TEATRO

Alexandra Jiménez se convierte en 'La fierecilla domada' de Shakespeare en el Principal

La actriz aragonesa estrena hoy esta comedia de enredo, junto a Clara Hidalgo y José Manuel Seda.

Muy dispares son Elizabeth Taylor y la zaragozana Alexandra Jiménez, pero ambas pueden ufanarse de haber conquistado al respetable dando vida a Catalina, la inteligente y arisca protagonista de la comedia shakespeariana 'La fierecilla domada'. Si la primera bordó el papel en el cine a las órdenes de Franco Zeffirelli, la segunda ha demostrado no andarle a la zaga en recursos en el montaje teatral dirigido por Mariano de Paco, que hoy (a las 21.00) llega a las tablas del Principal de Zaragoza. Las entradas cuestan entre 6 y 25 euros.


'La fierecilla domada' es una típica construcción barroca: está llena de enredos (con criados y amos que intercambian sus nombres y simulan sus ocupaciones para enamorar damas), se desarrolla a lo largo de varios días y en distintos lugares geográficos (está ambientada en varias ciudades de Italia), utiliza de forma brillante el lenguaje y los diálogos, e incluso juega con la idea del teatro dentro del teatro, ya que todo comienza cuando a un borracho lo disfrazan de noble y le hacen presenciar una representación teatral aunque, a la postre, todo no es más que un sueño (no sólo Calderón iba a aprovechar la idea).


El meollo del asunto, en cualquier caso, es el problema que se plantea al señor Bautista Minola, que tiene dos hijas casaderas. La pequeña, Blanca (a la que encarna aquí la rubia Carla Hidalgo), es una criatura adorable, lista y modosa, que cortejan varios pretendientes. La cuestión es que, según la tradición, Bautista no ha de casar a la menor sin haber primero encontrado marido para la mayor, Catalina, que es una inteligente pero irascible y rebelde muchacha que trata poco menos que a patadas a cuantos se acercan a ella con amoroso propósito.


Hasta que aparece Petrucho (José Manuel Seda) y sorprende a propios y extraños, primero desposándola y luego logrando domeñarla a base de chincharle impidiéndole dormir y comer a su antojo. Eso facilitará que el pobre Lucencio y su adorada Blanca puedan también emparejarse como es debido, dando un final feliz al uso de la época.


Los duelos dialécticos entre Catalina y Petrucho, el juego de razón y sentimientos, y la sutil manera que Shakespeare tiene de mostrar -a pesar del mensaje explícito- que las mujeres saben cómo manejar el cotarro, contribuyen a que la obra siga teniendo un atractivo indiscutible más de cuatro siglos después.