Jornada continua

"Creo que la vamos a sacar de la escuela". Palabras amargas de unos padres defensores de la enseñanza pública que, esta semana, se han planteado irse a la privada ante la deriva que toma la ‘organización de tiempos escolares’ en los colegios públicos aragoneses. "En el nuestro no ha salido la jornada continua, pero a la siguiente, a la vista de cómo se promociona, tememos que se apruebe y no poder hacer el traslado".

Es la opción de padres que pueden pagárselo y, por lo tanto, elegir. No es así para miles de familias que contemplan atónitas un debate emergido desde los sindicatos y articulado a través de los colegios, con la complicidad de la Administración. Tras las votaciones de esta semana, de los 124 centros que elegían, ya se sabe que más de 80 implantarán la continua. El cambio afecta más a los colegios rurales, donde los traslados inclinan la decisión. En las ciudades, como decían esos apesadumbrados padres, y aunque hay más rechazo del que se dice, se extiende como mancha de aceite. Y, lamentablemente, con más éxito en los barrios de menor renta. O sea, que puede devaluarse allí donde más falta hace.

Con la jornada continua hay dos ganadores: la Administración, que ahorra costes –calefacción y electricidad incluidas–, y los maestros, que, a falta de las retributivas, mejoran sus condiciones laborales.

Los candidatos a perdedores son los niños y las familias. Es muy discutible que se rinda más concentrando la actividad lectiva por la mañana. Y ante la alternativa de tener toda la tarde para extraescolares, hay que poder pagarla. De lo contrario, a casa. ¿Facilitamos mejor así la ansiada conciliación familiar?

En los noventa se hablaba de los niños ‘de la llave’: escolares de corta edad solos en casa porque sus padres volvían tarde del trabajo. Ahora, estos niños, además de llave, tienen una tablet y, si los padres trabajan, como sería deseable, y no tienen abuelos o no les alcanza para cuidadoras, demasiadas horas en soledad. O el arriesgado recurso de la calle, origen de otros conflictos sociales y familiares en crecimiento.

Esgrimen los docentes que los colegios no son aparcaderos ni cuidadores de niños. De acuerdo. Pero si son uno de los pilares de nuestro sector público, no pueden ser ajenos al necesario equilibro entre el mundo ideal de la docencia y las necesidades reales de las familias y la sociedad. En las votaciones se aprecia el rechazo al cambio en los colegios públicos de las zonas de renta más elevada. Y ni la concertada ni la privada lo proponen. Se mire como se mire, más horas de colegio y estudio mejoran los resultados presentes y futuros. Los padres críticos lamentan que se camufle la mejora de las condiciones laborales como innovación educativa, cuando a menudo se queda en ‘servicios de ludoteca’. En un colegio de la periferia de Zaragoza se propone, a partir de las 15,30, ‘estudio tutelado’ o ‘juegos dirigidos’ atendidos por monitores de comedor. Y a las 16,30, ‘extraescolares’ a cargo de una empresa contratada por el AMPA. ¿Dónde está la innovación? ¿Y quién lo paga? ¿No habíamos quedado en censurar a la concertada por cobrar precisamente a través de las extraescolares?

Así, desde planteamientos que presumen de progresistas se abarata la enseñanza pública. A la vez, se denigra a la concertada, que, desde los ochenta y con el Pacto por la Educación, ha respondido a las demandas educativas de muchas familias, que también pagan impuestos con los que se sufraga todo el sistema. Si la concertada no cumple ciertos parámetros, que la Administración se lo exija. Igual que debe defender una enseñanza pública de calidad, lejos de la laxitud de una vida de no deberes, poco horario y mucho ruido.

Servidora es hija de una escuela pública y un exigente instituto, y becaria universitaria. Como tantos miles de estudiantes de los sesenta/setenta que han desarrollado meritorias carreras profesionales, fruto de una cultura, la del esfuerzo, que aquí no cotiza. Con los nuevos mimbres, ¿de dónde procederán los alumnos que, en el futuro, obtendrán la nota de corte necesaria para estudiar Medicina? Eso sí que puede ser germen de desigualdad.