"Ese deseo fernandino de separar las dos coronas es un mito"

El historiador Guillermo Fatás responde a los lectores sobre sus dudas y comentarios en torno a la figura de Fernando II.

Guillermo Fatás, en la redacción de heraldo.es
Guillermo Fatás, en la redacción de heraldo.es
Sandra Lario

-Sr. Guillermo Fatás, según el libro 'Ferran, el catòlic, vidu i catanalote' de Pere Català Roca, describe un rechazo de gran parte de la nobleza castellana hacia Fernando el Católico. ¿Es verdad? ¿Fue general o puntual? ¿Fue a partir de la muerte de la reina Isabel?

(Josep Urpí Parellada, Sant Sadurní d'Anoia).


-Sí, es cierto, puede leerse en cualquier obra medianamente bien hecha sobre don Fernando o sobre historia de España o de Castilla. Hay una visible oposición de ciertos grandes nobles de Castilla, como los Manrique o los Pacheco, al rey Fernando, y se manifiesta a la muerte de Isabel, porque creen que esa es su oportunidad. Los reyes limitaron fuertemente el poder de la nobleza de Castilla, muy alterada por las discordias cuando ciñeron la corona. Algunos esperaban recuperar terreno perdido al heredar el trono Juana (esto es, su marido Felipe I) y se lo hicieron notar a Fernando de forma muy cruda, aunque el cálculo no les salió bien, porque Felipe murió enseguida y Juana no estaba del todo en sus cabales. También hubo importantes señores que lo apoyaron a fondo, por razones diversas. Entre ellos, y de forma decisiva, el cardenal Jiménez de Cisneros, pero igualmente linajes como los Álvarez de Toledo, los Enríquez o los Mendoza, que interpretaban la voluntad de la reina difunta. En el testamento, que es de lectura instructiva, Isabel dice encarecidamente que no deben obrar su hija, y el esposo de esta, en desacuerdo con Fernando.


-Desearía conocer qué vinculación tenía Fernando con la música. Si tenía esa afición, si cantaba o tocaba algún instrumento, o si tenía preferencias por algún compositor. Gracias (Luis Vecino).

-El mejor estudio que conozco sobre la música en la corte de los Reyes Católicos (casi todo lo que sé procede de él) es el de la especialista Tess Knighton, una investigadora británica, de Cambridge, con muchos vínculos en España. Está traducido a nuestra lengua y editado en Zaragoza por la Institución “Fernando el Católico”. La corte real era itinerante, de forma que hubo capillas diversas y los reyes ejercieron un importante patronazgo musical, pero tenían una capilla principal conjunta, autorizada por Roma a cantar los oficios tanto en la tradición castellana (toledana, probablemente mozárabe) como en la cisterciense o aragonesa. Fernando era un hombre con una instrucción juvenil de corte caballeresco y amante de la música y el canto, pero no me consta que fuera intérprete, ni de voz ni de instrumento; o no, al menos, de forma asidua.


-Buenas tardes, mi pregunta es la siguiente: ¿cuánto hay de cierto o de incierto, en que Fernando II no quería unir las coronas de Aragón y Castilla tras la muerte de Isabel? Gracias. (Diego).

-La respuesta no puede ser lacónica, y bien que lo siento. Empiezo por decir que, en mi opinión, ese deseo fernandino de separar las dos coronas es un mito. Muy persistente, pero derivado de la simplificación extrema de una realidad muy compleja. La idea ha arraigado en el nacionalismo catalán e incluso en el nacionalismo aragonés, que es residual y vergonzante, pero existe. La boda de Fernando con Germana de Foix es un movimiento magistral que tiene varios efectos importantes: desbarata los planes del yerno, Felipe I, que pactaba con Luis XII de Francia, el gran rival continental de Fernando; acerca a Fernando y a Luis, porque Germana es sobrina dilecta del rey francés; además, pone en manos de Fernando los derechos de su nueva esposa sobre el reino de Navarra; le facilita, de paso, la búsqueda de un heredero, con lo que muestra una baza inesperada que le permite jugar en varios tableros al tiempo, incluido el de Castilla, donde hay una facción nobiliaria que le es hostil. Pero, a la vez (y esto es parte de lo que se olvida, por ignorancia o por algo peor), conviene con su nuevo consuegro que el heredero, si lo hay, heredará Nápoles (no la Corona de Aragón), reino por el que luchan desde hace siglos las Casas de Aragón y Francia y que ahora quedaría apaciguado. Y, en fin, y muy importante: envía a sus embajadores mensajes reservados para que digan a su primer consuegro, el emperador Maximiliano, que el nieto común, Carlos, heredará todos los reinos de Castilla y Aragón. Los acuerdos con Luis y las cartas a Maximiliano están en los archivos. Y todo eso lo hace casado con Germana y en vida de esta, tras haber demostrado, además, que puede procrear.


-¿Se conservan novelas y prontuarios escritos por Fernando II? Sería fabuloso poder consultarlos. (Juan).

-Novelas, ninguna. Y que yo sepa, tampoco relatos o diarios, ni poemas. Hay bastantes documentos de estado, como cartas de tipo político, y muchas crónicas escritas sobre el rey y sus actividades, tanto de su tiempo como posteriores (por ejemplo, de Jerónimo Zurita). No recuerdo haber leído en ninguna que Fernando fuera un rey literato, es decir, escritor literario.


-¿Qué opinión le merecen el aluvión de series históricas que vivimos, y en concreto la que se hizo en torno a la figura de este rey? (Amada González). 

-Espero que no se lo tome nadie a mal, ni a muestra de pedantería o de suficiencia, pero he dejado de verlas, una tras otra, al poco de empezadas, porque, aparte su vistosidad y capacidad para entretener, están plagaditas de errores, pequeños y grandes, a menudo cometidos a sabiendas, para dar más interés al guión, añadir intriga, intensidad o aventura. Prácticamente en cada uno de los episodios que he visto, algunos a petición de amigos o de lectores de Heraldo (que, para mí, son como amigos también). Me cuesta mucho soportar una escena en la que alguien quema, sin leerlo, el testamento de Cisneros, que se conserva en perfecto estado y puede verse y leerse en Alcalá de Henares, o en internet; o ver cómo se alteran, a sabiendas, los uniformes de la guardia de Carlos I, sobre los que hay información suficiente. Y como estas, otras cien. No estoy recomendando que no se vean, pero no tienen el rigor histórico que aparentan; y no es una cuestión de dinero, sino de actitud. Como si la historia conocida y documentada no fuera en sí misma dramática e interesante.


-Estimado profesor, ¿cuál cree que es la principal lección que deberían aprender los políticos actuales de la figura de Fernando II? (Pilar).

-No sé bien, porque el principal atributo de Fernando fue la inteligencia política y eso difícilmente se improvisa. Fernando tenía un talento político fuera de lo normal, descomunal, en gran parte aprendido de su padre, Juan II. Y descollaba por algo que ahora se conoce como resiliencia, el término que en psicología designa la capacidad de sobreponerse a las circunstancias adversas, pero no solo con voluntad, sino con talento, sentido de la oportunidad, buena información y conocimiento de los recursos propios y ajenos. También tuvo muy buena vista para escoger a sus colaboradores, leales (pero no perrunamente) y capaces. En fin: el más conocido de sus lemas, “tanto monta” cómo resolver un problema, con la habilidad o con la fuerza, aunque tiene un aire un poco ‘maquiavélico’, ha de entenderse siempre como dirigido a un objetivo lícito, porque el ejemplo que ilustraba el lema no implicaba matar a nadie, sino ser capaz de deshacer un nudo intrincado. Ese lema político no ha perdido vigor: resolver.


-¿Cuál considera que fue la mejor aportación de Fernando el Católico a España? ¿Y la peor? (Silvia).

-Es una pregunta para mí imposible de contestar, porque no sé lo bastante. Una de sus grandes aportaciones fue preservar los modos de ser políticos de los estados de la Corona de Aragón, muy distintos de los de Castilla. Aceptar esa realidad marcó un camino a sus sucesores. Y lo hizo sin perjuicio de la unidad recién creada, pero pronto trabada y fortalecida, de las Coronas españolas. Creo que lo peor no se le puede achacar: murió, relativamente joven (64 años) sin que su nieto y heredero, Carlos, pudiera convivir con él. Solo tenía 15 años cuando murió don Fernando y estaba fuera de España, obligado a lidiar una situación difícil: su madre con inestabilidad psíquica y él sin conocer ni sus reinos españoles ni su lengua principal. La muerte inesperada del rey frustró la coincidencia de esas dos grandes figuras. Se ha dado mucho pábulo a los efectos de una supuesta ingesta de afrodisiacos (polvo de cantárida), pero no es cosa comprobable.


-¿Cree que la figura de Fernando II está lo suficientemente reconocida? (Pedro).

-Este mes pasado se ha demostrado claramente que no. Las autoridades principales han dado muy mal ejemplo. El 23 de enero se cumplieron quinientos años de su muerte e instituciones como el Gobierno español, la propia Casa Real o, más cerca, el Ayuntamiento de Zaragoza no se han dado por aludidos. El concejo ni siquiera ha puesto un modesto laurel en el monumento que tiene en la capital del viejo reino. Me parecen actitudes deseducadoras, como poco, y más propias de ignorantes que de dirigentes. Han sido excepción las tres instituciones autonómicas aragonesas: Diputación General, Cortes y Justiciazgo, junto a su villa natal, que es Sos. En el mundo académico sí se ha avanzado mucho en el reconocimiento de Fernando, por cierto que con notables aportaciones aragonesas y catalanas.


-El año pasado pudimos ver la exposición “Fernando el Católico, el rey que imaginó España y la abrió a Europa”, me gustaría mucho conocer qué opinión le mereció esa muestra. (Félix C.).

-No fue la exposición perfecta, pero reunió una colección magnífica de materiales, verdaderamente importante. Algunos son muy difíciles de ver e imposible del todo en ciertos casos: por ejemplo, los cinco retratos del rey dispersos por diferentes países, puestos uno tras otro, permitían enjuiciar su inteligente política de imagen hacia el exterior. Además, la muestra generó un libro valioso, pues contiene el catálogo con todas las piezas expuestas y varios estudios de investigadores relevantes. También el público la valoró muy bien. Yo la vi tres veces.


-Hay quien considera que la figura de Fernando II ha quedado polarizada, unos le consideran solo el marido de Isabel, mientras desde el nacionalismo catalán se le responsabiliza de todos los males que aquejan a Cataluña. ¿Cómo ubica usted su figura y hasta qué punto se ha manipulado, según su criterio? (L.L. M.).

-Su papel de segundón como simple marido de Isabel, que fue una posición ‘castellanista’ está muy superada. Se acompañaba con acusaciones de lujurioso, avariento y egoísta. A lo largo del siglo XX fue depurándose ese punto de vista tan sesgado, porque la historia, al igual que otros saberes con método científico, como la química o la medicina, también mejora sus procedimientos y su capacidad de análisis. Fernando es un personaje con una vida trepidante. Empezando porque no estaba llamado a reinar y porque, siendo prácticamente un niño, ya tuvo que actuar con riesgo verdadero en el campo de batalla. Casi podría decirse que no tuvo infancia. Su boda fue una decisión de alto riesgo, porque se olvida a menudo que no casó con una reina, sino con una aspirante, y que él no era rey de Aragón todavía. Una personalidad como la suya, tan activa y omnipresente durante tantos años, da de sí para todo: tuvo enemigos acérrimos, dentro y fuera, y admiradores incondicionales, también después de muerto (entre ellos, Gracián, que le dedicó un opúsculo muy curioso, titulado “El político”). No puede escribirla la historia de Portugal, de Inglaterra, de Francia, de Alemania, de Italia, de Turquía o del norte de África, pongamos por casos, sin que aparezca la política fernandina. Sobre una personalidad de estas características es fácil cargar las tintas, a favor y en contra, y se sigue haciendo todavía. Lo que nadie discute es que cambió la historia de España y de Europa y aun la de América, como marido de Isabel, tras enviudar de ella o casado luego con la francesa Germana. Su actitud propició que los reinos españoles permanecieran juntos en lo sucesivo. Y, además de ser ‘rex Hispaniarum’, rey de las Españas, también se tituló, como Isabel, ‘rex Hispaniae”, rey de España, en singular. No fue poco legado.


- El nombre "Corona de Aragón", ¿se encuentra en documentos oficiales de la época o ha sido un nombre usado por cronistas e historiadores para describir el conjunto de territorios que dependían del rey? (Josep)

-La denominación ‘Corona de Aragón’ no nace madura, ni existe en el momento de la unión de Aragón y Barcelona, ni tiene significado invariable, sino que lo va adquiriendo. Pero tampoco es un invento de los historiadores recientes. Ya Jaime I dice que incorpora Mallorca ‘ad Coronam Regni Aragonum’. Alfonso III y Jaime II declaran la inalienabilidad de Mallorca y Tortosa respecto de la ‘Senyoria de Catalunya e dels Regnes de Aragó, e de Valentia, ne del comtat de Barcelona’, sin usar un término omnicomprensivo. Jaime II habla de ‘Corona Aragonum’, ‘Corona Regni Aragonum’ y ‘Corona Regnum Aragoniae’, expresiones usadas igualmente por Pedro IV, que también habla de una ‘Respublica regnorum et terrarum’, un ámbito estatal de reinos y tierras varias. El uso actual ya está consolidado en la documentación del Compromiso de Caspe. La Corona alude tanto al nombre del reino originario (el soberano es inicialmente rey por serlo de Aragón) como al de la dinastía, cuyo apellido es Aragón, precisamente. Signos externos de la primacía jurídica de Aragón en la Corona fueron que las Cortes Generales conjuntas de Aragón, Cataluña y Valencia se celebraban en suelo aragonés (en Monzón) y que la coronación del monarca común tenía lugar solamente en Zaragoza.

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