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Los últimos presos de Mauthausen

Los últimos presos de Mauthausen
Los últimos presos de Mauthausen

Mauthausen fue el campo de concentración de los españoles. Allí murieron 4.761 de los 7.347 que entraron entre 1940 y 1945, durante la Segunda Guerra Mundial. La mayoría de los presos procedían de Cataluña, Andalucía y Aragón. De aquí llegaron 841 personas, de las cuales fallecieron 474, según el investigador José Manuel Calvo, miembro de Amical de Mauthausen.

Una decena de presos aragoneses de Mauthausen, que ahora tienen entre 85 y 90 años, sobreviven entre varias ciudades de Francia (París, Angôuleme, Tournefeuille, Larrazet y Tarbes) y en La Victoria (Venezuela). Entre los pocos que regresaron a España se encuentra el murciano José Egea, quien se asentó en Villamayor (Zaragoza), donde nació hace 15 años su nieta Judith.

El último fallecido de los supervivientes fue Mariano Constante. Murió el pasado 20 de enero a los 89 años en su casa de Montpellier. El notario de Mauthausen era el más conocido en su tierra porque regresaba todos los años a presentar libros como 'Triángulo azul', que sirvieron para evitar el olvido de tantos aragoneses. Otros como Joaquín López Raimundo, un taustano de 91 años, vive en París y padece alzheimer.

Monumento del parque

El Gobierno aragonés va a homenajear por primera vez a los supervivientes aragoneses. El próximo jueves se celebrará el acto en el monumento a los deportados, situado en el cabezo de Buenavista del parque grande, inaugurado en 1987 y desconocido para muchos ciudadanos.

La coordinadora del programa Amarga Memoria, Ana Oliva, explica que, pese a su avanzada edad y delicada salud, han logrado trasladar a cuatro de los supervivientes desde Francia. Está previsto que regresen a su tierra Jesús Tello, José Alcubierre, Francisco Bernal y Luis González Peña, que acompañarán a José Egea y Edmon Gimeno, un hijo de aragoneses de Calaceite (Teruel), que estuvo preso en el campo nazi de Buchenwald.

Los ayuntamientos de sus localidades natales (Épila, Tardienta, Garrapinillos, Esplús y Villamayor) completarán el viernes el reconocimiento histórico de estos aragoneses que podrán ir a lugares que, en algún caso, nunca han podido visitar hasta ahora por las más dramáticas circunstancias.

Un cumpleaños sin celebrar

José Egea cumplió 20 años el día que entró en el campo de concentración (21 de enero de 1941) y ha dejado de celebrar sus cumpleaños, que ya han sido 89. "Han pasado 60 años elogiando a los que han muerto en la Segunda Guerra Mundial y parece dar miedo decir que éramos republicanos españoles. Nosotros somos los olvidados porque a la historia de España le faltan engranajes y los deportados somos historia", sostiene en su casa de Villamayor, con su nieta Judith escuchándole para rescatar su memoria, que empezó a contar en el libro 'KL Mauthausen 5894' con su número de preso.

"Parece que éramos salvajes cuando nos fuimos a Francia, como decía la Iglesia católica. Tuvimos que pasar ese tiempo allí y sufrirlo. Los españoles fuimos más solidarios que los franceses porque luchamos allí. Estuve en un pueblo de la línea Maginot y los soldados franceses decían que no hacían la guerra", explica sobre los momentos previos a la ocupación alemana de Francia en junio de 1940.

En vagones como animales

Aquellos republicanos exiliados que cayeron fuera de la Francia libre fueron detenidos por la Gestapo, trasladados como animales en trenes de mercancías hasta el campo de concentración de Mauthausen, en Austria. José Alcubierre reside en Angôuleme, ciudad próxima a Burdeos, donde se lo llevaron con su familia, como a Jesús Tello y Elías González.

Entraron en el conocido Convoy 927, un tren con casi un millar de deportados españoles que partió el 20 de agosto de 1940 y apenas quedan supervivientes de este viaje maldito. "Fuimos en los vagones como animales porque decían que cabían ocho caballos o 40 hombres. Iba con mi padre y mi madre, que volvió a España y todavía oíamos sus chillidos cuando nos dejaron en el campo con mi padre", explica Alcubierre relatando sus pesadillas que aún le persiguen.

La cámara de gas y la eutanasia

José Alcubierre llegó con su padre, como Jesús Tello, José Egea y Elías González, pero a todos los mataron a palos en el campo de Gusen o en el castillo de Hartheim, donde Hitler aplicó la eutanasia con el programa T4. La pérdida de sus padres marcó la vida de estos jóvenes, que resistieron a base de trabajos forzados. Fueron bautizados como "pochacas" porque los enviaron a una cantera del pueblo de Mauthausen, propiedad del magnate austriaco Poschacher, que tuvo así mano de obra gratis.

"Hace poco me enteré que mi padre murió en el castillo de Hartheim donde hacían pruebas los SS. Les abrían en canal y tenían allí su horno crematorio", lamenta José Egea. "Cuando me contaron que mi padre murió a golpes en Gusen no dejé de llorar", coinciden Jesús Tello y José Alcubierre en sus dramas paralelos. A su edad siguen derramando lágrimas al recordar la muerte sin sentido que los dejó solos en el campo de concentración y en la vida.

"Cogieron a mi padre para ir a Gusen y yo me eché encima de él y mi hermano (Luis, uno de los supervivientes que vendrá a Zaragoza) se quedó en Mauthausen", explica Elías González. "Allí te desnudaban completamente, te rapaban el pelo y te daban el traje de prisionero y el número. Eso lo hemos llevado con nosotros hasta el fin de nuestra vida y hay muchos momentos que te vienen a la memoria", cuenta con sufrimiento Elías, en su casa, junto a su mujer turolense.

Aragonés, español y francés

"Me siento aragonés, me siento español a pesar de mi naturalización francesa. Nací en Aragón y soy de aquí, pero en Francia somos reconocidos por cómo lo hemos pasado y también nos ayudaron", reconoce Elías González.

La mayoría se quedaron viviendo en Francia y cuando regresaron a su tierra, durante la dictadura, se llevaron un buen susto. Miguel Aznar Sesé nunca ha vuelto a Mauthausen porque revivir la cantera de los 186 escalones (conocida como la cantera de los paracaidistas porque arrojaban a los presos desde arriba), le tuvo mil y una noches sin dormir. Pero en 1962 decidió volver con su mujer a Oto, su pueblo natal, al lado de Ordesa, para presentarle a su familia y fue sometido a un control policial desde Canfranc que lo descompuso. "Cuando volví a España por primera vez tuve miedo hasta de entrar en mi pueblo. No sabía lo que podía ocurrir. La Guardia Civil no hacía más que interrogarme hasta que les dije que me había hecho francés y no volvía a España para vivir", cuenta Miguel Aznar, que tiene familia en Huesca.

Cómo sobrevivir a los nazis

Jesús Tello volverá esta semana por primera vez a su pueblo, "Épila de Jalón", aunque tiene varios hermanos entre Zaragoza y Lérida. Su discurso es demoledor. En cada frase salta un golpe y un número o nombre en alemán. "Cuando pasé el tifus, en la barraca 32 de Gusen morían a patadas. A la una de la mañana entraba un camión y nos decían que íbamos al hospital para curarnos. Les metían una inyección de gasolina y morían. Sufrí y rabié mucho, hasta que le dije a un SS que estaba curado para trabajar y salí vivo. Aguanté hasta que me dijo 'raus' (fuera)", detalla casi con la misma rabia.

Cada cual buscó un hueco para sobrevivir en ese campo del terror. Paulino Espallargas era "joven, grande y conocido porque sabía boxear", lo que le supuso no morir. "Los soldados alemanes SS eran como yo, chicos jóvenes como yo, y me decían: 'Paulino, tú ganas; si no ganas, al crematorio", le advertían. A Francisco Bernal, que se había convertido en un 'Gandhi' con 48 kilos, le salvó ser zapatero. "Esa profesión me salvó de la cantera. En la zapatería me encontré a un madrileño que fue chófer de Líster. Hacíamos el trabajo para los SS y luego, las chancletas para los presos", cuenta.

Domingo Félez se convirtió en barbero del campo de Gusen, donde lo enviaron enfermo desde Mauthausen. "De octubre a abril nevaba todas las semanas, trabajabas a 30 bajo cero nueve horas al día si estabas en la cantera y lo más normal era morir (de frío o hambre). Pero si tenías un trabajo, solo pasabas frío dos horas", recuerda de su lucha por sobrevivir.