"¿Por ser ciega no puedo decidir con quién me caso?”

Actualmente la ley exige que los discapacitados visuales y auditivos presenten una autorización médica para contraer matrimonio.

Irene y Juan durante su luna de miel.
Irene y Juan durante su luna de miel.
HERALDO

Todo empezaba en julio de 2015 con la publicación de una modificación del artículo 56 del Código Civil la cual establece que “si alguno de los contrayentes estuviere afectado por deficiencias mentales, intelectuales o sensoriales, se exigirá por el Secretario judicial, Notario, Encargado del Registro Civil o funcionario que tramite el acta o expediente, dictamen médico sobre su aptitud para prestar el consentimiento”.

A principios de 2016 el Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (CERMI) reclamó al Parlamento que modificara dicho artículo proponiendo un texto alternativo. Tras muchos meses en pie de guerra consiguieron que se aprobara dicha modificación, la cual no comportará que las personas con discapacidad visual o auditiva tengan que presentar un certificado médico para casarse. Dicho texto entrará en vigor el próximo 30 de junio de 2017.

A pesar de la existencia de esta legislación, desde la Delegación Territorial de Aragón de ONCE aseguran que hasta la fecha no han tenido constancia de ningún caso en el que se haya solicitado dicha acreditación, así como de la imposibilidad de llevar a cabo ningún enlace.

Irene y Juan se casaron en Zaragoza el pasado mes de junio. En su caso -ella es discapacitada visual- pese a que la ley acababa de entrar en vigor en el momento de la boda, aseguran que no tuvieron que presentar ninguna documentación fuera de la habitual de cualquier matrimonio. “Recuerdo que me enteré de la noticia antes de casarme a través de las redes sociales y pensé que era una broma”, afirma.

Desde la Confederación Española de Familias de Personas Sordas (Fiapas) aseguraron que se trataba de un error de redacción del artículo que hace referencia al matrimonio de personas con discapacidad. “Nos explicaron que era un corta y pega de una ley anterior, pero sinceramente, es para preguntarse cómo han podido aprobar una ley así sin leerla antes para no haberse dado cuenta de lo que ponía”, critica Irene.  

La zaragozana asegura que la simple aprobación de esa ley resulta “insultante”. “Que sea ciega no significa que no tenga capacidad para decidir con quién quiero compartir mi vida, tengo sentido común y sé con quién me estoy casando”, asevera. Además, en el hipotético caso de que hubieran tenido que llevar a cabo dicho trámite, asegura que “es incomprensible que este tipo de certificado te lo tenga que dar un médico, en todo caso debería de hacerlo un juez”.

“¿Qué sentido tiene que me diera la acreditación un médico que no sabe nada de mi vida?, ¿por ser ciega no puedo decidir con quién me caso? Creo que el simple hecho de que exista ese texto es una falta de respeto”, critica. Aunque reconoce que pueden existir casos en los que sea necesario proteger al individuo “como cuando se dan ciertos grados de discapacidad intelectual o enfermedades muy severas que limitan a la persona”, opina que sigue siendo una fórmula que sigue despertando ciertas dudas.

En ocasiones, reconoce que tanto ella como su actual marido se han preguntado qué habría ocurrido si les hubieran pedido ese certificado. “Ahora nos lo tomamos a risa pero en el momento no sé qué habría pasado. Supongo que al principio nos habríamos asustado”, afirma.

“Un obstáculo más”

Para Irene esta noticia supuso tan solo “un obstáculo más” en el arduo camino de la adaptación al mundo de la discapacidad visual. A sus 38 años comenzó a perder visión hace cinco debido a una neuritis óptica -una inflamación del nervio óptico que puede originar pérdida de visión parcial o completa, aunque en muchas ocasiones se recupera-. “En mi caso no fue así, y al año siguiente seguí perdiendo poco a poco, llegando a un 70% de disminución de la visión, así que en mayo de 2014 me afilié a la ONCE”, recuerda.

En su batalla diaria reconoce que estos “detalles” suponen duros baches en el camino de la integración de su colectivo. “Son cosas que te depara la vida y no te queda otra que aprender a vivir con ello”, añade, aunque reconoce que su vida ha dado un cambio de 360 grados, “o 400”, bromea.

A día de hoy admite que lo más duro ha sido perder la autonomía en cuestiones cotidianas como rellenar un formulario o ir en moto. “De repente todo lo que has hecho hasta la fecha ya no sirve o hay que hacerlo de forma distinta”, afirma. Además, asegura que la gente que la ha acompañado durante el proceso ha sido determinante, ya que “entre la familia, los amigos y mi marido, hemos superado todo. Ahora no soy capaz de ver la nieve, pero la toco y puedo imaginarla”, concluye.

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