El día en el que Bashar al-Ásad fue propuesto profesor de honor en la Universidad de Zaragoza

El presitigioso neurocirujano Vicente Calatayud explica los motivos que le llevaron a proponer el nombramiento.

Vicente Calatayud (el segundo por la izquierda) reconocido en uno de los congresos de la asociación hispano siria
Vicente Calatayud (el segundo por la izquierda) reconocido en uno de los congresos de la asociación hispano siria

Hace poco hablábamos en Heraldo TV sobre la teoría de los seis grados de separación, una hipótesis que, de ser cierta, implicaría que si nos pusiésemos a buscar relaciones entre todas las personas del planeta y sus respectivos conocidos, acabaríamos por deducir que todas están conectadas entre sí y separadas unas de otras por un máximo de seis personas.

Los sociólogos avisan de que es muy aventurado defender semejante teoría, pero desde luego todo apunta a que, de querer iniciar una investigación en profundidad al respecto, Zaragoza sería un buen lugar del que arrancar. Que ¿por qué? Podríamos echar un vistazo a la sección 'Pasaron por aquí' que cada fin de semana firma Antón Castro en el suplemento 'De Sábado'. O recordar el cumpleaños que celebró Albert Einstein en nuestra ciudad. Pero si queremos encontrar relaciones todavía más rocambolescas, podríamos hablar del día en el que el vilipendiado presidente sirio Bashar al-Ásad estuvo a punto de ser nombrado profesor honoris causa de la Universidad de Zaragoza. Por supuesto, ocurrió antes de que estallase la cruenta guerra que ha dejado cerca de 400.000 muertos en el país, cuando todavía muchos pensaban que el mandato de al-Ásad, aquel médico que se especializó en oftalmología en el Reino Unido, sería sinónimo de avance, apertura y modernidad.

La foto de la guerra en Siria que se viralizó hace apenas dos meses y que removió conciencias en todo el mundo podría servir como punto de partida del experimento. Quién iba a pensar entonces que aquel coleccionista de coches de época que fumaba entre las ruinas conservaba en Zaragoza a algunos de sus mejores amigos. Es más, quién iba a pensar que él mismo, el anciano mitad señor mitad mendigo que se había convertido en un icono de la guerra en Siria vivió varios años de su vida en un piso alquilado de la calle de Ricardo del Arco, mientras estudiaba Medicina en la Universidad de Zaragoza.

Para avanzar hacía la confirmación de la teoría de los seis grados basta con tirar del hilo y preguntar a algunos de los sirios que vinieron a estudiar a Zaragoza en la misma época y que nunca llegaron a marcharse. Es el caso de más de un centenar. Muchos de los que se quedaron lo hicieron por amor. Lo encontraron mientras estudiaban y formaron una familia en la ciudad. Lo dicho: preguntando nos encontramos varios dedos que señalan hacia la misma persona, un profesor de aquella época al que recuerdan con un cariño especial y con el que muchos todavía mantienen el contacto.

Nos recibe en un café de la plaza del Carmen. Se trata del prestigioso neurocirujano Vicente Calatayud, catedrático emérito de Neurocirugía de la Universidad de Zaragoza y miembro de la Real Academia Nacional de Medicina. No tardamos en abordar el asunto que nos ha llevado allí. Lo confirma: sí, efectivamente, fue él quien hace ahora una década propuso al presidente sirio Bashar al-Ásad como profesor de honor de la Facultad de Medicina de Zaragoza.

Los motivos

Por aquel entonces seguía activa la Asociación Hispano Siria de Zaragoza. La integraban antiguos estudiantes sirios de la Universidad: casi todos los que se habían quedado y muchos de los que se habían vuelto a su país. Su actividad estaba enfocada a la organización de congresos de Medicina en Siria, e invitaban a reputados doctores que destacaban en áreas concretas. Calatayud (su apellido ya era un presagio de lo ligado que se sentiría a lo largo de su vida al mundo árabe) viajó con esta organización a Siria en ocho ocasiones. La primera vez el país todavía estaba dirigido por el padre, pero en sus últimos viajes ya fue recibido por al-Ásad hijo en la casa presidencial. El último viaje lo hizo en 2008. En algunas publicaciones de carácter médico se les ha llegado a achacar, incluso, una "profunda amistad". El aragonés adoptivo (nació en Ciudad Real) tilda ahora, entre risas, de exageradas aquellas afirmaciones.

"Nos invitaban allí a participar en los congresos, a estrechar relaciones, a intercambiar técnicas y conocimientos y a operar en sus hospitales", explica Calatayud. De aquellos viajes habla con cierta nostalgia del ambiente de "convivencia total" que se respiraba. Recuerda, de hecho, haber asistido a procesiones católicas de Viernes Santo que discurrían por barrios árabes y judíos. "Y no pasaba nada", recalca.

En el transcurso de la conversación ha llamado por teléfono a varios antiguos alumnos sirios y uno no ha dudado en personarse para dar un abrazo a su amigo. Este confirma las reflexiones de Calatayud: "Antes de la guerra éramos el pueblo más acogedor y abierto de Oriente Medio, la convivencia era total", recalca mientras pide que no se publique ningún dato que pueda identificarle. "Todos tenemos familias allí, aquí hay informadores de todas las partes y no podemos arriesgarnos", se justifica.

Fue en aquella época de aparente calma que precedía a la tormenta cuando el neurocirujano consideró oportuno que la Universidad de Zaragoza reconociese los esfuerzos de al-Ásad en el ámbito sanitario, pensando, además, en lo fructíferas que podrían resultar a nivel institucional las buenas relaciones hispano sirias. "Había una enorme cantidad de sirios que habían estudiado Medicina aquí y el nombramiento de al-Ásad como profesor honoris causa podría haber ayudado a asentar las relaciones con la Universidad de Damasco", explica. Sin embargo su propuesta terminó siendo rechazada.

Poco después, cuando estalló la guerra, la asociación hispano siria de Zaragoza se disolvió. El antiguo alumno de Calatayud explica que muchos de los médicos que conocían en las zonas afectadas se han fugado o han sido secuestrados, que los hospitales han quedado destrozados y que incluso los que colaboraban desde aquí ya no se atreven, ni siquiera, a fiarse los unos de los otros.

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