Un techo para dar a Donato otra oportunidad

Diez personas sin hogar de Zaragoza, con problemas de salud o adicciones, logran un piso gracias a ‘Housing First’. «Aún me despierto por la noche y me pregunto qué hago aquí, cómo puede ser esta mi casa», dice uno de ellos.

Donato es Donatas Makarevicius, un lituano de 34 años que ocupa uno de los pisos de Zaragoza Vivienda que gestiona la Fundación Rais.
Donato es Donatas Makarevicius, un lituano de 34 años que ocupa uno de los pisos de Zaragoza Vivienda que gestiona la Fundación Rais.
José Miguel Marco

Donato abre la puerta de su casa, un pequeño apartamento en el corazón de San Pablo. "Jodido, pero contento", contesta cuando se le pregunta qué tal está. Lo dice con la voz nerviosa, pero con una amplia sonrisa que oculta lo que, en un primer momento, se guarda para él: que hace solo un año estaba infinitamente más jodido. Donato es Donatas Makarevicius, un lituano de 34 años que el pasado viernes cumplió su primer año en este humilde piso. Entró a vivir en él tras pasar los 12 anteriores, con todos sus días y todas sus noches, con las calles de Zaragoza y de media España como hogar.

"Las dos primeras noches aquí me las pasé sentado en el sofá viendo la televisión. No me lo podía creer. No hacía más que pensar cuándo entraría alguien por la puerta y me echaría del piso. Aún me pasa. Aún me despierto por la noche y pienso qué hago durmiendo aquí, cómo puede ser esta mi casa", relata Donato.

Es uno de los diez sintecho de Zaragoza que han encontrado un hogar gracias a la experiencia ‘Housing First’, que desarrolla la Fundación Rais mediante un convenio con el Ayuntamiento. La sociedad municipal Zaragoza Vivienda ha cedido en el último año diez de sus pisos para que los ocupen los casos más extremos del denominado ‘sinhogarismo’: personas que llevan durmiendo en la calle al menos un año ininterrumpido (o tres de forma alterna), y que arrastran problemas de salud, de adicciones o dependencia. Estos requisitos son sobradamente cumplidos por la mayoría, ya que los inquilinos zaragozanos llevaban una media de nueve años en la calle y, en muchos casos, acumulan varios de los citados problemas.

El cambio para ellos es total. Vivir bajo un techo da seguridad, pero requiere un aprendizaje. Donato cuenta que para poner su primera lavadora pidió ayuda a un vecino. "Me dio mucha vergüenza, pero le dije que no sabía cómo funcionaba. Ahora la domino", dice orgulloso. Lo mismo le pasó con la placa de vitrocerámica. "Le daba al botón, pero a mí no me hacía caso", recuerda.

Noemí García Alcázar, responsable de la Fundación Rais en Zaragoza y en varias ciudades más, explica que han tenido inquilinos que las primeras noches las pasaban en el sofá y hasta en el suelo. "Algunos tienen que dormir debajo de la ventana para poder ver el cielo", explica.

Un piso a cambio de casi nada

La mayoría no tiene ingresos, por los que no se les puede cobrar un alquiler. Si los llegaran a tener, deberían dedicar al piso el 30%. "A la gente que nos pregunta cómo damos pisos gratis a la gente, yo les animo a que se estén diez años durmiendo en la calle, con los problemas que tiene esta gente, para que vean lo que es eso", dice Noemí. El nivel de deterioro que sufren los sintecho es tan alto que, en muchos casos, les incapacita para lograr un trabajo.

En el caso de Donato, las heridas de la calle y de la vida se ven a simple vista. La más llamativa es una brecha en la cabeza de más de 20 centímetros, fruto de una pelea que le dejó varios meses en coma. "Me rompieron una televisión en la cabeza en una pelea", recuerda.

Donatas llegó desde Lituania con 16 años y un pasaporte falso. Vino a Zaragoza "porque el autobús venía aquí". Se trajo 30.000 euros que se gastó "en un mes". "Siempre he tenido la cabeza un poco atontada", admite. Al tiempo se vino su padre, a quien un compatriota asesinó en Pradilla en 2005. Aquel terrible suceso, por el que Donato prefiere pasar de puntillas, marcó el resto su vida.

Con 20 años acabó sin hogar y entró en una espiral de autodestrucción. "Cuando vivía en la calle no pensaba ni en cómo comer, solo me preocupaba de conseguir dinero para alcohol y tabaco", explica. Pese a su frágil salud –tras la operación de la cabeza le dijeron que le quedaban diez años de vida–, solo pasaba por el médico cuando le recogía la ambulancia del suelo y le llevaba al hospital.

"Lo más duro de la calle es cuando empiezas a pensar que quieres vivir mejor, pero ves que no puedes salir. Piensas que es mejor morir que vivir así, y te quieres hacer daño a ti mismo. A mí la policía me conocía como el suicida. He saltado del puente de Piedra varias veces, me he intentado cortar las venas... Solo pensaba que la vida es una mierda, que esto no merece la pena", recuerda con lágrimas en los ojos. "Pero has sobrevivido y ahora estás aquí", le dice Raúl Báguena, su orientador. "Sí, igual es que no tengo la cabeza tan atontada...", responde Donato.

"Como una persona normal"

Cuando entró en el piso de la Fundación Rais, la vida de Donato cambió. Para ocupar una vivienda, los inquilinos tienen que cumplir con cuatro normas: permitir una evaluación periódica de su evolución, recibir al menos una visita semanal de un trabajador de Fundación Rais, destinar el 30% de sus ingresos al pago de la vivienda y tener una buena convivencia con los vecinos.

Donato no empezó con buen pie con los suyos de San Pablo porque "ponía la tele a tope". "Ahora me preguntan que dónde estoy, que no oyen nada", afirma contento. Incluso uno de ellos, Agustín, le invita al cine o a comer. "Yo le digo que no, que quiero estar tranquilo en mi casa", mantiene, casi enfadado. Así, poco a poco, va haciendo amigos fuera de "la plaza", como se refiere al lugar donde se juntaba para beber. "La gente le quiere mucho por aquí", afirma Raúl.

Aún está lejos de una rehabilitación y reinserción total, pero su mejora en un año es notable. "Ya casi no veo a la gente de la plaza", asegura. El alcohol no ha desaparecido de su vida, pero sí lo han hecho las borracheras salvajes, las de varios días perdido por la calle. "Me siento mejor, estoy cuidándome, voy al médico... Empiezo a vivir como una persona normal", valora.

Lejos de aquella preocupación única de "alcohol y tabaco", ahora tiene algo parecido a una agenda, con citas para ir al médico o al Inaem. Al vivir en un hogar, pudo empadronarse y tener un centro de salud asignado. Dentro de un tiempo, podrá cobrar el Ingreso Aragonés de Inserción. Ahora usa la ayuda a la alimentación del Ayuntamiento, una tarjeta de 150 euros para dos meses a gastar en un supermercado, solo para determinados productos. Suficiente, no obstante, para cocinar su plato favorito, macarrones con salchichas y tomate. "Me salen muy bien", asegura quien hace un año no sabía ni encender la placa.

En su primer aniversario bajo techo, Donato da "muchas, muchas gracias" a quienes le han ayudado. "No merecía tanto, ojalá pudiera hacer yo algo por ellos", se emociona. Cuando se le pregunta cómo se ve dentro de otro año, contesta que "aún mejor que ahora". Si se le pone el plazo de diez años, no lo ve tan claro. "No estaré vivo", avisa. "De momento, aquí estás", insiste Raúl. "Sí, jodido pero contento –repite–. Cuando me ve la Policía me dice: ‘¡Hombre, el superviviente!’".

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