"Quiero regresar a mi pueblo, pero con dignidad"

Jánovas es un pueblo vivo a pesar del sufrimiento de varias generaciones que han sido testigos de cómo el fantasma del embalse iba dejando las casas deshabitadas.

Las malas hierbas, la piedra caída, las calles sin nombre… nada ha podido acabar en 50 años de espera con la vida en Jánovas. Recorrer el pueblo hoy en día con quienes lo conocieron es sentir la misma emoción y la misma rabia contenida de quienes lo vieron desaparecer cuando comenzaba a despuntar como uno de los motores de proa de la comarca de Sobrarbe. "Esta era nuestra casa", recuerda Alberto Giral frente a la fachada derruida, "y todavía recuerdo como si fuera ayer, a mi madre cocinando y a mi padre trabajando en el huerto". Alberto y su familia tuvieron que dejar Jánovas en 1965 cuando él tenía tan sólo ocho años de edad ante la amenaza del pantano para irse a vivir a la vecina localidad de Labuerda.


"Mi padre ya me iba poniendo en situación -recuerda- me gustaban mucho los coches y me dijo que en nuestro nuevo hogar pasarían por delante de casa". Su hermano Santiago partió con ellos con tan sólo unos meses de vida. Su primer recuerdo de Jánovas ya es de la primera vez que los antiguos vecinos se reunieron de nuevo para celebrar las fiestas patronales en 2002.


Conforme se hizo mayor, fue conociendo la historia de cuanto había dejado atrás su familia. "Es muy triste saber que te han echado de tu pueblo y que tus padres han tenido que empezar de cero; me llamó la atención que los vecinos siguieran viniendo por aquí y preocupándose por el pueblo, y eso hace que tu también quieras recuperarlo", asegura. "Es jotero y se emocionó mucho al cantar en aquella ocasión; yo, por la parte que me toca, quiero que logren aquello por lo que están luchando", recuerda por otra parte Rosa, su mujer.


Los dos hermanos, junto con otros vecinos del pueblo se han ocupado de limpiar las calles año tras año para que fuesen pasto de la maleza, de arreglar el cementerio y la fuente, de retomar los cultivos, de colocar un cercado eléctrico en torno a los campos para protegerlos de los jabalíes y de volver a organizar las fiestas.


Sin embargo, no todo es tan fácil de recomponer. "La puerta de la escuela la echaron abajo cuando los niños, entre ellos mi hermano, y la maestra se encontraban dando clase. El curso escolar fue suspendido. A partir de entonces, muchos con 12 se tuvieron que poner a trabajar", recuerda con rabia Antonio Garcés quien dejó Jánovas con 20 años, en 1984. Su familia fue la última en dejar la localidad. "Nos marchamos a Campodarbe, pero al llegar, las tierras que nos habían prometido ya estaban ocupadas y regresamos al pueblo. Para entonces ya habían tirado nuestra casa abajo. Y eso con Felipe González, en plena democracia", recuerda con tristeza.


El éxodo comenzó en 1963. Fueron unos años terribles. A una vecina de los Garcés le hicieron abandonar su hogar después de arrojar a la calle el puchero que estaba cocinando. Una vez fuera, tuvo que ver con sus propios ojos como derribaban su casa.


Gritos y amenazas


"Todos los días nos venían a despachar, nos amenazaban, nos cortaban en la calle; pero mi padre dijo que no nos iríamos hasta que no nos inundara el agua; quiero regresar pero con dignidad, esto ha sido para nosotros como cuando meten a alguien en la cárcel por un crimen que no ha cometido", asegura Garcés dolido.


Por ello, espera así que el proceso de reversión, se realice con una especial sensibilidad hacia los afectados. "Dicen que hay que compensar a la todopoderosa hidroeléctrica, pero a nosotros nos han quitado 45 años de nuestra vida para nada, nuestras casas han sido dinamitadas. ¿Quién le devuelve a un niño tres años perdidos de escuela?".


"Al presidente de la CHE habría que preguntarle ahora si a ver si hay que devolverle también todo lo que hemos perdido, a precio de hoy", comenta por otra parte José Lacambra, quien marchó de Jánovas a los 10 años. A su madre, viuda, le dieron 50.000 pesetas de las de entonces. Regresó desde Barcelona, ya casado. Sus mejores recuerdos son del río, el verano y las correrías con sus amigos de entonces.


"Pensábamos que no volveríamos a ver nuestro pueblo nunca más; todos estos acontecimientos han sido una sorpresa para nosotros", asegura. La consigna para él es clara a partir de ahora: "Es cuestión de pelear, pero no porque se tenga que pagar las tierras a precio de hoy, sino porque se nos pague el mar que se nos ha hecho. Queremos justicia", anuncia.