HISTORIA

Así se rindió Zaragoza en 1809

Una ofrenda floral en la plaza del Portillo recordará hoy que se cumplen justamente 200 años de que se entregara Zaragoza. La capitulación fue, quizá, el episodio más duro de la historia de la ciudad

Zaragoza conmemora el 200 aniversario de la capitulación de la ciudad.
Así se rindió Zaragoza en 1809
JOSÉ MIGUEL MARCO

Hoy, día en que se cumplen doscientos años de la capitulación, la Asociación Los Sitios de Zaragoza ha organizado un pequeño acto conmemorativo. A las 11.45, en la plaza del Portillo, se realizó una ofrenda floral en el punto exacto donde los defensores de Zaragoza entregaron las armas. Participaron, además de los miembros de la asociación, representantes de distintos colectivos, como Voluntarios de Aragón, que están desempeñando un importante papel en las conmemoraciones.

 

El 20 de febrero de 1809, a mediodía, el mariscal Lannes, duque de Montebello, general en jefe de las tropas napoleónicas; y Pedro María Ric, presidente de la Junta de Defensa, firmaron la capitulación de Zaragoza. Al día siguiente, hoy se cumplen justamente doscientos años, se produjo la entrega efectiva de la ciudad. El segundo asedio se saldaba para el bando español con 54.000 muertos y 12.000 prisioneros; para el bando francés, más de 3.000 muertos y un número no cuantificado de heridos. La ciudad quedó prácticamente arrasada, y casi nada quedó de aquella urbe que fascinara a los viajeros desde el siglo XV.


En su 'Diario', Jean Belmas describió lo ocurrido el día 21 con una prosa estremecedora: "La ciudad presentaba un escenario espantoso. Se respiraba un aire infecto que sofocaba. El fuego, que todavía consumía numerosos edificios, cubría la atmósfera con un espeso humo. Los lugares a los que se habían conducido los ataques no ofrecían más que montones de ruinas, mezcladas con cadáveres y miembros esparcidos. Las casas, destrozadas por las explosiones y el incendio, estaban acribilladas por aspilleras o por agujeros de balas, o derrumbadas por las bombas y los obuses, el interior estaba abierto por largos cortes para las comunicaciones. Los fragmentos de tejados y de vigas suspendidas amenazaban con aplastar, en su caída, a quienes se aproximasen (...) Los hospitales estaban abandonados; y los enfermos, medio desnudos, erraban por la ciudad como sombras lívidas que salían de las tumbas, expiraban en medio de las calles. La plaza del Mercado Nuevo ofrecía un espectáculo desolador: gran número de familias cuyas casas habían sido invadidas o destruidas, se cobijaron bajo las arcadas; allí, los viejos, las mujeres, los niños yacían mezclados sobre el pavimento, con los moribundos y los muertos. En este lugar de sufrimiento no se oían más que los gritos arrancados por el hambre, el dolor y la desesperanza".


"Triste y conmovedor"


Louis François Lejeune fue más conciso pero también contundente: "La columna española desfiló en formación con sus banderas y sus armas -escribió-. Jamás un espectáculo más triste ni conmovedor vieron nunca nuestros ojos".


En el capítulo V del documento de rendición, que puede verse estos días en la Lonja, en el marco de la exposición sobre 'Los Sitios', se especificaba que "todos los habitantes de Zaragoza y los extranjeros, si los hubiere, serán desarmados por los alcaldes y las armas puestas en la puerta del Portillo el 21 a mediodía". Y así se hizo. Los supervivientes, amenazados por el tifus y las epidemias, tuvieron que someterse a las nuevas autoridades y soportar duras humillaciones. Lannes no entró en la ciudad hasta el 5 de marzo, después de haber exigido la limpieza de cadáveres en las calles. Entró por la puerta del Portillo y se dirigió al Pilar, donde presidió un 'Te Deum' en acción de gracias por la victoria obtenida. Los combatientes que se negaron a entrar en servicio para las tropas francesas, fueron conducidos presos a Francia.


Las humillaciones llegaron después de una traición. Aunque en el apartado VII de las condiciones de capitulación se subrayaba que "la religión y sus ministros serán respetados, y serán puestos centinelas en las puertas de los principales templos", el mismo día de la rendición, por la noche, los franceses asesinaron al padre Boggiero. Fue arrancado de su convento, cosido a bayonetazos y arrojado al Ebro desde lo alto del puente de Piedra.