Ocio

El entorno de Azoque y Cinco de Marzo emerge como nueva zona de tapeo

Las únicas calles no catalogadas como 'saturadas' son las perpendiculares a Independencia.

Uno de los bares que llenan de ambiente la calle de Cinco de Marzo.
El entorno de Azoque y Cinco de Marzo emerge como nueva zona de tapeo
ARÁNZAZU NAVARRO

Aunque la caída del consumo está haciendo estragos en todos los sectores, los zaragozanos aún se rascan el bolsillo a la hora del vermú. Eso sí, la 'zona cero' de la croqueta y la cervecita va lentamente variando su epicentro y en los últimos meses se ha acomodado en la calle de Cinco de Marzo. Este céntrico espacio surge como una de las nuevas zonas de tapeo de la ciudad, gracias a la apertura de numerosos locales y al éxito de las cercanas terrazas de Azoque y de la calle Cádiz.


Desde que Los Espumosos y el Calamar Bravo se mudaron a Cinco de Marzo, la afluencia de (hambrientos) consumidores experimentó un progresivo aumento que, ahora, ha tocado techo con la llegada de nuevos negocios de restauración: la arrocería La Mar Salada, la taberna Taberus, la bocatería Pannus o el cercano local de La Pata Negra.


«Aunque las zonas clásicas de tapas en Zaragoza siguen siendo el Tubo (las calles de Estébanes y Libertad), la plaza de Santa Cruz o la de Santa Marta, es cierto que en Cinco de Marzo, y a pesar de los altos precios de los locales, se ve más actividad de un tiempo a esta parte», comenta Pedro Giménez, presidente de la Asociación de Empresarios de Cafés y Bares, que atribuye parte del éxito a que se trata de una calle peatonal y a que ahora despunta el buen tiempo. «Claro que para abrir estos locales ha habido otros comercios que han tenido que cerrar consecuencia de la crisis», comenta.


Juanjo Gracia, que hace dos años que abrió Los Espumosos en Cinco de Marzo, atribuye el continuo ir y venir de paseantes a que «hay muchos párquines» (el de la CAI o el hotel Goya) y a que «el supermercado El Árbol y la nueva entrada de la DPZ también atraen visitantes». Eso sí, lamenta que no se puedan desplegar veladores y terrazas -apenas un par de mesas altas- porque «es una zona de paso con servidumbres de carga y descarga».


«El problema es que no hay muchas más zonas por donde puedan abrirse bares porque casi todo el centro está catalogado como área saturada. Desde la calle de Asalto hasta la orilla del Ebro, las plazas, la zona de San Gil, la calle de Alfonso I, Heroísmo... En todas estas no se pueden abrir nuevos establecimientos de restauración», explica Jorge Bernués, gerente de Cafés y Bares, que detalla que «apenas quedan calles hábiles en el entorno de Azoque o entre las perpendiculares al paseo de la Independencia».


Además, hay otros condicionantes a la hora de abrir un bar: por ejemplo, si la licencia incluye que tendrá equipo de música, debe situarse al menos a 150 metros de distancia de otro local semejante, con lo que «toca hacer encaje de bolillos para buscar el sitio adecuado», comentan los restauradores.


Al margen del Casco y otras zonas que cotizan al alza como el entorno de León XIII, el sector muestra su preocupación por que en los barrios no acaben de despegar los escasos bares que levantan su persiana. Aunque existen planes y proyectos para tratar de revitalizarlos -desde una perspectiva nostálgica echando mano de las 'especialidades' con las que han acabado los negocios regentados por la comunidad china-, los distritos -permítase- 'periféricos' no levantan cabeza.


Además, no es por falta de 'intentonas' porque son muchos los casos de zaragozanos parados de larga duración que, desesperados, deciden coger un bar de barrio para autoemplearse, cotizar y tener opciones de conseguir luego una pensión. Sin embargo, y a pesar de que se esfuerzan experimentando con distintos tipos de cocina (aragonesa, tradicional o de diseño) sobreviven poco tiempo porque tienen que confiarlo todo al ocio de fin de semana y apuran al máximo su margen comercial.


Aunque los barrios no están para grandes alegrías, acaso, la retirada de vallas de las obras del tranvía contribuya a que sus terrazas ganen en animación. «La vida la dan los veladores -sobre todo desde la aplicación de la ley antitabaco- y quizá si el recinto de Ranillas vuelve a ocuparse, en la margen izquierda tengamos una oportunidad», dicen los comerciantes del Actur, aún quejosos de las persistentes vallas en torno al carril bici.


En el otro extremo de la ciudad, Valdespartera surge como ejemplo de distrito joven que, poco a poco, se va asentando y va incorporando vida de barrio. El desembarco del mercado municipal y la apertura de la primera farmacia han aliviado al cada vez mayor número de residentes (unos 20.000) que, eso sí, desde el primer día contaron con algunos bares. La llegada del tranvía también benefició a las terrazas donde en verano, si el cierzo lo permite, se dan cita numerosos vecinos. De hecho, se han convocado ya tres muestras de tapas en el barrio, en las que han participado una docena larga de establecimientos.