La vigencia de la catedral de Florencia

El Renacimiento y sus alardes técnicos: la belleza de un monumento.

La basílica de Santa Maria del Fiore (de la Flora), una de las obras maestras del Renacimiento.
La vigencia de la catedral de Florencia

Se cuenta que cuando Miguel Ángel Buonarroti se dirigía a Roma en 1546 para continuar la construcción de la basílica de San Pedro por mandato del Papa, encontrándose en Florencia, volvió la vista atrás y comentó: "Podré hacer algo más grande, pero no más bello". Se estaba refiriendo a la cúpula de la basílica de Santa María del Fiore (de la Flor), una de las obras maestras del Renacimiento italiano.


Desde el siglo XIII, la capital toscana mantenía una dura pugna con Pisa y Siena por contar con la catedral más imponente. La construcción de la catedral de Florencia se prolongó durante 175 años. Se inició en 1296 y sus obras quedaron suspendidas en dos ocasiones: una vez durante más de 30 años por falta de fondos y otra por los efectos de la peste negra de 1348. Acabada la nave gótica en 1418, Filippo Brunelleschi ganó el concurso para realizar la cúpula que debía coronar la catedral, en detrimento de otros famosos competidores, como Lorenzo Ghiberty, escultor que había realizado las ‘Puertas del Paraíso’ de bronce del baptisterio aledaño. El trabajo de la cúpula comenzó en 1420 y tardó 16 años en completarse. La linterna se inició unos meses antes de su muerte en 1446 y fue concluida en 1471.


La gran belleza estética de la cúpula suele enmascarar el alarde técnico que representó su construcción. Todas sus dimensiones son impresionantes: 100 metros de altura interior, 115 metros de altura exterior, 45,5 metros de diámetro exterior y 41 metros de diámetro interior o luz, comenzada a unos 55 metros de altura a partir de una estructura previa octogonal, para tapar el hueco por el que se inundaba el altar mayor cada vez que llovía. Una cúpula maciza de esta magnitud habría colapsado siguiendo los usos constructivos previos, heredados de un estilo gótico basado en soluciones de arcos ojivales y arbotantes, que se consideraban ya entonces obsoletos.


Hasta ese momento, las cúpulas se realizaban colocando un costoso andamio o cimbra de madera, sobre el que reposaban temporalmente los elementos de construcción hasta su terminación, momento en que se procedía a su desmontaje. Se suele decir que si se hubiera hecho de este modo no habría habido madera suficiente en la Toscana para construir esas cimbras.


Sin embargo Brunelleschi concibe dos casquetes concéntricos con ocho facetas o caras, uno interior visible desde el interior de la catedral y otro exterior más ancho y más alto. Las caras están separadas por nervios en las aristas de cuatro metros de espesor. Los casquetes están conectados entre sí y son autoportantes, sosteniéndose solos conforme se desarrolla la construcción. De esta nueva manera las partes que se van construyendo sirven de apoyo para los andamios de las partes superiores.


La cúpula tampoco necesita arbotantes exteriores para resistir su peso, del orden de 37 mil toneladas métricas, sino que tiene zunchos igual que un barril de vino, con refuerzos y tirantes horizontales y verticales de piedra, madera y hierro que anticipan técnicas utilizadas muchos siglos después en el hormigón armado. Los 17 primeros metros fueron construidos en piedra y el resto con ladrillo que es un material más ligero, utilizando más de cuatro millones de ladrillos y conformando hiladas regulares de ladrillo en aparejo a espiga, también llamado en espina de pez (spina pesca), técnica tomada de los etruscos y desarrollada durante el Trecento en Italia. Todo ello está terminado con tejas de barro cocido de color rojo, recordando la arquitectura románica toscana y en perfecta simbiosis con las construcciones de la ciudad vieja de Florencia.


Especial mención requiere la maquinaria utilizada para el izado y movimiento horizontal de las piedras y materiales de la construcción, también concebida por Brunelleschi, combinando intrincados sistemas de poleas, embragues, cabrestantes, grúas y elevadores que supusieron concepciones revolucionarias, y que fueron posibles debido a su formación previa como relojero y orfebre. Estas máquinas fascinaron a genios como Leonardo, de la vecina ciudad toscana de Vinci. Fue también un pionero en la seguridad y salud laboral en la construcción, estableciendo procedimientos y normas de seguridad. Sólo hubo un muerto durante las obras, cifra muy inferior a otras de la época de menor complejidad y peligrosidad.


Resulta increíble pensar que un orfebre y tallista sin ninguna formación académica previa pudiera concebir la forma de construir la obra y resolver todos los problemas técnicos que se plantearon, configurando una de las mayores joyas arquitectónicas de todos los tiempos. Una mezcla de audacia e inteligencia con escasos ejemplos similares en la historia. El arquitecto está enterrado en la cripta de la catedral con una placa que loa a su intelecto divino.


La basílica se encuentra desde 1982 dentro de la declaración del Centro histórico de Florencia como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. La ascensión al Cupolone, como la llaman los florentinos, que termina en el balcón desde el que se divisa toda la ciudad, es de visita obligada.


Tom Mueller lo apunta: "Sucede con las grandes obras maestras: trascienden el lugar y el momento que las vieron surgir y escapan a las sucesivas interpretaciones que les brinda el curso de la historia, para revestirse de una vigencia imperecedera. Son obras abiertas que nunca nos cansamos de admirar. Extrañamente cercanas y a la vez inaprensibles, se empeñan en seducirnos mientras ocultan su naturaleza más intrínseca".