Antonio Mompeón, una semblanza

La solera de HERALDO y el periodismo de Aragón son deudores de este aragonés relevante.

Antonio Mompeón, cerca de sus 60 años, en San Sebastián.
Antonio Mompeón, una semblanza
Heraldo

El fundador de HERALDO DE ARAGÓN, el altoaragonés Luis Montestruc Rubio, murió muy joven, por enfermedad, en 1897. El periódico estaba recién creado (1895), daba los primeros vagidos y era más una expectativa juvenil que una realidad arraigada. Las cuentas iban mal ­y Montestruc, si bien figuraba como director, hacía meses que no podía dedicarse a ninguna de las dos facetas que había planeado desempeñar: dirigir la joven publicación y consolidarla económicamente.

Viéndose en las últimas horas de su vida y sin dineros suficientes con los que respaldar el futuro de la empresa, encomendó la supervivencia del diario a su íntimo amigo Antonio Motos Martínez, zaragozano de 1862 y seis años mayor que él, colega muy querido y con el que había compartido, además de buena amistad, el ejercicio de un periodismo liberal, combativo y abierto en el zaragozano Diario de Avisos, donde escribía desde muy joven. No mucho después, sería su director. Contó, por un lado, su buena pluma; por otro, la amistad de su familia con Calixto Ariño, fundador y propietario del periódico, que fue, enseguida de aparecido en 1870, un referente principal de la prensa en Aragón.

La primera madurez

Motos introdujo en Aragón herramientas técnicas por entonces avanzadas: la rotativa, el fotograbado, la linotipia... Como a otros de su tiempo –incluidos Ariño y Montestruc–, les atraía la lucha política en su versión más decorosa y elogiable. Vuelto de una estancia en Filipinas, como secretario de su cuñado, Juan Mompeón, destinado allí en el gobierno de una de las islas, Montestruc le encomendó Heraldo, concluyéndose el negocio jurídico formal el 2 de noviembre de 1896. No pudo tener mejor idea.

Empresa de familia

En la tarea se implicó también Juan Motos, que se encargó de la gestión técnica y administrativa. Persona discreta y modesta, de quien nadie hablaba por su escaso afán de figurar, se encargó de que todo funcionase y estuviera en orden para servir los propósitos del periódico. Fue una gran elección, según probarían los años siguientes.

HERALDO consiguió emanciparse en lo tocante a la impresión, una especie de ideal de autarquía: la autosuficiencia bien administrada es una fuente de independencia, lo que siempre importaría mucho al sobrino de Motos, Antonio Mompeón Motos. Para ello, se adquirió la maquinaria de un diario madrileño y se instaló en un local adecuado, en la calle del Coso, 74, cercano al centro de la ciudad y bien comunicado a efectos de la posterior distribución de las ediciones.

Cuando entendió que las bases materiales eran las suficientes, dejó la dirección del diario en 1900 y se centró en pilotar la empresa y mantener y afianzar sus objetivos fundacionales. Entre ellos, muy primordialmente, se encontraban los anunciados en el número 1 del periódico, y, según puede ver quien observe con atención, expuestos con un orden peculiar: primero (‘Antes que todo’, proclamaba expresivamente el texto inaugural), la situación de España y la necesidad de mejorarla. Y eso –se decía en un segundo editorial a continuación– a través sobre todo de la defensa de los intereses de Aragón.

Cuando Mompeón empezó sus tareas de responsabilidad en el periódico y la empresa, tenía muy claro el espíritu de la herencia. Según rezaban los primeros carteles anunciadores, se trataba de un "diario en absoluto independiente". De eso hizo la empresa un ingrediente irrenunciable, obsesivo: no depender ideológica y económicamente sino de sí mismo, lo que solo podía obtenerse, entonces como ahora, de una situación saneada de la empresa.

Mompeón mantuvo, con racionalidad, rigor y una buena dosis de inteligente austeridad presupuestaria –ni excederse en lo superfluo, ni escatimar en lo importante– que el periódico pudiera lograr esa posición. En la redacción se respiraba un aire que el propio periódico definía como de "tolerancia, respeto y amplitud de criterio", únicamente dependiente de su propio juicio. Eso es más fácil de decir que de hacer, pero en ello está la oportunidad de un éxito estable: a fin de cuentas, el público, compuesto por lectores de toda clase y por muy variados anunciantes, es quien decide si pone o no su confianza en un periódico.

Antonio Mompeón al mando

La siguiente etapa gestora tiene por hito la constitución, en mayo de 1909, de Heraldo de Aragón Sociedad Anónima, que presidió Motos hasta su muerte, en 1923, habiendo sido ya diputado a Cortes por la circunscripción ilerdense de Balaguer y senador por Zaragoza.

El periodista Juan Domínguez, quien más y mejor ha estudiado de modo sistemático el largo devenir de HERALDO desde su fundación, escribió muy apropiadamente estas palabras: "Mompeón Motos, que llevó adelante el diario con directores como José Valenzuela La Rosa, Filomeno Mayayo y Manuel Casanova, dotó al Heraldo de los mayores adelantos técnicos de su tiempo e implantó, antes de su ordenación legislativa, amplias mejores sociales (vacaciones retribuidas, subsidios familiares y de enfermedad y jubilación) y la participación de los empleados en los beneficios de la empresa".

"Durante su gestión, el periódico afirmará su total independencia y el espíritu liberal que marcará, definitivamente, junto a esa independencia, la línea caracterizadora del Heraldo de Aragón hasta nuestros días. En 1931 trasladará el periódico a su sede actual, en Independencia 29, con una nueva rotativa, una Koening-Bauer, única en la prensa española, que permitía números de hasta 32 páginas".

Un notable balance para quien, siendo muy joven, había cursado sus estudios mercantiles pagando sus costes con el fruto de su trabajo –impartía clases particulares– y que asumió la gerencia del periódico prácticamente a la vez que obtenía, por oposición, su cátedra. Dos objetivos simultáneos, cada uno de los cuales exigía dedicación y lucidez.

Un hombre respetado

La visión que por entonces se tenía de su personalidad era la de un hombre serio, decidido, ponderado y con talento emprendedor. Fue, por eso, requerido para intervenir en la gestión pública, en la que diversos grupos querían contar con su preparación académica, su experiencia empresarial y su conocimiento de la comunicación, acompañados de un carácter liberal y antisectario.

Esa percepción extendida sobre su personalidad tenía cimientos sólidos en la actividad pública y privada de Mompeón. Se sabía que, huérfano de padre y madre a sus diez años de edad, su juventud, a la sombra de su tío Antonio Motos, había sido laboriosa y esforzada.

Profesor

Como profesor, estaba al día de los saberes de las diversas materias que hubo de impartir, las cuales incluían legislaciones mercantiles extranjeras. También ocupó la dirección de la Escuela de Comercio.

Empresario

Como empresario, dirigió una sociedad saneada, robusta –mantuvo al frente de la administración a su tío Juan Motos Martínez, que creó un estilo gestor perdurable– y que iba por delante de las prescripciones legales en cuanto a las prestaciones sociales a sus empleados de todos los niveles.

Director

Como director del periódico, le insufló calidad y vigiló la velocidad y el rigor informativos, que hay que saber combinar adecuadamente. A su vez, eligió directores cuyo ejercicio fue muy satisfactorio y positivo: el distinguido (y elegante) abogado José Valenzuela La Rosa (1905-1915), hombre de notable instrucción y peculiar sensibilidad artística; Filomeno Mayayo (1916-1933), culto, combativo y muy compenetrado con el espíritu de la Casa; Manuel Casanova (1933-1939), un gaditano que abrió francamente las puertas del diario a la información deportiva, rasgo de modernidad; y, desde 1939, Pascual Martín Triep (’Fabio Mínimo’), cuyas tendencias aliadófilas e independencia de criterio acabarían acarreando su destitución en 1944, por orden gubernativa, a los cuatro años de fallecido (1940) Mompeón.

Político

Fue, por eso, sucesivamente y en ejercicios socialmente valorados –no era hombre de facción–, concejal de la capital aragonesa, director general de Estadística en el breve Gobierno de Manuel García Prieto, más tarde senador por designación real y, en fin, subsecretario de Instrucción Pública por unos meses, hasta que la proclamación de la II República dio un vuelco al rumbo del país.

El nombramiento de Mompeón como segundo del nuevo ministro José Gascón y Marín, zaragozano como él, recibió inusuales elogios en la prensa de Madrid. ABC destacó la designación del "ilustre catedrático de Economía Política" como "acertadísima", puesto que, además de ser veterano periodista, "le debe mucho la enseñanza en España", entre otros motivos por ser el promotor "de la escuela Joaquín Costa, magnífico edificio costeado por el Ayuntamiento de Zaragoza (...) Hombre de realidades, es conocedor de la actual situación de la enseñanza y de cuanto necesita para su mejora". No era común tanta loa para un segundo de a bordo.

Su perfil de hombre europeo acabó plasmado en significativas recompensas extranjeras, como la italiana Orden de la Corona y la Legión de Honor francesa.

Iniciativas ciudadanas

Hay muchas huellas perdurables de su espíritu emprendedor. Una de sus predilectas, como se ha dicho, fue el Grupo Escolar Joaquín Costa (1929), en el Paseo de María Agustín, ejemplo de dotaciones escolares y por el que batalló sin fatiga. No pudo pensarse en mejor monumento al León de Graus, cuya relación con Heraldo fue siempre de gran respeto. Que la capital aragonesa contase con el colegio público mejor dotado del país debió mucho al empuje de Mompeón.

Antes, había bregado en pro de la Exposición Hispano-Francesa de 1909 y, después, por la Ciudad Universitaria. Compartía el espíritu innovador y los impulsos de Basilio Paraíso y por eso estaban, Mompeón y Heraldo, alineados en constantes y, a veces, comprometidas campañas en defensa de los ferrocarriles de Caminreal y Canfranc, de la Confederación Hidrográfica del Ebro –entidad entonces novedosa en el mundo y muy discutida–, de la Feria de Muestras, del rescate del Pilar amenazado de hundimiento, del ornato de Zaragoza –aún hay bustos de prohombres en la plaza de Aragón, alguno con mención a este diario– y, en fin, del apoyo a creadores literarios aragoneses, no solo publicando originales, sino instituyendo estimulantes y concurridos certámenes. Y fue muy devoto de la jota de calidad.

Digno, en fin, de recordación.

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