Adiós a José Luis Borau

El fabulador cosmopolita que exaltó las bellas artes

El autor de 'Furtivos' fue un sabio de varias disciplinas: ejerció todos los oficiosdel cine, fue un espléndido narrador, investigó y editó.

José Luis Borau durante un rodaje
Adiós a José Luis Borau_2
A. ORTAS

Fue hijo único y mitómano. Enviaba cartas, desde muy joven, a sus actrices favoritas: Diana Durbin y Sylvia Sidney, y se refugió en los sótanos contra los bombardeos de la guerra civil, en Zaragoza, en la que bien pudiera ser una aventura de cine y de pánico. A su padre le gustaban mucho los animales y solía llevarlo a las películas de 'Tarzán' y del circo; el cine Actualidades era el espacio de sus fantasías. Un día preguntó quién hacía las películas. Al oír la respuesta, dijo: "Quiero ser director".


Aceptó el reto de ser "la esperanza de la casa". Estudió Derecho y se convertiría en crítico de cine de HERALDO desde principios de los 50. Ha confesado en varias ocasiones que le arrancaban los textos de las manos; le gustaban los tipos y el olor de las tintas. Todo aquello le dio una cierta aureola entre sus amigos: tenía mucho éxito cada vez que iba al Festival de Venecia o de Cannes y volvía con sus pressbook. Y no solo eso: un día anunciaba que había conversado con Moravia y hablaba de Ennio Flaiano, de Vasco Pratolini, de Italo Svevo o de figuras como Ernest Hemingway o William Faulkner. Cuando estaba en Madrid le sustituía en la crítica Antonio Artero.


Poco a poco fue ampliando su campo de batalla y sus intereses se diversificarían hacia el cine, hacia la literatura, hacia la edición o incluso hacia la pintura. Ha sido un hombre culto, sensible, intenso, de una rara inteligencia y de gran entereza, de brusca timidez.


Cine

José Luis Borau encarnó al hombre total del cine. Una enciclopedia humana de saberes: ha sido actor, productor (creó El Imán en 1967), guionista (de sus películas y de 'Mi querida señorita' de Armiñán), realizador de cine y televisión, y ha sido editor de otros como Steinbek o Carranque. Por supuesto, también accedió a la presidencia de la Academia de Cinematografía y de la SGAE y tuvo el bello gesto de oponerse a los terroristas para todo el país.


José Luis Borau se inició en el cine con 'El río' (1960), y posteriormente firmará películas de género: 'Brandy' (1963), que era su peculiar revisión del spaghetti western, y dos películas de serie negra: 'Crimen de doble filo' (1965) y 'Hay que matar a B' (1974). Esta le dio cierto prestigio, aunque el éxito (e incluso la conmoción) le llegó con 'Furtivos' (1975), una mirada a la España negra, a la corrupción caciquil del franquismo y los gobernadores civiles, con un trasfondo de pasión e incesto.


Suscitó críticas y alabanzas: era mordaz con el franquismo y se asomó a la nueva corriente del destape con un desnudo integral de Alicia Sánchez, que quiso ser un canto a la alegría del placer y el erotismo en medio del bosque ante los ojos asombrados de Ovidi Montllor. La película recibió la Concha de Oro del Festival de San Sebastián. La pasión, la sensualidad y la mitología popular eran el tema de 'La sabina' (1979), que rodó en Andalucía y que proponía una compleja historia de amor, con figuras como Jon Finch, y una explosiva Ángela Molina.


Borau siempre decía que se había arruinado muchas veces, pero la cinta que le dejaría temblando de deudas fue 'Río abajo', una historia de «espaldas mojadas», con David Carradine y Victoria Abril. Para algunos es su película más equilibrada, de factura clásica.


Durante varios años, Borau había trabajado en un guión: 'Tata mía' (1986), que supondría el retorno de Imperio Argentina al cine, que cantó con Matías Maluenda, 'el Ruiseñor de Saviñán'; narra la historia de un mujer, que había ingresado en un convento de joven y ahora, desengañada, regresa a casa y hallará ayuda y complicidad en la tata del título.


Su filmografía se completaría con dos títulos más: 'Niño nadie' (1996), una película sobre un personaje marginal, complejo, artista, que se proyectó en la inauguración de los cines Renoir, y 'Leo' (2000), su última película, donde regresaba a algo que siempre le había obsesionado: el hombre solo, desamparado. Recibió el premio Goya a la mejor dirección.


Uno de los proyectos más hermosos de Borau fue la adaptación televisiva, en colaboración con su amiga Carmiña Martín Gaite, de 'Celia', de Elena Fortún. Quizá sea una de sus mejores obras: una pieza elegante, fresca, llena de ternura, de gracia y de humanidad que constituye un buen homenaje a una olvidada de las letras.


Literatura

En 2010, poco después de recibir el Premio de las Letras Aragonesas, Borau decía a HERALDO: "Yo, cuando llevaba una vida decente (ahora, de tanto quehacer, he perdido la dignidad por completo), solo hacía dos cosas: ver películas y leer libros. Lo leía todo, de manera caótica". Por ello casi resulta paradójico su condición de escritor tardío. Todo empezó con la coordinación de 'Cuentos de cine' (2 vol. de Alfaguara): se puso a escribir un relato y de ahí nacería 'Camisa de once varas' (Alfaguara, 2003), compuesto por diez cuentos cortos y una novela breve, 'So long', inspirada en el rodaje de 'El mago de Oz' y tocada por la fascinación por el cine de Hollywood. Poco después aparecería otra colección de seis relatos: 'Navidad, horrible Navidad' (Ocho y medio, 2003); Borau dijo: "No creo que la Navidad sea horrible, solo que ocurre fuera de temporada, ya que estas fechas solo se viven de verdad cuando somos niños y no ahora, cuando vemos que combaten unas extrañas energías de feroz consumo, de gastar más como sea con todo lo que eso conlleva, un repertorio de horrores y de angustias". 'El amigo de invierno' (Menoscuarto, 2008) es otra colección de relatos que nacieron de guiones interrumpidos y frustrados, que transcurren en lugares lejanos, sobre todo en Estados Unidos o en las Malvinas. Borau vuelve a arrojar una mirada tierna sobre sus criaturas. Dijo: "Un director de cine como yo hace muchos proyectos que a menudo no cristalizan. Y para cada proyecto yo escribía un cuento que explicaba la película y que, por lo general, se quedaba en un cajón". Y añadía: "Yo solo tengo un gusto íntimo por la literatura".


Su producción de ficción se completa con 'Cuentos de Culver City' (Pre-Textos, 2009), relatos que escribió en una estancia en el sur de California, marcados por la experimentación, la ironía y un constante juego de espejos. Borau ha sido un buen prosista, elegante y virtuoso, y conocía muy bien el oficio de la ficción.


Historiador y ensayista

Borau ha sido un hombre deslumbrante, atento, con una gran memoria, cultivador de los pequeños detalles. Y capaz de emprender tareas titánicas: una de ellas fue su 'Diccionario del cine español' (Alianza Editorial), que coordinó; publicó 'Palabras de cine' (Península, 2010), que nació de su ingreso en la Real Academia Española en 2008: abordó, decía, "la penetración y la presencia de los términos cinematográficos en la vida cotidiana". Apasionado por las bellas artes, firmó 'La pintura en el cine, el cine en la pintura'.


Otro de sus libros ambiciosos fue 'El caballero dArrast' (Festival de San Sebatián, 1990). En él cuenta la vida y la obra del cineasta francés que trabajó en Hollywood y que fue colaborador de Charles Chaplin. Borau ha estado en mucho sitios. En la Academia de Cine, en la SGAE, en patronatos y fundaciones. Era un hombre de acción que no parecía tener tiempo para la melancolía o el fatalismo. Y jamás renunció a sus raíces: "No me he ido nunca. Cuando hay una ciudad innominada, siempre es Zaragoza. Sus calles, sus cafés, sus ambientes. Me fui el 11 de enero de 1956, pero a pesar de eso Zaragoza y Aragón siguen siendo mi paisaje interior de fondo. Siempre viajan conmigo".