PATRIMONIO

El artesonado mudéjar que 'Ciudadano Kane' compró en Tarazona en 1930

Una techumbre mudéjar de Tarazona que Hearst adquirió en 1930 y que se creía en paradero desconocido, se encuentra en una mansión privada de Monterrey, México. Podría proceder del palacio episcopal.

Salón de la casa de Márgara Garza. En el techo, el artesonado de Tarazona.
El artesonado que 'Ciudadano Kane' compró en Tarazona

A la altura de 1935, William Randolph Hearst ya sabía que el mundo, o al menos el que él había conocido, se estaba resquebrajando a sus pies. El 'crack' del 29 había causado graves heridas a sus finanzas, especialmente a sus periódicos, que además incluso habían coqueteado con las potencias totalitarias europeas. Dicen, quién sabe si será verdad, que pasó tantos apuros que incluso su esposa, la actriz Marion Davies, había tenido que vender algunas de sus joyas.


Pero el caso es que dentro del William Randolph Hearst financiero habitaba un caprichoso, un torbellino de ambición, un megalómano. Y no había nada que pudiera saciar su sed. En febrero de 1935 recibió una oferta y, pese a sus dificultades, no lo dudó un momento. 'Compro', dijo, basándose en las fotografías y dibujos que le habían enviado desde España.


Pagó 18.724 dólares de la época por algo que llevaba una sucinta etiqueta, 'Large mozarabe ceiling', y que no era otra cosa que un artesonado mudéjar que provenía de Tarazona. Hearst, 'The Chief', el Jefe, nunca llegó a verlo instalado en ninguna de sus mansiones. Muchos de los artesonados que compró dormían el sueño de los justos en almacenes, en las mismas cajas en que habían cruzado el Atlántico, esperando un museo que nunca llegó.


De hecho, acuciado por los problemas económicos, tuvo que vender el 'Large mozarabe ceiling' de Tarazona apenas siete años después. Por una miseria: 3.200 dólares. Desde entonces, principios de los años 40, hasta hoy, el destino de este artesonado se ha resumido siempre en dos palabras: 'Paradero desconocido'. Incluso José Miguel Merino de Cáceres, el máximo especialista sobre los fondos españoles de la colección Hearst, cuando ha escrito sobre él ha dicho una y otra vez lo mismo: 'Paradero desconocido'.


En una mansión de Monterrey


Pero el artesonado se encuentra cerca de Monterrey, en el estado mexicano de Nuevo León. Está impecable -fue objeto de una cuidadosa restauración- y cubre el techo del salón de la vivienda de Márgara Garza, la madre de Mauricio Fernández Garza, un empresario que desde hace año y medio es alcalde del municipio de San Pedro Garza García.


El empresario mexicano publicó hace un par de años un libro, 'La Milarca', en el que contaba el proceso de construcción de su vivienda, una mansión -casi trasunto del castillo de Hearst- llena de obras de arte irrepetibles. Y en un momento de su narración revela que en 1975 adquirió dos techumbres que estaban a la venta en Estados Unidos y que habían formado parte de la colección del magnate norteamericano. De una de ellas, entonces, se ignoraba la procedencia original (posteriormente se averiguó que estaba en Almagro); la otra venía etiquetada como 'Tarazona'.


«Lo compramos en 1975, a través de un anuncio que vimos en una revista de anticuarios -relata Mauricio Fernández en conversación telefónica desde el Ayuntamiento de San Pedro Garza García-. Un día, mi madre nos enseñó un ejemplar de la revista francesa 'Conocedores de arte', donde había un anuncio en el que se ofrecían en venta 'tres techos árabes' en Estados Unidos. Y compramos dos, uno, que lo definían como 'de par y nudillo', nos lo quedamos mi mujer y yo para nuestra casa. El otro (el de Tarazona) se lo quedó mi madre porque le gustó mucho».


Hay que decir que en ese lejano 1975 Mauricio y su esposa Norma rondaban los 25 años y su casa era tan solo un sueño juvenil, un dibujo en el aire. Ni tenían el terreno ni el proyecto arquitectónico. Pero no les dolieron prendas en emplear buena parte de sus ahorros (el empresario no revela la cantidad) en comprar 60 toneladas de madera. Porque en ese momento no eran otra cosa: ni siquiera tenían la seguridad de que los artesonados estuvieran completos y no faltaran piezas sustanciales.


«Es curioso. En el caso del techo de Almagro, estaba muy interesado en comprarlo un 'fabricante' de muebles antiguos -asegura Mauricio Fernández-. Es increíble que anden buscando madera antigua para hacer eso».


El traslado, una aventura


El transporte de los dos artesonados fue digno de una película de aventuras. Había que que llevarlos desde Raleigh, en Carolina del Norte, a Monterrey, en México. Antes de que Mauricio Fernández se hiciera cargo de los techos, que descansaban desde hacía décadas en los almacenes de la Raleigh Bonded Warehouse Inc, el gerente de la firma ya le puso al corriente de que la tarea no era fácil: había gastos de almacenaje pendientes de pagar antes de retirar las cajas y, lo peor, la ley ya no permitía transportar por ferrocarril objetos con más de 300 años de antigüedad. Todo eran problemas, con los sindicatos norteamericanos del transporte, con la aduana... hasta que al final Fernández contrató a un hombre, de apellido Correa, al que en su libro ha definido asegurando «que tenía gran habilidad para encontrar atajos de cuanto trámite se le pusiera enfrente». Y todo empezó a encontrar solución.


Había que mover 144 enormes cajas, 125 de ellas correspondientes al artesonado de Almagro, y 19 del de Tarazona. Para el traslado se contrataron doce enormes trailers, que hicieron el recorrido hasta Laredo, Texas, sin más inconveniente que el de ser detenidos, de tramo en tramo, por las patrullas de policía, asombradas por el volumen de lo transportado. En Laredo tuvo que descargarse toda la mercancía para pasarla, en las cantidades permitidas legalmente, a suelo mexicano. Una vez logrado esto, se volvieron a cargar los doce trailers, que las transportaron hasta la aduana del kilómetro 26, donde hubo que repetir la operación de carga y descarga. Para cada una de estas operaciones eran necesarios medios humanos especiales.


Pero, al final, acabaron en un almacén de una empresa familiar, Pigmentos y Óxidos de Monterrey. Allí estuvieron un tiempo, hasta que se construyeron las viviendas de Mauricio Fernández y de su madre. Pero, antes, hubo que resolver un viejo problema, el mismo que seguramente había desquiciado a Hearst en más de una ocasión: ni había un 'manual de instrucciones' para montar el rompecabezas que constituía cada techumbre, ni especialistas que supieran cómo acometer tarea tan delicada.


«El artesonado de Tarazona, a diferencia del de Almagro, venía muy bien empaquetado, muy estructurado -apunta Mauricio Fernández-. Las cajas habían estado casi 70 años sin abrir, porque llevaba almacenado desde que Hearst lo compró en 1930. Fue una de sus últimas adquisiciones. Estaba en bastante buen estado, aunque en muchos elementos de madera la pintura se había levantado y amenazaba con desprenderse».


Un origen confuso


La restauración fue confiada a Manuel Serrano Cabrera, que consolidó la pintura, restauró todos los elementos y volvió a montar la obra. Y el techo de Tarazona sigue hoy en el emplazamiento que se le dio, en la vivienda de Márgara Garza, de donde seguramente ya no volverá a salir.


Pero, ¿qué se conoce de la pieza en sí? ¿De qué edificio proviene? Quien más sabe de ella es José Miguel Merino de Cáceres, arquitecto, historiador y profesor de la Escuela de Arquitectura de Madrid. Merino buceó hace años en los archivos con documentación de Hearst, rastreando todo el patrimonio emigrado.


«Sobre las obras de arte y los elementos arquitectónicos que Hearst se llevó a América quedan todavía demasiados puntos oscuros -señala-. Aún hay muchísimas cosas que no se conocen, y es que falta mucha documentación. Por un lado, Hearst importaba las obras con bastante secretismo, incluso aludía a ellas con seudónimos y claves que borraban en parte su origen. Por otro lado, parece que la viuda de Byne, el hombre que buscaba obras de arte para el magnate en España, hizo desaparecer también toda la documentación que poseía. Es mucho lo que no sabemos».


En los archivos de Estados Unidos se mencionan tres artesonados procedentes de Tarazona. Según Mauricio Fernández, las dimensiones del que posee su madre son de 23,6 por 7 metros. Coinciden casi plenamente con un artesonado que, según los documentos, «procedía de un castillo en Tarazona» y tenía unas medidas de 23,10 por 6,90 metros.


Tiene que ser el mismo. Ahora bien, ¿dónde está ese castillo de Tarazona? «Aquí nunca ha habido castillo como tal -señala el estudioso e historiador turiasonense Javier Bona-. Lo que hubo fue la Zuda musulmana, que fue comprada en época cristiana para convertirla en palacio episcopal». Esa podría ser la procedencia del artesonado, pese a que las pinturas tienen una temática 'demasiado' profana para ese espacio. En cualquier caso, el estudio de los escudos que lo ornamentan puede dar más claves sobre la obra. Y quizá en algún archivo se conserve documentación.


Un acontecimiento cultural


Javier Bona descubrió la pista del destino de la techumbre porque se mencionaba de pasada en un reportaje de 'El Día de Ciudad Real' dedicado al artesonado de Almagro, compañero de aventuras y desventuras del turiasonense. Y aún no sale de su asombro. «La localización de la pieza, de la que solo se tenían referencias escasas y alguna fotografía en blanco y negro, y que se creía en paradero desconocido, es importantísima para Tarazona. Es un hecho cultural de primer orden, un acontecimiento. Cuando en los años 80 se refundó el Centro de Estudios Turiasonenses había cuatro cosas que nos intrigaban y de las que queríamos saber su origen o destino final: el cipotegato, la Escuela de Traductores, la coraza que Felipe II regaló a la ciudad y los artesonados que compró Hearst. Poco a poco hemos ido sabiendo más. En este caso concreto, las investigaciones de Merino de Cáceres han sido fundamentales».


Bona cree que hay que preparar un libro sobre la techumbre y fotografiar las tablas que tienen escenas pintadas. Y es que en ellas hay una representación de cómo era la vida cotidiana en el Aragón del siglo XV. Sigue en busca de datos que aporten nueva luz al pasado de ese patrimonio que 'emigró' a Norteamérica.


De las tres techumbres de Tarazona que compró Hearst, una está en la sala de billar de su casa de San Simeon y otra en Monterrey. Pero falta por localizar otro que figura en los papeles como 'Painted Mudejar Ceiling'. Quizás el tiempo acabe con este misterio.


Una pieza excepcional. Arriba, detalle del artesonado, en el que pueden verse escudos y animales mitológicos pintados. Sobre estas líneas, el friso con escenas de la vida cotidiana de un caballero.