El nombre de los héroes: Lapetra, Perico, Magee...

Además de Nayim, otros equipos y deportistas de diferentes disciplinas han conseguido poner en el mapa internacional a la capital aragonesa.

Cuando era niño, allá en Arteixo (La Coruña), donde Arsenio Iglesias empezaba a ser leyenda, el Real Zaragoza era ya uno de los equipos de mi vida. Sobre todo el de los zaraguayos. Más que Arrúa, el Pelé blanco o indio, mis jugadores eran García Castany, un mago del oficio de centrocampista, y José Luis Violeta, el capitán y un gladiador con clase y poderío. Ellos me llevaron a mirar el pasado, la gloria reciente.

Así, gracias al diario ‘As’ y a algunos recuerdos inventados, viví de manera retroactiva las gestas de los Magníficos: sus títulos y su juego excepcional. Las noches donde el fútbol tenía ritmo y fantasía. Algo que, años después, me contaría el gran Luis Belló, entrenador del equipo que ganó la Copa del Generalísimo y de la Recopa de 1964 con aquella alineación que aún suena como un poema: Yarza; Cortizo, Santamaría, Reija; Isasi, Pepín; Canario, Duca (luego vendría Santos), Marcelino, Villa y Lapetra. Carlos Lapetra, el once menudo de calzón distraído, era el arquitecto y mariscal de campo; en aquel elenco había dos gallegos: Reija, que fue un lateral  moderno, y el cabeceador Marcelino. Los Magníficos volvían a ganar la Copa del Generalísimo de 1966 ante el Bilbao de Iríbar.

El torero Perico Fernández había sido como el estallido de una bomba en la agonía del franquismo. Primero tumbó a Manolo Calvo; luego vapuleó al clásico Tony Ortiz, un cordobés furioso y desmelenado, y se enfrentó a Lion Furuyama, en Roma, en disputa del título del mundo de los superligeros. Era la noche del 21 de septiembre de 1974; en España no dormían ni las monjas. Perico, que poseía un golpe demoledor, recibió un impacto en el primer asalto que le quebró las costillas. No parecía el de siempre, pero poco a poco remontó, sacó alguna mano brutal y Furuyama, incansable, acusó el golpe; los ojos se le pusieron vidriosos. Al final, por la calidad de sus golpes y su osadía, el joven aragonés que salía del arroyo ganó a los puntos. Se convertía en un héroe nacional que sería recibido y abrazado por Franco y besado por las reinas de la belleza.

Zaragoza es una ciudad de gestas. En diciembre de 1983, el CAI de los hermanos Arcega, del refinado Bosch, del sobrio Jimmy Allen y del corpulento y genial Kevin Magee, su talismán absoluto, logró su primer título: la Copa del Rey. En un partido especial, donde pareció esfumarse un punto, venció al Barcelona 81-78. Fue una noche inolvidable, de éxtasis y de intenso baloncesto. Roja leyenda del tiempo. El CAI volvería a vencer en la final de 1989-1990 al Joventut. Aquella fue también la victoria de Mark Davis:_44 puntos.

Para cualquier aragonés, zaragozano o enamorado del fútbol, la mejor noche del Zaragoza sucedió en París, el 10 de mayo de 1995. Allí Nayim, el elegido de Dios o de Alá, marcó uno de los goles del siglo. Adivinó el instante decisivo: recibió un balón suelto a media altura, miró en décimas de segundo y calibró su parábola; impactó con la bota y con el alma, y lo clavó por una rendija que solo intuyó él. Nunca un sueño se materializó de forma tan bella y emocionante. Recuerdo que estaba en La Iglesuela del Cid con mis hijos Diego y Jorge, de 5 y 3 años: los tres empezamos a gritar "gol gol gol" antes de que Seaman viviera el mayor naufragio de su vida.

- Ir al especial 'De Zaragoza de toda la vida'.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión