Isabel Lahoz: "Dinero no había así que vivíamos de lo de casa"

Isabel ha dedicado su vida al hogar y a los suyos pero sin dejar de lado sus aficiones como el guiñote o la costura.

Isabel Lahoz, Pancrudo
Isabel Lahoz, Pancrudo

El comienzo de los bombardeos en la Guerra Civil obligó a los padres de Isabel Lahoz (Altura, 1937), a trasladarse a Altura, un pueblo de Castellón, donde por accidente nació ella. Cuando cumplió dos años, su padre adquirió algunas tierras en el municipio turolense de Pancrudo, en el que reside en la actualidad junto con su marido Antonio.


"Al llegar no teníamos prácticamente nada, mi padre compró ovejas y plantó un huerto, pero ni siquiera teníamos estufa en invierno", recuerda. Durante el día mantenían encendido un fuego en torno al que discurrían sus días, mientras que, por la noche, la cuadra se convertía en su única guarida. "Mientras mi madre cosía, mi hermano y yo hacíamos las tareas del colegio hasta quedarnos dormidos".


En casa de Isabel se hacía todo de forma casera: la matanza de cerdo, fabricación de jabón y pan una vez por semana. "El pan se preparaba en el horno del pueblo, las mujeres entrábamos de tres en tres en turnos de dos horas y amasábamos dos cuarentenas de panes". El trueque era una práctica habitual en la zona de Pancrudo. "Nosotros teníamos trigo, patatas, ovejas, cerdos, conejos, gallinas y huevos, y lo que producíamos lo cambiábamos por azúcar, chocolate, atún o naranjas que traían de Valencia", recuerda. "Dinero no había, así que vivíamos de lo de casa".


A los 19 años la mandaron "al corte", a recibir clases de modista en Corbatón, un pueblo cercano donde iban más de una decena de mujeres. En 1955 se casó con Antonio, y se mudaron a Zaragoza por su trabajo en una fábrica de piezas como madrinador, donde permanecerían hasta la jubilación de éste. "Llevamos toda la vida juntos, no como ahora que la gente no aguanta nada. No digo que sea como antes, que las madres soportaban demasiadas cosas, pero sí un término medio", asegura.

Desde entonces, y de vuelta en Pancrudo, Isabel se dedica todos los días a caminar, coser, y jugar al guiñote y al rabino en el bar del pueblo. "Parada nunca estoy, creo que la vida ahora es más buena que nunca".