antiguos talleres de oficios del Hospicio Pignatelli, que él mismo había adaptado para convertirlos en sede del museo.


Pérez Latorre ha capitaneado también esta segunda y magna remodelación, que ha aumentado a más de 9.000 los metros cuadrados construidos, con cuatro plantas que alcanzan en total 48 metros de altura y se complementan con un sótano para almacenes, talleres y servicios. Lo que más quebraderos de cabeza ha dado en los casi tres años que han durado las obras ha sido "asegurar la estructura frente al viento, porque las sobrecargas eran inmensas y hemos tenido que recalcularlo varias veces", detalló el arquitecto.


Explicó que la tremenda estructura que ahora se alza imponente sobre el paseo de María Agustín se asienta sobre cuatro pilares de hormigón de 2,2 metros de diámetro en su base, que soportan 1.900 toneladas. "Se ha hecho así para que las salas sean diáfanas. Para el museo era importante que las salas fueran polivalentes, por eso, cuanto menos elementos, mejor". Y a fe que ese objetivo queda cumplido, según se puede constatar a simple vista. Ya desde la entrada principal, situada en la esquina con Doctor Fleming, se accede a un amplio vestíbulo que comunica con la recepción del museo (dotada de consigna y mostrador de madera barnizada en amarillo) y da acceso independiente a la futura tienda, la cafetería, la biblioteca y un salón de actos con capacidad para 90 personas. Al fondo de la recepción, dos ascensores rápidos aptos para 12 personas cada uno. A su izquierda, la entrada a la sala de exposiciones temporales de la planta baja, que es el espacio que ocupaba anteriormente la sala principal del museo. A la derecha, se pasa a unas escaleras mecánicas por un vano del muro de ladrillo del edificio original (ahora tapizado por dentro con un mural azul obra del propio arquitecto).


La principal sala de exposiciones, que lleva el nombre de Pablo Serrano y albergará su obra, se despliega en tres niveles, entre las plantas primera y segunda. Gracias al acristalamiento de la fachada que da a María Agustín, la sala cuenta con luz natural en su zona escalonada y de una estupenda vista del paseo.


En la tercera planta hay una gran sala rectangular limpia de obstáculos, de 600 metros cuadrados, similar a otra de la cuarta planta, que gana otros 60 metros más, separados parcialmente por un lienzo de pared y también abiertos a la calle por una enorme cristalera que tienta a la curiosidad y da vértigo. Las salas, perfectamente diáfanas, están dotadas de discretos suelos grises de ligera baldosa italiana y muros blancos, además de una cuidada insonorización y climatización para aunar funcionalidad y comodidad para el visitante.


Pero lo que deja sin aliento es la terraza, un "mirador fantástico de la ciudad", en palabras de Pérez Latorre. Se sitúa sobre el techo de la biblioteca y permite "escapar" un poco del cerrado recinto museístico. Sobre su entarimado de pino tratado al óxido de cobre se yerguen varios lucernarios que enmarcan increíbles panorámicas hacia los cuatro puntos cardinales. Está pensada para disponer de una pequeña cafetería, aunque no por ahora, apuntó el arquitecto.


El revestimiento de los muros, de un material llamado Alpolic (fabricado en Japón por la empresa Mitsubishi Plastics), alterna el color negro (con un 85% de reflejo) y el turquesa (con un 15% de reflejo). Según Pérez Latorre, la elección de un negro capaz de reflejar el entorno favorece que "según cambia el día, cambie el edificio", devolviendo sea rojos y dorados al atardecer, sea tonos pálidos cuando el cielo y la luz acompañen.


El arquitecto comentó que con este nuevo edificio se introduce "un pequeño vocabulario contemporáneo" en el centro de la ciudad. Es, pues, un continente coherente con su contenido.