Los 'imperdibles' del Pilar

La cinta de la Virgen, las vistas desde la torre, las bombas que no explotaron... Hacemos un repaso por lo imprescindible de nuestra gran basílica.

El juego infantil que se convirtió en problema

Ya ningún niño corre detrás de las palomas en la plaza de Pilar ni les da de comer, como el de la galería de fotos sobre estas líneas. Ya no quedan vendedores de alpiste, que formaban parte del paisaje humano de la plaza, como los infanticos o los turistas. Aquella costumbre (bastante poco salubre a la luz de estos tiempos), que era consustancial a la visita a la plaza, forma ya parte del recuerdo, porque lo que fue era paisaje de la plaza y disfrute infantil acabó siendo un problema.

A comienzos de los años 90 se detectó que los excrementos de estas aves urbanas afectaban a la salud de la basílica, cuyos tejados y estructura estaban empezando a corroerse y a ser amenazados por el peso. No hubo más remedio que combatirlas hasta prácticamente hacerlas desaparecer.

Un templo que ha sobrevivido a las bombas

El Pilar, como testigo de la historia de la ciudad, ha sobrevivido a todo tipo de avatares. Sufrió mucho durante los dos sitios que las tropas francesas pusieron a la ciudad, en 1808 y 1809, y en sus muros aún exteriores aún quedan vestigios de los impactos de la artillería de Napoleón. Y en las primeras semanas de la Guerra Civil, el 3 de agosto de 1936, cayeron sobre él edificio tres bombas lanzadas desde un avión. No llegaron a explotar.

La cinta de la Virgen: mucho más que un acto de fe

Desaparecida la Z de las matrículas, un buen detector de zaragozanos al volante puede ser la cinta de la Virgen del Pilar anudada al retrovisor. Y lo mismo sucede con una maleta en un aeropuerto, o cualquier mochila infantil camino de un colegio. Este popular trocito de tela está estampado con un grabado impreso que mide 36,5 centímetros, la altura justa de la imagen de la Virgen, y hay hasta once medidas de distinto color, incluidas las banderas de Aragón y de España.

Llevándola en un cochecito de niño o en la muñeca se busca protección, pero más allá de las evidentes motivaciones religiosas, es tal su popularidad que bien puede decirse que ha trascendido para pasar a ser un símbolo de la pertenencia a la ciudad. Y no solo, porque la lucen también en otros lugares y hasta rostros muy conocidos, como los de Rafa Nadal, Concha Velasco o Iker Casillas.

Desde la torre: la ciudad imponente

Se puede subir a una de las torres desde 1967, gracias a un ascensor con capacidad para 16 personas que construyó Giesa. Fue sustituido en 2011 por otro de la casa Krone con capacidad para 21 personas. Desde lo alto de la torre se ven la ciudad, el río, la sierra de Guara, el Moncayo y hasta el Pirineo.

Por el manto

Prácticamente no hay zaragozano que no haya pasado, antes de hacer la primera comunión, por el manto de la Virgen del Pilar. De ello se ocupan los populares infanticos, colegio de niños que cantan a la Virgen y adornan sus ceremonias y que se remonta al menos al siglo XIV.

El salón de los zaragozanos y de los turistas

Más de cuatro millones y medio de personas visitaron el año pasado el Pilar, y aunque muchos de ellos son aragoneses, un importante número corresponde a visitantes de fuera. Es el edificio más fotografiado de Aragón, y en su entorno proliferan tiendas de recuerdos y souvenirs. La imagen de la Virgen, lógicamente, es lo más demandado.

La plaza de las fuentes

La gran reforma de 1991 barrió los árboles de la plaza del Pilar. Para compensar la gran cementada, surgió una nueva fuente, la de la Hispanidad, de gran espectacularidad, que pasó a formar trío con la de Goya, frente a la Lonja, y otras más pequeñas pero entrañables, como las de los niños con peces, de Francisco Rallo. Estas sustituyeron a otras que, en la práctica, servían de bebedero a las palomas.

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