¿Cómo son las vacaciones solidarias de los aragoneses?

El perfil de estos usuarios es de gente joven, aventurera y con cierto grado de inquietud por cambiar el mundo.

Héctor Gascón, en Lesbos
Héctor Gascón, en Lesbos

Cada vez son más los aragoneses que se suman a esta práctica de las vacaciones solidarias y deciden dedicar sus días libres de verano a una buena causa. El perfil es de gente joven, aventurera y con cierto grado de inquietud por cambiar el mundo, como explica Sandra Fidalgo, vecina de Calamocha de 35 años y una de las fundadoras de la Asociación Expedición Solidaria junto a tres compañeras de Madrid, Valencia y Vitoria. “Las cuatro realizábamos viajes solidarios con asiduidad con la misma agencia y cuando esta cayó en bancarrota nos ofreció un traspaso. No nos conocíamos de nada pero decidimos probar”, recuerda.

De esto han pasado ya dos años y aunque está siendo una tarea laboriosa, asegura que merece la pena. ¿Sus destinos? Nepal, Bolivia, Uganda y la India. En el caso de Fidalgo, ella ha visitado los tres primeros. “Mis primeras vacaciones solidarias fueron a Uganda hace ya 7 años, desde entonces siempre que puedo viajo de esta forma”, explica. El funcionamiento de la asociación es sencillo, contacta con proyectos locales de cada uno de estos países con los que colabora, y manda a los viajeros interesados que a la vez realizan un donativo. "En cada lugar cuentan con un anfitrión local que se hace cargo de su estancia", añade.

“Es una manera de combinar una inmersión total en otra cultura con una actividad solidaria y algo de turismo”, afirma Fidalgo. Entre alojamiento y comida, la semana puede salir por unos 120 euros, “el viaje corre por cuenta de cada uno”, destaca.

Esta misma inquietud fue la que llevó a Inés Escario a buscar otro destino solidario, esta vez más cerca, en concreto en Toulouse, Francia. “La idea de realizar un voluntariado intensivo en verano me rondaba en la cabeza desde hace mucho tiempo, durante el resto del año tengo un horario muy cambiante y me resulta difícil establecer un compromiso”, explica la joven vecina de Villamayor, que encontró su oportunidad solidaria a través de un anuncio de la revista para jóvenes CIPAJ. Su viaje se encuentra enmarcado en el movimiento internacional solidario Emmaüs, fundado en Francia por el Abbé Pierre en 1954. “Se dedica a la recepción de donaciones para su posterior venta o reutilización”, añade.

La zaragozana ha permanecido 16 días trabajando en la selección y venta de ropa y de libros. “Es increíble la cantidad de mercancía donada que entra cada día y todo el trabajo de selección y limpieza que hay detrás hasta su venta. Una venta a un precio muy reducido lo que hace que los libros, los juguetes, la ropa y muchos materiales de primera necesidad sean mucho más accesibles para los desfavorecidos y para cualquiera que adquiera estos productos de segunda mano”, asevera.

Aunque, para ella, el gran descubrimiento de este viaje solidario han sido, sin duda, las personas que la han acompañado en esta aventura: “Nos hemos juntado jóvenes de Francia, Turquía, España, China, Marruecos y Georgia con los que he tenido la oportunidad de compartir momentos inolvidables”. En su caso, la asociación pone a disposición de los voluntarios alojamiento y comida: “Tan solo he pagado el billete de ida y vuelta, en torno a 100 euros, y los gastos de las actividades de ocio realizadas en nuestros días libres”.

Otro ejemplo de vacaciones solidarias es el de Héctor Gascón y Yaiza Sánchez, vecinos de Zaragoza, acaban de regresar tras pasar tres semanas en la isla griega de Lesbos. "Un lugar idílico", dicen, pero también protagonista de algunas imágenes sobrecogedoras que jamás podrán olvidar. “Dormíamos una media de 4 horas al día aunque teníamos que estar disponibles las 24 horas por si llegaban botes de refugiados”, explica Gascón.

En su caso, tenían claro que querían viajar por libre por lo que, tras ahorrar durante todo el año -el viaje les ha costado unos 1.200 euros a cada uno incluyendo desplazamientos, el alquiler de un apartamento y otra serie de gastos-, se compraron dos billetes a Atenas donde contactaron con otros voluntarios españoles. “Nos dijeron que acudiésemos al edificio Victoria –un 'Squats' o centro ocupado donde se aloja a muchos de los refugiados que llegan al país- donde participábamos en los talleres infantiles o recogíamos ropa. Allí nos enteramos que de que hacía falta gente en Lesbos, así que nos dirigimos a la costa”, asegura Sánchez.

Su función ha sido la de realizar guardias de vigilancia cada noche, sin perder de vista el mar. “Nos daban unos prismáticos y lentes de alta visión y teníamos que avisar cuando llegaban nuevas embarcaciones. La semana pasada llegaron 5 en tres días, una noche llegó más de un centenar de personas y estábamos los dos solos, así que tuvimos que preparar la cena, buscar pañales y ropa como pudimos”, recuerda Sánchez. Lejos de lo que muchos puedan pensar, Lesbos es un paraíso vacacional: “Varias noches, mientras los turistas cenaban en las terrazas cerca del mar, ha llegado alguna patera y nadie se ha levantado a hacer nada”.

Sin embargo, aseguran que lo que más les sorprende es la alegría con la que llegan los refugiados tras pasar un trago de tal envergadura. “Bajan contentos y los bebés no lloran. Llegan muy agradecidos porque se acaban de jugar la vida pero lo han logrado”, afirma Gascón.

“Nunca había visto sonrisas como estas”

A unos 6 kilómetros de su casa, se encontraba uno de los emplazamientos más pintorescos de Lesbos, el denominado ‘Valle de los chalecos’, un lugar “inolvidable”. “Antes de salir al mar les venden chalecos de espuma, no sirven para nada. Cuando llegan aquí se los quitan y se quedan en la playa. Se han acumulado tantos que hay montañas de ellos repartidos por la playa”, relata Gascón. “Hemos vivido situaciones donde el dolor humano es inmensurable, estás viendo el lado más miserable del ser humano”, lamentan.

Sin embargo, recién llegados a España tras 21 días viviendo otra realidad, ambos coinciden en que este viaje les ha cambiado la vida y que volverán lo antes posible: “Ahora necesitamos coger distancia de lo sucedido y pensar en qué podemos hacer para continuar aportando nuestro granito de arena. No somos las mismas personas, es difícil de explicar pero esto te cambia”.

En su caso, Sánchez, que había repetido experiencia en vacaciones solidarias en varias ocasiones, asegura que, esta vez, han sido distintas. “Nunca había visto sonrisas como estas, llevan días sin comer, pasando miedo, y sin embargo, sonríen”, destaca. “La única manera de entenderlo es viniendo aquí”, concluye.

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