Una ciudad donde pasarlo bien

Se empieza con un vermú en las plazas o en los bares más castizos y se acaba recenando de madrugada. Zaragoza sabe darle la vuelta al reloj cuando se trata de ir de marcha. Las costumbres cambian, pero las ganas de divertirse permanecen.

Imagen de Bodegas Almau a la hora del 'tapeo'.
Imagen de Bodegas Almau a la hora del 'tapeo'.
A. N.

A medio camino entre la luz del Mediterráneo y las tradiciones norteñas, Zaragoza es la olla perfecta para cocinar el mejor de los caldos festivos. Que levante la mano quien no haya despedido alguna vez a unos amigos de fuera, perjudicados todos por la resaca, pero felices tras una noche inolvidable. Quien no haya alargado un vermú hasta juntarlo con la primera copa. Quien no haya sido parroquiano habitual de algunas de las zonas que hicieron de Zaragoza una de las capitales españolas de la marcha. Quien no haya señalado a un forano el camino "al bar de los Héroes". Quien no haya sucumbido de madrugada al antojo de hacer una paradica en El Timple antes de volver a casa. Quien no haya disfrutado de una soleada mañana de domingo en la compañía de unas bravas, una gilda y un penalti.

De zona en zona

Las normativas en defensa del descanso de los vecinos, las nuevas costumbres amigas de un ocio más diurno y el controvertido botellón, que ha trasladado a buena parte de los jóvenes de los bares a parques y riberas, han herido de muerte, o directamente acabado, con algunos de los epicentros nocturnos de la ciudad. Como la ardilla legendaria que iba saltando por los árboles recorriendo la península de norte a sur, en Zaragoza se podía ir de zona en zona y que te faltara noche. En los años ochenta y noventa, bullían el Rollo, Doctor Cerrada, Bretón, Francisco de Vitoria y alrededores... Eran los tiempos de la KWM, en Fernando el Católico, reservada a los noctámbulos más recalcitrantes, o de la sala Modo o la Metro. Cómo olvidar la En Bruto y su efervescente radio de acción musiquero, con El Fantasma o el Central... Fue otra movida. La que no aparece en los libros sobre la Transición, terreno abonado para el talento musical, cuya fértil cosecha se ve hoy en los escenarios de la mano de Amaral, Héroes del Silencio (y, después, Bunbury) o Violadores del Verso, luminarias zaragozanas del panorama musical español, de los pocos capaces ya de llenar grandes recintos. Aquel ambiente pertenece ya al pasado, cada uno decidirá si digno o no de nostalgia. Un pasado al que también pertenecen las preciosas cafeterías que jalonaban Independencia o Sagasta (Las Vegas, Espumosos, Imperia...),  desaparecidas tras el telón de las franquicias y la globalización.

Como la aldea gala, hay una zona que resiste. Es el Casco Histórico. El Casco, para los amigos. Aunque con pérdidas emblemáticas (la más reciente, la del Licenciado Vidriera), en 2017 resiste aún e, incluso, vive actualmente un momento dulce con la incorporación de nuevos locales y la reorientación de otros. Al Casco, además, le ha salido un estrambote en la calle Espoz y Mina, donde se han juntado hasta cuatro bares en los que la calidad de la música importa.

Historias de la mili

Pero quien verdaderamente ha experimentado una segunda juventud es el Tubo, referente intergeneracional, más allá de códigos locales. ¡Ay, la de historias de la mili que han vivido esas calles!

Tras algunos años de depresión, en los que los cierres y el abandono fueron la tónica, sus callejuelas atestadas de garitos vuelven a ser parada obligada de turistas y locales, atraídos por sus tapas y su ambiente. El año 2008, el de la Expo, no solo marcó un antes y un después en las riberas del Ebro. También lo hizo en esta tradicional zona de bares, en pleno centro. El empeño de algunos veteranos hosteleros del Tubo y la reapertura del Café El Plata actuaron de bálsamo de Fierabrás. El talento de Bigas Luna y su propuesta de Cabaret Ibérico revivieron el espíritu del que hoy por hoy es el único café cantante que queda en Europa.

Los nuevos bríos del Tubo atrajeron también importantes fichajes en sintonía con las nuevas modas culinarias (afamados restaurantes, chefs de vanguardia y comidas del mundo) que ahora conviven con los establecimientos más tradicionales. Desde las papas bravas al sushi, del vermú de grifo al pisco sour, del champi a los tacos mexicanos, de las croquetas al mi-cuit, pasando por la creciente sofisticación de las recetas del ternasco.

El despertar del Tubo animó a otras zonas de bares, hasta ese momento de capa caída, a sacudirse la modorra. Como la de la calle Heroísmo que, tras permanecer durante años en un segundo plano, es parada obligatoria de la noche de los jueves con el Juepincho, la más potente costumbre de nuevo cuño en la agenda fiestera. También vuelven a bullir las calles de la Magdalena, espoleadas por un imaginativo, joven y variado pequeño comercio. Las tiendas vintage, de diseño artesanal, peluquerías, panaderías y nuevos bares de pinchos conviven con veteranos de la zona, como el Entalto, el Gallizo o la alpargatería Alfaro.

Formato familiar

También vive un renovado momento de gloria la costumbre que, aunque nunca ha dejado de estar de moda, se ha visto potenciada en los últimos años: el vermú. Los que quemaban la noche en los 80 y los 90 apuestan ahora por el remedo del formato familiar y diurno que supone el vermú torero. Los mercadillos, tan de moda, y las nuevas cafeterías ‘cuquis’ son las muletas donde se apoya el fenómeno, nacido para sacudirse la pereza dominical. Se empieza la mañana en el Rastro, en el mercado de San Bruno, en el de Las Armas o en cualquier otro de las decenas de ofertas similares y se alargan las cañas hasta la primera copa en alguna de las cafeterías pensadas y decoradas para sentirse como en casa. Y al caer la noche, a casica a bañar a los niños. Zaragoza está pensada para pasarlo bien.

- Ir al especial 'De Zaragoza de toda la vida'.

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