¿Qué fue del barrio de La Ortilla?

Se ubicaba en la margen izquierda del Ebro, junto a la chimenea, huella de una fábrica de lanas.

Un pino es el único vestigio que queda de La Ortilla, en Zaragoza. Este barrio se convirtió en historia cuando se expropió en la década de 1970. Según un censo de 1955, casi 800 vecinos vivían entre este barrio, el de Ranillas y otras torres cercanas.

Pepe, Luis y José se criaron allí. Esos niños que un día jugaron en sus calles de tierra ahora pasean por las aceras embaldosadas. “Se vivía como en un pueblo”, comenta Pepe Piedrafita, un zaragozano que residió allí durante 26 años. “Las puertas de las casas siempre estaban abiertas y por las noches se salía a la fresca”, añade Luis Calvo, de la misma quinta que Piedrafita y amigos de la infancia. “Me acuerdo de ese melocotonero como si fuera hoy”, confiesa José Domínguez, otro niño de La Ortilla, mientras señala una fotografía tomada desde el edificio de Kasan, recién construido.

En esa vista aérea se aprecia un grupo de casas, de una o dos plantas con corral, articulado en cinco calles: Valero Ripoll, Los Paisanos, Almutazafe, La Ortilla, y Buenos Aires. El nombre de esta última, según sus vecinos, no era por la capital de Argentina, sino por el cierzo que soplaba en ese camino. Entre las viviendas cada día se levantaba la persiana de tres bares, una vaquería y una tienda de ultramarinos, “la de la Pilarín”, coinciden los tres amigos.

El Mercado Central era el otro punto de compra. Para ir a la margen derecha podían hacerlo por la pasarela – actual puente de Santiago -, pero este paso tenía un coste. “Había que pagar 15 céntimos de peseta cada vez que se cruzaba”, critica Piedrafita. El puente de Piedra era el acceso para vehículos y carros, a través del camino de Ranillas, rodeado de acacias. Desde esos árboles los muchachos del barrio disfrutaron, por encima de la tapia de Helios, de un partido de baloncesto entre el Real Madrid y el equipo local, rememoran los tres jubilados.

Ese mismo camino se tomaba para ir al colegio Cándido Domingo. Durante años en La Ortilla no hubo ni escuela ni iglesia. “Don Juan Antonio Gracia celebraba misa en el patio de una parcela cada domingo”, recuerda José, quien hacía las veces de monaguillo.

Con el Ebro en casa

Un episodio que todavía tienen grabado en su memoria fue la crecida de 1961. “El agua casi cubrió los colchones - relata Pepe – así que tardamos una semana en regresar a casa”.

Otros, en cambio, no salieron de su hogar, como Luis y su familia: “Fuimos los únicos que nos quedamos. No nos faltó comida porque salíamos al tejado para llegar al corral y reunir provisiones”.

A los meses volvió a la normalidad. Las casas aguantaron la riada, como lo hace el pino, que continúa resistiendo el cierzo de la que fuera la calle de Buenos Aires. Han pasado cuatro décadas y la zona ha cambiado de forma radical, pero en el recuerdo de sus gentes La Ortilla sigue viva.

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