Jigme Rinpoche: “Una frontera es una invención humana”

El lama Gyetrul Jigme Rimpoche, maestro de meditación y filosofía budista, ha visitado Zaragoza por primera vez con motivo de su gira de primavera 2016.

El maestro budista Jigme Rinpoche, durante su visita a Zaragoza.
El maestro budista Jigme Rinpoche, durante su visita a Zaragoza.
Toni Galán

En una sala del hotel Palafox, con un atuendo naranja y rojo como marca su tradición, nos recibe el maestro budista Jigme Rimpoche, que ha visitado Zaragoza por primera vez. A sus 46 años, tras formarse en Darjeeling (India), el lama de segunda generación –es decir, nacido ya en el exilio y tras la invasión del Tíbet- ha recorrido Asia, Estados Unidos, Rusia y Europa impartiendo conferencias y seminarios como el que le ha traído a la capital aragonesa, ‘Viviendo con apertura, valentía y compasión’, de la mano de la asociación Padma Ling.


Enmarcado en las tradiciones Kagyu y Nygma, se considera un “budista comprometido socialmente”, como demuestran sus más de 20 años dedicado a las labores humanitarias. Además, el maestro -perteneciente a una familia de lamas reencarnados y reconocido por su santidad Dudjom Rimpoché como la encarnación de Pema Lingpa–, tiene a su cargo dos monasterios, uno en la India y otro en Nepal, donde se encargada de una comunidad monástica de más de 400 monjes.


-Este mes de abril se cumple un año de la tragedia que ocurrió en Nepal, el terremoto en el que murieron miles de personas. Precisamente uno de sus proyectos humanitarios se ubica en aquella zona. ¿Cómo surge esta iniciativa?

-Yo estaba allí con mi familia, sentí el temblor, el miedo, el pánico de la gente, el dolor… Quise hacer algo por ellos pero me di cuenta que no iba a poder estar en todas partes y decidí lanzar este proyecto ‘Mero Gaon’, que significa ‘Mi aldea’, y con el que construiremos 55 casas. Lo único bueno de estas situaciones es que los seres humanos olvidan sus diferencias. No hay pobres ni ricos, ni viejos ni jóvenes… Todo el mundo se ayuda.


-Lleva 20 años dedicado al trabajo humanitario, entre otros cometidos ayudando a la comunidad de tibetanos que viven exiliados en Orissa.

-Los últimos 50 o 60 años, tiempo que hace desde que la comunidad tibetana está en Orissa, sus condiciones han mejorado mucho en materia de educación, salud… y las necesidades de la comunidad tibetana en el exilio están más o menos cubiertas. Ahora tienen una preocupación más profunda, no material, sino basada en un sentimiento de falta de identidad.


-Los occidentales estamos acostumbrados a las prisas, el estrés, a ir corriendo de un lado a otro... ¿Qué percepción tiene la sociedad oriental de nuestro ritmo de vida?

-Todos padecemos estrés, lo que cambia es el motivo. En Occidente está más relacionado con lo mental mientras que en Oriente tiene que ver con lo físico. Los occidentales quieren comprender qué es la fe, la devoción y la compasión a través del intelecto, es decir, desde la cabeza. No se dan cuenta de que se trata de un asunto del corazón. La meditación no tiene nada que ver con el intelecto.


-Y ante estas situaciones… ¿No siente impotencia o rencor?

-Siento como tú. Igual que tú. Me siento triste, frustrado, enojado… incluso me enfado. Pero no puedo permitir que estos sentimientos se conviertan en un sentimiento de ira permanente, no me permito estar enfadado porque ¿quién pierde entonces? Sería yo quien perdería mi paz mental y no podría ayudar a nadie. Ni al Tíbet. Si los lamas de la segunda generación hubieran crecido sintiendo odio y violencia hubieran surgido grupos radicalizados que no habrían aportado nada al mundo.


-¿Qué es una frontera?

-Una frontera es una invención humana, la mente es siempre libre, pase lo que pase.


-Ahora mismo en Europa estamos viviendo un grave conflicto con los refugiados sirios, ¿por qué el ser humano crea estas fronteras?

-Para entenderlo hay que ir más allá de lo político y mirarlo desde un punto de vista mucho más humano. Para entender qué significa ser refugiado hay que saber primero cuál es la causa, cuál es su historia... Europa tiene el deber moral de darles refugio y no solo eso, sino también educación para que puedan convertirse en personas con juicio y discernimiento.


-Según sus creencias, todos somos buenos por naturaleza. Si es cierto, ¿cómo puede ser que tengamos tantos conflictos?

-Todo el mundo puede elegir entre cultivar amor y la compasión o cultivar el odio. Hay todo tipo de provocaciones, motivos religiosos, económicos… La parte provocada tiene elección de responder con el mismo odio y la misma violencia, pero lo único que está haciendo es perpetuar el conflicto.


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