Bea: a dar pedales por la ruta botánica

Víctor Nuño, el alcalde de Bea, cree en los pequeños pasos para la consecución de grandes ilusiones; la ruta botánica y de BTT, repoblación racional, cuidado de la naturaleza y mucho trabajo.

Luis Planas padre, con la carretilla llena de madera para el fogón.
Bea: a dar pedales por la ruta botánica
Laura Uranga

En 2017, Víctor Nuño ha llegado a los tres lustros en la alcaldía de Bea, pueblo montañero de la comarca del Jiloca enmarcado por las sierras de Cucalón y Oriche. En este camino se ha prodigado lo suyo a la hora de pasar a la acción por el pueblo, en vez de esperar el advenimiento del maná. En ello sigue, con la experiencia de unos cuantos disgustos y muchas alegrías.

El alcalde es una persona decidida. "Te lo habrán dicho mil veces, pero en pueblo pequeño, el alcalde hace un poco de todo –dice Víctor– porque otra cosa sería no saber dónde estás. Yo estoy donde quiero estar, y sé lo que necesitamos, pero siempre se pueden ir haciendo cosas nuevas. Si luego no salen bien, pero se han hecho con buena voluntad, queda lo aprendido".

Bea: a dar pedales por la ruta botánica

Bea ha sufrido dos reveses en la última década. La fábrica de pellets inaugurada hace tres años iba a traer aire a la economía de la zona, efectuar valiosas labores de silvicultura en el monte (se iba a nutrir de los restos de biomasa) y dar trabajo a varias decenas de personas, pero no ha prosperado y está actualmente en liquidación. Por otro lado, el proyecto del ayuntamiento local de dar tierras a repobladores para que se hicieran sus casas, en lo que iba a llamarse Urbanización Bellavista, no fructificó. "Los proyectos contra la despoblación a cincuenta años vista –señala Víctor– no sirven para nada, habremos desaparecido todos los pueblos en riesgo mucho antes. Antes de la crisis pensamos en dar parcelas a quien quisiera construirse una casa aquí, pero no era posible ceder terreno municipal gratis, asó que planteamos el formato de un alquiler mínimo que luego convertíamos en donación a quien se animara; fue un ‘boom’, llamó gente de toda España a informarse. Queríamos que se levantaran unas veinte casas, no era cuestión de pasarse, pero llegaron casi cien peticiones. Al final, por problemas burocráticos, la cosa no ha arrancado, pero no descarto hacer un segundo intento en un futuro próximo".

En bicicleta por la comarca

En la comarca se adora el ciclismo; no en vano se celebra aquí cada año (la próxima llegará en abril) la Jamón Bike, una de las pruebas cicloturistas más prestigiosas del calendario nacional. Se han institucionalizado seis rutas de BTT y la quinta, que recorre las sierras de Cucalón y Oriche, incluye a Bea junto con Villahermosa del Campo, Lanzuela, Bádenas, Santa Cruz de Nogueras, Loscos, Mezquita de Loscos, Piedrahita, Fonfría, Lagueruela, Ferreruela de Huerva y Cucalón. En Bea habrá parada y fonda gracias a la gestión de los nuevos incumbente del Rebollar, que son de Lagueruela, el pueblo vecino; de hecho, ofrecerán un servicio integral para que quienes se animen a los recorridos más largos de este trazado puedan reponer fuerzas.

La ermita de San Jorge

Desde sus puertas se tiene la mejor vista del pueblo de Bea. Una buena pendiente, que los vecinos se encargaban de limpiar y habilitar para la procesión anual el día del Santo. No obstante, la ermita andaba hasta hace poco en estado ruinoso. Hace seis años se dio un primer paso con la gran cruz que preside el altozano de la ermita, un empeño del cura del pueblo, Alfredo Gil, actualmente jubilado. El toro mecánico de los hermanos Planas de Tecnospra y la colaboración del propio Víctor hizo posible que la cruz se irguiera en su actual dominio.

La campana de la ermita llama la atención... y tiene su historia: viene de Chipiona, la localidad natal de Rocío Jurado. "Recorrimos mil kilómetros para traerla. Queríamos algo antiguo y bonito para la ermita, hicimos una búsqueda por internet y apareció esta campana en una chatarrería de allá; tenía la madera podrida, pero era recia y nos gustó: además, estaba a buen precio para su calidad. Pagamos, nos dieron la factura y tan contentos. Una vez aquí arreglamos la madera; le pusimos sabina. A los meses nos llamaron diciendo que la campana que compramos había sido arrancada de una ermita. Les dijimos que la habíamos comprado legalmente y reparado, y que si la querían debían pagar lo que valía. Ya no volvieron a llamar: debía ser un asunto personal".

Si hay que cerrar, se cierra

Lo de la ermita acabó bien, pero con la parroquia de San Bartolomé, el asunto se tornó realmente peliagudo. "Hablamos con el arzobispado y nos facilitaron las cosas, luego llegó una subvención del Instituto Aragonés de Fomento. Los cuadros del santo que había en el interior desaparecieron, alguien se los llevó, pero al menos pudimos arreglarla bien. En la iglesia todo fue mucho peor, caían ladrillos de la fachada, un peligro claro. Fui a reclamar ayudan, no me hicieron caso y dije que la cerraría por prevención de riesgos. Me dijeron que eso era imposible por falta de fondos, que pusiera un andamio y unos tableros, pero me negué. Al final apareció el dinero para la fachada y el tejado, no así para la torre. Espero que no haya más problemas".

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