Patrimonio

Zaragoza, en la piqueta

El derribo de los arcos junto al Mercado Central, el derrumbe de la muralla medieval y el proyecto de viviendas en las naves de Averly añaden nuevas grietas al patrimonio de la ciudad.

La fisonomía de la capital aragonesa ha cambiado mucho en los dos últimos siglos. Tras los dos Sitios y la destrucción de muchos de sus edificios, Zaragoza comenzó una transformación hasta llegar a nuestros días en la que su patrimonio ha corrido desigual suerte.


Los ejemplos más recientes son el derribo de los arcos en César Augusto, junto al Mercado Central; el derrumbe de unos 30 metros de la muralla de origen medieval, entre las calle de Alonso V y la de Arcadas; y la intención de derribar las naves de la vieja fundición Averly para construir 200 viviendas por la empresa Brial, actual propietaria de las antiguas instalaciones de este empresa centenaria.


La huella del pasado marca el presente, aunque el recuerdo se difumine con algunos borrones urbanísticos. Lejos queda la memoria de las 12 puertas que guardaban la ciudad -hoy solo se conserva la del Carmen, en el paseo de María Agustín- o la Torre Nueva, derribada en 1893. En 1991 se levantó un memorial en el mismo lugar, obra del escultor Santiago Gimeno Llop. Sin embargo, la obra pareció no cumplir su función y, finalmente, también se derribó en 2002.


La capital del Ebro experimentó sus grandes planes urbanísticos a partir de las primeras décadas del siglo XX, condicionada por la exposición Hispano-Francesa, la industrialización, el aumento de la población, los nuevos medios de transporte y el desarrollismo.


La creación del paseo de la Independencia y sus múltiples remodelaciones -con restos arqueológicos de por medio- o la eliminación de calles y manzanas como en César Augusto y el paseo de Calanda dieron a la ciudad una mayor amplitud, permitieron comunicar el centro con los barrios y crear nuevas avenidas.


Sin embargo, tanto la ausencia como el desacierto en algunas de esas actuaciones acabaron con emblemas de la ciudad como el anfiteatro del Rincón de Goya (parque José Antonio Labordeta), el chalet de la familia Blecua (Santa Terera, 37), la Casa Ostalé (Ruiseñores) o la Casa de la Paz, en Sagasta.


De la piqueta se salvaron en su día la Casa Solans (avenida de Cataluña) y el Palacio de Sástago (Coso), mientras agoniza en César Augusto el Teatro Fleta. Otros permanecen a la espera de su restauración y ocupación, como el palacio de Fuenclara, la Imprenta Blasco, la harinera de San José, la Universidad Laboral o el conservatorio de San Miguel... Es solo el comienzo de la lista de un patrimonio huérfano que a duras penas apuntala la historia de esta ciudad.


El olvido, el abandono y la restauración in extremis, en el mejor de los casos, alterna con la ruina y las decisiones urbanísticas que han llevado a la demolición de buena parte de la historia de la ciudad.