El clan Ortiz Perea niega el rapto y el asalto a una armería, pese a la cascada de pruebas

Comienza en Huesca el juicio contra dos hermanos de una de las sagas familiares con mayor historial delictivo de Aragón

Benito Ortiz, en 2011, cuando fue juzgado por el atraco frustrado a una oficina del BBVA en Huesca
Benito Ortiz, en 2011, cuando fue juzgado por el atraco frustrado a una oficina del BBVA en Huesca
Javier Blasco/ Heraldo

“Yo no estaba allí. Había ido a Valencia a coger naranjas”, “no entiendo a qué vienen estas acusaciones”, “no tengo relación con nada de lo que se me acusa”. Los dos hermanos del clan Ortiz Perea, Pedro y Benito, de 53 y 60 años, respectivamente, con un largo historial delictivo, han negado todos los hechos de los que se les acusa, durante la primera sesión del juicio oral iniciado en la mañana de este lunes en la Audiencia de Huesca por el secuestro de una mujer en Zaragoza y el atraco posterior a una armería de Huesca.

Se sientan en el banquillo acusados de tentativa de asesinato, detención ilegal, robo con violencia, uso de armas y otros delitos, hasta totalizar penas que suman más de 70 años de prisión. Pero, según su declaración, no estaban cerca de la estación de Miraflores cuando el 23 de mayo de 2016 presuntamente secuestraron a una conductora, la amenazaron con una pistola ametralladora, le robaron el coche y la abandonaron posteriormente en el polígono de la Cartuja atada de pies y manos en un árbol y amordazada.

También han desmentido que horas después viajaran a Huesca para atracar la armería Guara. “La última vez que estuve en Huesca fue en 2009”, ha asegurado Pedro Ortiz Perea. Aquí, de acuerdo con el relato de hechos de las acusaciones, dispararon una ráfaga de ametralladora contra el propietario cuando este salió huyendo, hiriéndole en una pierna. Ni saben nada del vehículo, abandonado en Candasnos, ni de la bolsa que según el atestado de la Guardia Civil se encontró en su poder días después, el 7 de junio, al ser detenidos en Valencia. Dentro aparecieron un subfusil, una escopeta de cañones recortados, cartuchos y un pasamontañas. Estaban junto a un coche que habían sustraído en Zaragoza, y cerca de una oficina de Bankia.

“Habíamos ido a Valencia a coger naranjas”, ha afirmado Benito Ortiz Perea, que en aquellos momentos se encontraba huido de la justicia porque no regresó a la cárcel después de un permiso penitenciario. Cumplía condena por un atraco cometido unos años antes en una sucursal bancaria, también en Huesca y también junto a uno de sus hermanos.

Su estrategia de defensa consistió en negarlo todo, sin importarles la cascada de evidencias contra ellos, que una a una les fue desgranando el fiscal: la posesión de las armas, algunas consideradas de guerra; la identificación por parte de los testigos; los rastros genéticos aparecidos en el vehículo robado en Miraflores; el pañuelo con el que le taparon la cara a la conductora secuestrada y que luego apareció en una mochila de los acusados, así como una maquinilla de afeitar con rastros biológicos de los dos; la localización de sus teléfonos móviles cerca de los lugares de los hechos; las grabaciones con cámaras en sitios donde ellos dicen que no habían estado, como una gasolinera de Sariñena… Y en ninguno de los casos pudieron dar explicaciones convincentes.

Su declaración ha acabado antes de lo esperado, ya que, aparte del interrogatorio del fiscal, apenas ha habido preguntas de las acusaciones particulares, y ninguna por parte de las defensas. Precisamente el Ministerio Público les ha recordado su amplio historial de hechos delictivos violentos. El de Benito comenzó pronto, siendo menor, y en 1977 cometió un homicidio, pero también en este caso se excusó: “ Tengo un hermano que es idéntico a mí, gemelo”.

Una bala en la basura

Tras ellos han declarado varios agentes de la Policía Nacional. El primero ha indicado que tras cometerse el atraco, revisaron todos los vídeos de las gasolineras desde Huesca a Candasnos, donde apareció el coche. Los había captado una cámara en la de Sariñena, pero en las imágenes no se les identificaba. Sin embargo, cuando a través de otros indicios se determinó quiénes eran los sospechosos y los situaron en Valencia, la Policía realizó un seguimiento que permitió detenerlos, se supone que cuando iban a perpetrar otro atraco en un banco. Las dos víctimas, la mujer secuestrada en Zaragoza y el dueño de la armería de Huesca, sí los reconocieron a través de fotografías. Otro agente ha declarado que al saber que habían repostado, tomaron restos biológicos del tapón de la gasolina del vehículo robado. Correspondían a la dueña y a uno de los hermanos Ortiz Perea.

Los agentes que inspeccionaron el lugar del atraco recogieron cuatro casquillos en la calzada situada enfrente de la armería. También apareció una bala que atravesó la puerta de aluminio de la terraza de una vivienda situada enfrente, en una primera planta, y que fue a alojarse contra la pared de un dormitorio. Los agentes solo pudieron apreciar el impacto, pues la dueña del piso les entregó la bala al día siguiente. La había recuperado de la basura. Con el testimonio de los primeros policías ha acabado la primera de las cinco sesiones de la vista oral en la Audiencia de Huesca.

Una ametralladora checa

Para Álvaro Domec, el abogado del dueño de la armería, la negación de los hechos por parte de los acusados carece de relevancia teniendo en cuenta el aluvión de pruebas, los "sólidos" informes periciales y que hay ADN "por todos los sitios". "Han ido sembrando de pruebas todos los lugares donde han estado. Todo los incrimina de una manera de la que es muy difícil salir, aunque ellos nieguen la mayor y digan que estaban cogiendo naranjas en ese momento en Valencia a 2,5 euros la hora". Entre las evidencias, ha citado las pruebas dactilares y de ADN en el coche, las armas, la tienda...; un informe de la Brigada de Homicidios; multitud de testigos oculares al margen de las propias víctimas; y la localización de sus teléfonos móviles. Estos los sitúan en la estación de Miraflores, donde secuestraron a la mujer, y en el polígono de la Cartuja, donde la dejaron maniatada. Y con el de ella fueron hasta Huesca y pasearon por la avenida Monegros, arriba y abajo, hasta cercionarse de que el dueño de la armería se quedaba solo. Incluso con las prisas de disparar al armero, se dejaron una mochila en la que llevaban una cuchilla de afeitar con sus restos biológicos.

El abogado de la defensa ha recordado el amplio historial delictivo de ambos, que incluye el uso de armas prohibidas y que los ha tenido entrando y saliendo de prisión desde muy jóvenes. "Sabían, por los conocimientos que tienen, que usaban un arma automática, y por lo tanto lo que podía suponer hacer cinco disparos en menos de un segundo". Al armero le dispararon con una ametralladora de guerra, de fabricación checa. "No sabemos cómo fue a parar a sus manos, porque la investigación ha llegado hasta aquí", ha manifestado, pero en su opinión venían a robar armas por encargo de alguien.

"Conocen perfectamente las armas y el peligro que conllevan. Para un atraco, basta con una pistola simulada, no necesitan una ametralladora. Pero son personas inestables, y eso les llevó a perseguir al propietario de la armería calle arriba mientras escapaba. Le dispararon en la otra acera y como dos edificios más allá. Querían evitar que los reconociera. Eso marca la diferencia entre una tentativa de homicidio y una tentativa de asesinato".

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