El cumpleaños que Einstein celebró en Zaragoza

El genio alemán estaba de visita en la capital aragonesa el día de su 44 cumpleaños. Su viaje estuvo lleno de curiosidades.

Einstein posa en el laboratorio del doctor Rocasolano en la Universidad de Zaragoza.
Einstein posa en el laboratorio del doctor Rocasolano en la Universidad de Zaragoza.
Imagen publicada por Antonio Ríus en la revista del Centre de Lectura de Reus

Los dos días (y pico) que Albert Einstein pasó en Zaragoza, entre el 12 y el 14 de marzo de 1923, fueron un acontecimiento en la ciudad. El alemán, que apenas dos años antes había inscrito su nombre en la lista de ganadores del Premio Nobel de Física, fue abrazado por las autoridades incluso antes de poner pie en tierra aragonesa, donde impartió dos charlas, paseó con los ojos y el alma bien abiertos, escuchó atento y emocionado una rondalla de jota, acudió al teatro, probó la gastronomía local e hizo noche en el hotel Universo y Cuatro Naciones, que se erigía en la calle Don Jaime, a la altura de la plaza de Ariño. En ese edificio, acompañado de su esposa, se despertó en el día de su 44 cumpleaños, que coincidió con su marcha, por lo que es de suponer que no pudo festejarlo como se merece.


Einstein recaló en la capital aragonesa por iniciativa de la Universidad de Zaragoza cuando se encontraba de gira científica por las dos principales ciudades del país. El día 1 abandonaba Barcelona y tomaba dirección a Madrid, donde tenía previsto explicar sus teorías. El rápido (nombre que se le daba al tren que hacía la ruta) que le llevaba a Madrid hacía una breve parada en Zaragoza, escala que aprovecharon el catedrático de la Facultad de Ciencias, Jerónimo Vecino, y los doctores Ríus y Lanas para saludar a la figura y reiterarle la invitación que ya le habían hecho llegar días atrás.


Aquel primer encuentro tuvo lugar el 1 de marzo de 1923. HERALDO DE ARAGÓN daba cuenta de él en la edición del día siguiente y se jactaba de la suerte de poder contar por un breve espacio de tiempo con la más alta figura de la ciencia: "De antemano puede asegurarse que los que conocen sus teorías sobre la relatividad aguardan con impaciencia las explicaciones que dé acerca de ellas. Esa conferencia, como las dadas por Einstein en París, en Barcelona e inmediatamente en Madrid, constituirán un memorable acontecimiento científico. La Academia de Ciencias puede legítimamente ufanarse de haber logrado que el Dr. Einstein sea el huésped de Zaragoza durante unas horas".


El libro ‘Einstein y los españoles. Ciencia y sociedad en la España de entreguerras’, editado por el CSIC, apunta a Jerónimo Vecino como verdadero instigador de la visita, ya que "en 1921 había dado un curso de diez conferencias acerca de la relatividad tituladas Conferencias sobre materia y energía". Otro de los grandes promotores de la venida del alemán fue el químico Antonio de Gregorio Rocasolano, quien "desde 1915 realizaba investigaciones sobre el movimiento browniano, muy influidas por el trabajo de Einstein". La publicación del CSIC reconoce que, en ese período, "sólo en Zaragoza pudo un científico español dirigirse a un programa de investigación einsteniano, si bien en este caso no perteneciente a la relatividad".


Seis días después del 'asalto' al tren, el 7 de marzo, se recibió la confirmación. "Llegaré lunes rápido.- Albert Einstein". El telegrama que recibió Jerónimo Vecino no dejaba lugar a la duda: el pueblo zaragozano sería oyente de una de las personalidades del momento. HERALDO reproducía el mensaje del científico a la vez que lamentaba lo intrincado de los términos que emplearía en sus explicaciones: "Lástima grande que el lenguaje científico requiera cabalísticas expresiones para la casi totalidad de los mortales y más en el caso de Einstein, que parte de la cumbre de la matemática; porque si para entenderle no se requiere iniciación, las lecciones (...) tendrían su adecuado lugar al aire libre, donde la multitud, culta o indocta, se apiñara para escucharle y aprender que en nada de esta mísera vida humana se ha dicho la última palabra".


El gran protagonista llegó al fin en el rápido matutino del lunes 12 de marzo. A la estación acudieron el gobernador civil, González Cobos; el alcalde, Basilio Fernández; el rector de la Universidad, Royo Villanova; los catedráticos Rocasolano y Vecino y otras significadas personalidades de la Zaragoza de 1923 como el cónsul alemán, Gustavo Freudenthal. También se acercaron algunos compatriotas residentes en la ciudad.


Una comitiva propia de una estrella de la música o del cine que acompañó al de Ulm y a su señora hasta el hotel Universo, en la calle Don Jaime. Ahí descansaron hasta la tarde, cuando se trasladaron a la Facultad de Medicina (el actual Paraninfo) para dar la primera de sus conferencias. A la hora marcada, las seis de la tarde, el recinto estaba hasta la bandera. HERALDO lo narraba así: "El salón de actos se hallaba completamente lleno de personalidades de toda clase y condición social. También algunas bellas señoritas y damas distinguidas engalanaban el severo salón con su presencia. Minutos después, el profesor Einstein entró siendo saludado con muchos aplausos". Ya en el encerado, el germano tuvo a bien usar el francés para dirigirse a su público. Se apoyó en bocetos y fórmulas para hacer su discurso más comprensible (en su carta al matemático Julio Rey Pastor en 1920, Einstein condicionaba su venida a España a que pudiese dibujar en las pizarras, ya que solo en alemán podía expresar sus teorías "inteligiblemente"). El público escuchó con atención, si bien tampoco tenía alternativa: las puertas estaban cerradas para evitar el trajín y las interrupciones.


El paso de Einstein fue la comidilla de tertulias y cafés. Incluso algún avispado trató de sacar tajada. La librería de Cecilio Gasca, una de las más notables, ofrecía, en un anuncio en las páginas de HERALDO, "a la multitud de personas interesadas en la Teoría de la Relatividad las obras de autores relativas a la misma". Entre 6 y 12 pesetas costaban los volúmenes de Nordman, Cabrera, Eddigton, Max-Born, Schuch o Lorente de Nó, los eruditos que cita el señor librero en el aviso comercial.


En sus crónicas, los periodistas hicieron un ejercicio de honestidad y, aun intentándolo, reconocieron no contar con los recursos y conocimientos suficientes como para trasladar a los lectores el contenido preciso de las clases magistrales del ilustre. Así lo asumía este diario: "No creemos errar al afirmar que, por la índole del asunto, por la preparación física y matemática necesarias en alto grado para comprender tan altas concepciones y de las que en gran número carecíamos, solo una minoría exigua entendió los fundamentos y las deducciones de la Teoría de la relatividad, difícilmente llevadera al terreno de la vulgarización".


La pizarra perdida y una cuestación para los alemanes


El enredo de la pizarra de Einstein es uno de los regalos que la visita dejó para el anecdotario de la ciudad. Tras su segunda charla, menos concurrida que la anterior pero que el decano Calamita calificó de "espléndido regalo científico", el rector Ricardo Royo Villanova propuso conservar intacta la pizarra que el sabio usó para apoyar sus explicaciones. A sus fórmulas y garabatos se añadió la rúbrica del autor, para que así las generaciones venideras, en palabras del regidor universitario, pudieran contemplarla "como reliquias de la fecha de hoy". Por desgracia, nadie ha podido desentrañar cuál es el paradero de aquella pizarra, no hay forma de saber si permance en algún sótano o por el contrario sucumbió a la guerra o a la mudanza al campus de la plaza San Francisco. O, quizá, algún ordenanza despistado la borró sin conocer la autoría de los trazos. "Dejadnos creer que existe algo infinito y de absoluto en el tiempo y en el espacio para que quepa lo inmenso y lo perenne de nuestra gratitud". Royo Villanova, parece, pecó de optimista al pronunciar estas palabras.


La segunda sesión se levantó tras un despliegue de solidaridad, ya que las diferentes asociaciones escolares habían decidido secundar la iniciativa de abrir "una suscripción en favor de los estudiantes alemanes faltos de recursos". El donativo, cuyo monto se desconoce, fue entregado al invitado acompañado de una carta que se conserva en los archivos de la Universidad Hebrea de Jerusalén, donde también encontró cobijo el diploma en el que se le acreditaba como académico de la Academia de Ciencias exactas, físicoquímicas y naturales de Zaragoza. El nombramiento se había decidido días antes.




Documento en el que se nombra al alemán miembro de la Academia de Ciencias de Zaragoza. Fuente: Universidad Hebrea de Jerusalén


El beso a la jotera


Tras su último recital universitario, el convidado acudió a una comida en casa del cónsul alemán, donde demostró sus dotes con el violín para después dirigirse al Teatro Principal junto a su anfitrión y Jerónimo Vecino. La obra que disfrutaron llevaba por nombre ‘La viejecita’. Tras un nuevo paseo, el insigne científico se retiró a su habitación en el hotel Universo.


El germano también tuvo tiempo de vibrar al compás de la jota aragonesa. Ocurrió el miércoles 14, después de visitar el laboratorio de Rocasolano (en el que fue fotografiado por el matemático catalán José Ríus, quien captó la imagen que ilustra este reportaje y que fue publicada en 1923 por la revista del Centro de Lectura de Reus junto a una reseña científica). Reunidos en el mismo hotel, Einstein y su compatriota el pianista Saüer fueron obsequiados tras los postres de la comida con una rondalla. El periodista de HERALDO presente en el encuentro lo contó de este modo: "Dos baturricas jóvenes, casi unas niñas, cantaron y bailaron nuestro bravo, armonioso himno inmortal. Y Einstein, el calculador, el hombre especulativo, sumido, de ordinario, en las grandes abstracciones y las grandes complejidades de la ciencia física, se emocionó profundamente y, abrazándola, besó en la frente a una de las cantadoras con un gesto entre admirativo y paternal. Fue un momento interesantísimo que Einstein quiso perpetuar, retratándose con la pequeña jotera en su regazo".


Un cumpleaños en Zaragoza


Einstein se quedó con dos aspectos fundamentales de la urbe. El primero, su arquitectura, que elevó por encima de la madrileña y la barcelonesa. El diario El Noticiero recogió sus impresiones: "Fue en Zaragoza donde había admirado los monumentos arquitectónicos, había encontrado una expresión más robusta y elocuente de nuestra fisonomía regional". Su parecer fue expresado el martes 13 en un banquete en el Casino Mercantil al que acudió junto a otros 60 comensales después de callejear por la ciudad y visitar la basílica del Pilar y su relicario, la Lonja –de la que salió entusiasmado- y la Aljafería. Grata fue también su impresión de las huertas que entonces rodeaban el término municipal.


La segunda clave que el alemán se llevó consigo al partir fue el carácter, el espíritu de las gentes. A la conclusión de la comida, y tras ser elogiado por Domingo Miral –que usó el alemán en un breve discurso-, Einstein contestó afirmando que "hasta el momento actual, solo en Zaragoza había percibido las palpitaciones del alma española". Antes de marchar en tren, Einstein, que ese 14 de marzo cumplía 44 años, expresó vivamente, una vez más, su gratitud y el imborrable recuerdo que se llevó de sus horas zaragozanas.

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