Zaragoza, ciudad 'pontuaria'

Hasta 15 puentes cruzan actualmente el Ebro a su paso por la capital aragonesa.

Hoy en día, hasta quince puentes cruzan el río Ebro en Zaragoza. Hay quien se pone a contar y solo le salen trece, pero es porque se olvida de los dos más extremos, que quedan fuera del casco urbano y es por eso fácil pasarlos por alto.

El caso es que, siguiendo el curso de las aguas, encontramos:

1.- el puente que une los barrios rurales de Alfocea y Monzalbarba;

2.- el de la Ronda Norte de la autopista;

3.- el del Tercer Milenio;

4.- el Pabellón Puente;

5.- la pasarela del Voluntariado;

6.- el de La Almozara;

7.- el de Santiago;

8.- el decano, el Puente de Piedra;

9.- el del Pilar o de Hierro;

10.- el de la Unión o de Las Fuentes;

11.- el peatonal sobre el azud;

12.- el dedicado a Manuel Giménez Abad;

13.- el moderno del ferrocarril, al que no sé si alguien se ha molestado en poner nombre;

14.- el de la Z-40;

15.- la pasarela del Bicentenario, ya en La Cartuja Baja.

Entre 2008 y 2011 aún se podía añadir un decimosexto paso, la telecabina que se instaló para la Expo y que ya no presta servicio.

Los detallados mapas que ofrece internet permiten constatar que, a lo largo de todo el viaje que el Ebro realiza por tierras aragonesas, son treinta y uno los puentes que lo cruzan, desde el de la carretera CV-4 en Novillas hasta el de la A-2414 en Mequinenza. Así que la capital se queda con la mitad de todos ellos. Y sin embargo, durante siglos los zaragozanos solo dispusieron de un enlace fijo para cruzar el gran río, el veterano puente de Piedra, cuyas obras se iniciaron en 1401 y que reemplazaba a los que al parecer existieron en las épocas romana y musulmana.

Seguramente había otros puentes menores, de madera, situados a mucha menor altura y que desaparecerían con frecuencia arrastrados por las crecidas. Solo ya entrado el siglo XIX empezó a tener compañía la veterana alcántara. Primero, con el puente ferroviario que se construyó donde hoy está el de La Almozara y que tuvo varias reconstrucciones; y en 1895, con el de Hierro. Pero quienes tengan más de sesenta años todavía recordarán una Zaragoza en la que, trenes aparte y sin contar algún transbordador como la famosa barca del tío Toni, solo se podía atravesar el río por dos puentes de verdad. A los que se añadía una pasarela colgante de tablas para peatones, que bailaba no poco bajo los pies del caminante y en la que se requería abono de peaje por el privilegio de usarla.

Hubo que esperar hasta el desarrollismo de los años sesenta del siglo pasado para ver una nueva floración de puentes. Llegaron entonces el de Monzalbarba y, poco después, el de Santiago y uno nuevo para el ferrocarril aguas abajo, en un emplazamiento muy próximo al del actual.

A finales de los ochenta y principios de los noventa surgió una nueva hornada. El antiguo paso del ferrocarril en La Almozara fue reconvertido para el tráfico urbano, al de Hierro se le añadieron los dos tableros curvos que escoltan hoy su estructura principal y se construyó en Las Fuentes el de la Unión.

Pero ha sido en estos primeros años de nuestro siglo cuando Zaragoza ha alcanzado, si se autoriza la expresión, la categoría de ‘ciudad pontuaria’. El cierre de los cinturones de ronda, los festejos de la Expo y el deseo –no sé si del todo conseguido– de integrar al Ebro en la vida ciudadana han servido para añadir ocho puentes más a la nómina de los que cruzan el gran río por la capital aragonesa.

Zaragoza está hoy bien pertrechada en este aspecto y puede mostrar incluso un buen catálogo de estilos y técnicas constructivas, que quizás merecería una ruta didáctica y turística para darlo a conocer.

Los puentes, que unen orillas opuestas, son metáfora –un tanto manida, es verdad– de la voluntad de entendimiento entre las personas. Pero también son siempre un cruce de caminos. Mientras las gentes los cruzan de un lado a otro, absortas en sus inquietudes diarias, las aguas transcurren por debajo y el río continúa impasible su incesante fluir.

- Ir al especial 'De Zaragoza de toda la vida'.

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