Myriam Redondo: "Aún se sabe muy poco de los efectos de las noticias falsas"

La periodista y profesora Myriam Redondo impartió un taller de verificación digital en Etopia (Zaragoza) dentro del ciclo On Topic.

Myriam Redondo, en el edificio de Etopia, en Zaragoza.
Myriam Redondo, en el edificio de Etopia, en Zaragoza.
Oliver Duch

¿Puede un usuario básico discernir si está ante una información auténtica o falsa (‘fake news’)?

Un usuario tiene que aplicarse las cinco uves dobles del periodismo (en castellano, quién, cuándo, cómo, dónde y por qué) cuando está frente a un contenido digital en redes sociales. Preguntarse por ejemplo quién difunde esa información. Es muy importante entender, eso sí, que no hay bala de plata, nada que te diga ‘sí’ o ‘no’ al verificar cualquier información.

Un reciente estudio (Guess, Nyhan y Reifler) sobre las noticias falsas en la campaña de EE. UU. concluye que los mayores consumidores fueron los votantes más radicalizados de Trump y, además, que su uso supone más un complemento informativo que un sustituto de los medios serios (‘hard news’). ¿Exageramos su influencia?

Sí que lo pienso, y de hecho creo que todavía se sabe muy poco de los efectos de estas noticias falsas. Es verdad que se detectó un gran aumento durante la campaña de Estados Unidos, pero de ahí a decir que la gente acabó creyéndoselas hay una gran distancia. Hace años existía una teoría llamada de la aguja hipodérmica, relacionada con los medios de masas, que daba a entender que la gente acababa creyendo todo lo que esos medios contaban; hoy, esa teoría está más que superada.

La psicología cognitiva ya ha demostrado que la verificación de informaciones (‘fact checking’) puede ser hasta contraproducente, ya que llega a crear un rechazo en algunos usuarios que acaban reforzando sus tesis. ¿Qué puede hacer un humilde periodista ante esto?

Se está investigando mucho sobre cómo desmontar bulos, de manera que la gente lo comprenda mejor, que no se produzca ese efecto de reforzar una mentira solo por hablar más de ello. El periodista y los gobiernos lo que pueden hacer es promover esa educación digital en el lector o usuario para que sea él mismo el que mantenga el escepticismo con las herramientas disponibles.

La desinformación rusa digital se ha convertido en un problema de primera magnitud. ¿Es una moda o está para quedarse?

Es un fenómeno, un reto y existe en realidad. Se va a mantener, pero no solo vinculado a Rusia: hay muchos otros países que hacen uso de ese tipo de campañas de desinformación. A raíz del asunto de Cataluña ha salido la cuestión rusa, pero estas campañas con ‘bots’ se conocen desde 2010, en campañas políticas de Estados Unidos. En 2015 se hacía uso de estas prácticas en 40 países; democráticos y autoritarios.

El fantasma del Kremlin, ¿puede utilizarse también para justificar fracasos políticos?

Claro, es una manera de atribuir a un enemigo externo un malestar social que puede tener otras causas más domésticas. También quiero subrayar que algunos estudios actuales, más que revelar el riesgo que suponen las propagandas gubernamentales encubiertas, lo que destacan son las campañas de desinformación lanzadas por grupos en extremos políticos, y en concreto en la extrema derecha. Por ejemplo, contra los refugiados. Esto, que es un problema, se está dejando de lado frente a asuntos con más sonoridad, como la amenaza rusa.

Macron promueve una ley contra las noticias falsas en procesos electorales. ¿Puede ser efectiva?

Valoro positivamente que los gobiernos se conciencien de la desinformación, pero veo con mucha cautela que un gobierno trate de erigirse en juez que censure determinados contenidos.

¿No es en cierto modo tratar de poner puertas al campo?

Es desconocer cómo funciona internet, donde uno puede censurar una noticia falsa, pero esta se acabará replicando por muchos otros canales. Y para cuando quieras actuar, si es que lo haces con garantías judiciales, es demasiado tarde. En la actualidad, incluso los expertos en verificación desaconsejan la expresión ‘noticias falsas’ porque se ha pervertido; ha caído en manos de la polarización y se emplea para describir cualquier cosa que no te gusta. El ejemplo más claro es Trump.

Y ¿cómo lo llamamos?

Son preferibles términos como desinformación, que lo entendemos todos y viene de antiguo.

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