Alberto Chicote

Un gallo en la cocina

Soñaba con ser bombero y jugó al rugby con Javier Bardem. Las broncas descarnadas de ?Pesadilla en la cocina? han convertido a Alberto Chicote en una estrella.

Su infancia son recuerdos de un pueblo de Castilla, Aldeanueva del Codonal, un rincón de la campiña segoviana de 166 vecinos. Allí pasó Alberto Chicote (Madrid, 1969) más de un otoño, vendimiando con la familia de la tía Concha. Pero como en las tierras no hacían más que enredar, a los pequeños los mandaban a pasar el rato al horno de Paco, el panadero. Ese olor a hogaza de leña recién hecha... El cocinero de La Sexta, el grandullón que reparte broncas en ‘Pesadilla en la cocina’, se emociona al recordarlo como un chiquillo, como el que era entonces. «Iba con mi hermano y algún primo. Paco nos dejaba meter los dedos en la masa y hacer las marcas en las tortas de anís. Luego nos daba madalenas y rosquillas».

Quizá tuvo algo que ver Paco, o la misma tía Concha, «que cocinaba como los ángeles», o la vecina Purita, «una riojana grande que se ponía la vida por delante y hacía los mejores bizcochos del mundo». No fue ninguno, o tal fueron todos los que le hicieron olvidarse de su sueño infantil de ser bombero y le animaron a apagar fuegos... pero en la cocina. «Yo vengo de una familia humilde de Carabanchel alto y solo íbamos al ‘restaurante de la BBC’, ya sabes, bodas, bautizos y comuniones. Mi madre cocinaba sota, caballo y rey, porque eso de que las abuelas o las madres son las que mejor cocinan es una falacia. Pero eso sí, bordaba las croquetas y los canelones y yo chupaba la cuchara de madera con la que removía la bechamel».


Así que de casta no le viene al galgo. «No sé cuándo ni por qué decidí que ya no quería ser bombero, que quería ser cocinero». Y de la Escuela de Hostelería de Madrid a Suiza con 21 años a montar un restaurante español. «Mi madre me escribía cartas y me contaba que había un tío en la tele que estaba rompiendo la pana, un tal Karlos Arguiñano. Yo que solo había visto a Elena Santonja...».


Hoy Chicote (43 años, con pareja y sin hijos) le disputa el protagonismo al mismísimo Arguiñano con su ‘reality’ de restaurantes, la adaptación española del programa de Gordon Ramsay, que cada semana reúne a dos millones y medio de espectadores. «Lo que más me llama la atención es que hay ‘micos’ de 10 años que son súper fans. El otro día en Ronda un señor me dijo que el único día de la semana que le dejaba a su hijo trasnochar era el jueves para verme». Y eso a él, que ha servido el menú hasta a Scarlett Johansson –«juro que no me acuerdo qué comió»–, aún le alucina. «¡Me ha llamado hasta el dueño de un bar de Castellón para invitarme a comer arroz! Es tremendo».


¿Pero no era él quien cocinaba? Lleva haciéndolo más de 20 años. Primero en cocinas ajenas y luego en la suya propia. En 1998 abrió junto a un socio el restaurante Nodo y en 2006 fundaron Pandelujo, un local de vanguardia en el diseño y en la carta con un menú degustación de 45 euros y donde cocinaba Chicote hasta hace unos meses, cuando lo dejó todo para irse a la televisión (antes se había fogueado en el Canal Cocina, donde presentó ‘Deseo carnal’).


Menudas broncas que echa en ‘Pesadilla en la cocina’. ¿Así se las gasta? «Aquí también ha echado alguna que otra bronca porque es estricto y tiene las ideas muy claras, pero es buen tío, tiene su corazoncito. Perro ladrador...», cuenta una trabajadora de Pandelujo.Chaquetilla de corazones

Insiste Chicote en que todo lo que sale por la tele es «mil por cien real». Hasta la camarera aquella que arengaba a la clientela megáfono en mano mientras su bar caminaba inexorablemente hacia la quiebra con pérdidas de 5.000 euros cada mes. «Esa chica es así, no se ha exagerado nada. Habrá pocas personas dispuestas a hacer cualquier cosa para que la gente pase un buen rato».


A Chicote se lo hizo pasar mal. «Sí, sí. Tardé demasiado en tirarle a la basura el megáfono. Y la radio no fue detrás de milagro», recuerda.


Chicote se desgañita mandando al personal a la mierda, pero nunca pasa a mayores. «Alberto tiene carácter del bueno. Es un tío divertido, colosal, un buenazo que te llega al corazón», da fe el cocinero Martín Berasategui, amigo y fan. «No me extraña que este chaval vaya en cohete porque se ha dejado las pestañas en el camino, tiene una entrega al trabajo terrible».

Con las renuncias que eso supone. Lo primero, adiós al rugby. «Acabé los estudios porque mi padre me amenazaba con no dejarme ir a entrenar si no aprobaba». Con 16 años formaba parte de la selección de Madrid... con Javier Bardem. «Él jugaba de pilier con el número tres y yo llevaba el dorsal dos y era talonador». La amistad con el actor perdura y con la confianza que se tienen, Chicote le pidió un día un favor de los que no acostumbra. «No soy nada mitómano, pero vi a Bardem con John Malkovich y le pedí que me lo presentara: forma parte de mi universo particular de mitos del cine y a mí lo de ir a ‘mesa fría’ a babear con un famoso me da vergüenza. Otra vez vino al restaurante Fernando Trueba y le pedí que me presentara a Javier Mariscal y aproveché para pedirle que me dibujara un Cobi. Nunca más he querido que me presenten a un famoso».


Y ha conocido a muchos. Con algunos ha habido flechazo, como con Agatha Ruiz de la Prada. «Le preparé una caprese con forma de corazón y le hizo tanta gracia que me diseñó una chaqueta de cocina». Ese día de hace seis años desterró el uniforme blanco que había vestido hasta entonces y cada jueves luce un modelito distinto en ‘Pesadilla en la cocina’. Tiene una docena: de corazones rojos, multicolor.... «Es un poco transgresor, desenfadado, es su personalidad», le define el cocinero Daniel García.


El pasado mes de septiembre, cuando todavía era un perfecto desconocido para el gran público, presentó en el Festival de Televisión de Vitoria su ‘reality’ de La Sexta. Y la prensa congregada no podía quitar ojo de sus zapatillas imposibles, unas de esas deportivas que llevan los ‘skaters’ pero de mil colores. «Me las hice yo mismo en la página de Nike. Hay una opción para que te las confecciones y me costaron 115 euros».Los discos de la Callas

«Alberto siempre ha sido estrambótico en el vestir. Hace tiempo se puso el pelo amarillo y en un viaje a Nairobi se mandó hacer una chaqueta de cocinero con telas africanas», relata su amigo el chef Joaquín Felipe. Fueron por trabajo, porque Chicote es un viajero incansable. «Tenías que verle allí, comiendo cangrejos en salsa picante con un babero. Luego hizo una receta parecida en su restaurante de Madrid».


En una cocina a la vista de la clientela, Chicote ha fusionado con éxito comida castiza y oriental –pidan una de tomates confitados, macerados previamente en vinagre japonés con sake–. «Le dieron bastante estopa, pero acabó llevándose a todos de calle porque cocina con mucho sentido del gusto», le alaba el cocinero guipuzcoano David de Jorge, que ha compartido más de una vez mesa y mantel con el madrileño en su programa de la ETB ‘Robinfood’.


«Una vez preparó un cocido japonizado que me dejó turulato y remató con un mojito a su manera que estaba para beberse dos cubos. Y en otra ocasión, a la vuelta de un viaje largo por Nueva Zelanda, nos hizo ‘mordedura de serpiente’, que es un brebaje de allí a base de sidra y cerveza negra, unos mejillones a la neozelandesa y un ‘rocky road’, que es una ‘guarrindongada’ hecha con chocolate y cosas superengordantes dentro». Pero Chicote también tiene ‘vicios’ terrenales: una copita de vino, el olor a mar, un amanecer... y los discos de María Callas. Para coger el tono.