Tras el vuelo de la perdiz nival

Esta curiosa especie boreal solo se ve en España en altas cotas de los Pirineos. La FCQ trata de saber más sobre su presencia en Aragón.

Imagen de lagópodo alpino o perdiz nival con el plumaje blanco, lo que en invierno le permite pasar desapercibida en las masas de nieve a los ojos de los depredadores.
Imagen de lagópodo alpino o perdiz nival con el plumaje blanco, lo que en invierno le permite pasar desapercibida en las masas de nieve a los ojos de los depredadores.
FCQ

En España solo se encuentra en los Pirineos y a partir de los 2.000 metros de altitud. Pero aún si se asciende hasta sus cotas, habrá que adivinar con dificultad sus movimientos postrada sobre los roquedos o caminando sobre la nieve, ya que su mimetismo con el paisaje como estrategia para protegerse de los depredadores es una de las características de la perdiz blanca o nival.


Las glaciaciones provocaron el aislamiento de distintas poblaciones de estas aves, lagópodos, en cordilleras montañosas. En los Pirineos está presente en España, Francia y Andorra la subespecie pyrenaicus, un taxón endémico de la cordillera que fue descrito en 1921, pero todavía falta por averiguar sobre esta curiosa dama blanca. "Hay muy poca información sobre la especie y sobre su distribución. El Atlas Ornitológico de Aragón está hecho entre el año 1987 y 1992 y hemos visto que está en más lugares, no porque haya aumentado la población sino porque se ha muestreado más", apunta Juan Antonio Gil, presidente de la Fundación para la Conservación del Quebrantahuesos (FCQ).


Técnicos de la FCQ han recopilado la bibliografía existente sobre la especie durante los últimos 20 años y han incorporado los muestreos realizados por ellos y por distintos colaboradores de Francia y Andorra para elaborar un artículo científico que se publicará en los próximos meses y que trata de arrojar más luz sobre su distribución y su selección de hábitats en Aragón. "Hemos encontrado presencia de la especie en el Alto Valle del Gállego, y hemos constatado la presencia de crías en algunas cuadrículas en las que no se habían encontrado durante el periodo del 87 al 92", apunta Gil.


"El siguiente paso sería estimar la población, había unas estimas muy aproximadas años atrás, aunque han surgido nuevos métodos de censo y se ha ido afinado más", explica Gil.

La amenaza del calentamiento global

De unos 35 centímetros de longitud y un peso entre los 400 y 500 gramos, este ave presenta algunas adaptaciones morfológicas y fisiológicas para sobrevivir en el medio alpino. Sus dedos y tarsos están cubiertos por plumas para evitar la pérdida de calor, y durante el invierno sobreviven gracias a las reservas acumuladas en primavera y verano.


Están cubiertas por un denso plumaje, en verano totalmente blanco para camuflarse en las extensiones de nieve, que conforme aumentan las horas de luz solar va mudando a gris y marrón, vestimenta que luce en primavera y verano y la hacen difícilmente reconocible en los roquedos. "Al mimetizarse tan bien con el entorno son difíciles de ver y suelen estar en lugares bastante inaccesibles", subraya Gil, lo que hace especialmente complicados los muestreos y las estimas poblacionales. En invierno buscan huecos y abrigos para guarecerse de los temporales o incluso excavan pequeños túneles en la nieve.


Este ave blanca es especialmente sensible a los cambios de temperatura, por lo que el calentamiento global y sus efectos se encuentra entre una de las principales amenazas que más preocupa a la comunidad científica. "Conforme va pasando el verano tienden a estar en zonas más altas por las condiciones climáticas, además de que a mayor altura es menor la presencia de predadores", explica Gil.


Así, seguir a esta especie supone ascender hasta las altas cotas de montaña, a veces con raquetas o esquíes de travesía, y a partir de ahí tratar de leer el paisaje. La presencia de determinadas plantas como la Dryas octopetala, parte de su alimentación, indica que el hábitat es óptimo para su presencia, y pista inequívoca es el hallazgo de plumas o excrementos, si es que se ven, porque miden escasos centímetros. "En más de la mitad de las salidas y aproximaciones que hago, ni veo ni encuentro nada -dice Gil-, pero si eres constante y sabes buscar al final encuentras".


Los muestreos en primavera supone ascender a los lugares donde aún hay nieve, y muchas veces hacer noche, ya que la localización de territorios se realiza, una vez se ha producido el celo, gracias los cantos de los machos que regentan un área y que emiten al alba.

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