Las tardes de toros animan y dan color a las Fiestas de Huesca

El verdadero espectáculo que atrae a muchos a los toros no está siempre en la arena.

Micky, en el centro tocando la armónica, ensaya este viernes con Los Bisoños en la plaza de toros.
Micky, en el centro tocando la armónica, ensaya este viernes con Los Bisoños en la plaza de toros.
Rafael Gobantes

Las tardes de toros constituyen uno de los principales atractivos para las decenas de miles de personas que se suman estos días en las fiestas patronales de San Lorenzo de Huesca y buscan sumergirse en el corazón de la juerga.


El interés que concita el bullicio de los tendidos se sobrepone a menudo a la habitual tanda de toros y toreros que salen al redondel para esforzarse en contentar y divertir al gentío y hurtar los apéndices auditivos de las reses en la confusión festiva.


Faenas magistrales como la que llevó a López Simón el pasado día 10 a salir a hombros por la puerta grande del coso taurino oscense rompen en ocasiones con la monotonía y el aburrimiento, aunque el mayor reclamo, al menos para una parte del público y de los medios del corazón, es la presencia en una misma tarde de los hermanos Fran y Cayetano Rivera.


Y es que, en ocasiones, el verdadero espectáculo que atrae a muchos a los toros no está siempre en la arena.


La colorida y ensordecedora zona de sol se convierte en sí misma en un abigarrado mundo en permanente movimiento desde el que los peñistas ofrecen imágenes insólitas de la fiesta para el más presuntamente cualificado público de sombra.


Mientras los diestros evolucionan ante unos animales que habitualmente muestran poco interés por la muleta de su contrincante, las gradas de sol se mueven como grandes culebras acompañando el movimiento de cientos de peñistas más preocupados en correr de un lado a otro, gastar bromas, lanzar objetos o vigilar si un misil tierra-tierra en forma de sandía vuela hacia sus cabezas.


La muerte de un toro suele provocar un estallido de gritos y bailes en la zona de sol que animan las charangas hasta que los clarines anuncian la salida de un nuevo morlaco, momento en el que se restablece de nuevo una calma solo aparente en ese microcosmos redondo que es el coso oscense, que va de la expansión al caos.


Entonces, el director de la banda municipal comprueba que es su oportunidad, y sin esperar a que el torero sea objeto de admiración, hace sonar su repertorio de pasadobles durante toda la faena para poder exhibir sus habilidades.


Superado el ecuador del festejo, muerto el tercer toro de la tarde, la ceremonia de las meriendas convierte la plaza en un incensante movimiento de neveras, platos, vasos, botellas y bocadillos que anula cualquier otro foco de atención.


Platos insólitos para el momento y el lugar como guisos de rabo de toro, caracoles en salsa de tomate, macarrones, o carne de ave encebollada corren de un lado a otro de las gradas y ponen en peligro el blanco de las prendas laurentinas.


Pero el espectáculo continúa, y los peñistas llaman a gritos a los toreros para que se desplacen a la parte de sol, y los diestros, convencidos de tener ya alguna oreja en el bolsillo, atienden la petición ante los comentarios críticos del público de sombra, en permanente pulso crítico con los habitantes de la zona soleada.


En la zona de sombra se suelen oir tantas opiniones sobre el estado de los toros y la pureza de los movimientos de los toreros como personas hay en las gradas, y los llamados "entendidos" sólo pueden demostrar la validez de sus argumentos levantando la voz por encima de sus interlocutores.


Pero la corrida finalmente acaba y las peñas inician una animada cabalgata por el centro de la ciudad hasta sus respectivos locales que es vista por las cientos de personas que aguardan ver el espectáculo de la salida de los toros.

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