Emigración

Exilio por trabajo: el camino de más de 30.000 aragoneses

En lo que va de año ya se han marchado 745 aragoneses, que se unen al enorme cupo de 'exiliados' que buscan una oportunidad fuera de la comunidad.

Alejandro, entre dos pueblos costeros al sur de Dublín
Exiliados con trabajo

Alejandro tiene 31 años, es ingeniero informático y, desde hace 3 meses y medio, vive y trabaja en Dublín.


Casado, con un hijo y en paro durante varios meses, decidió que había llegado el momento de intentarlo fuera. Su caso no es ninguna excepción: en lo que va de año, han emigrado ya 745 vecinos de la Comunidad y, según datos del Instituto Nacional de Estadística, fuera de España viven más de 31.000 aragoneses.


Alejandro se encuentra cómodo: ha conseguido un empleo estable, trabaja en el departamento de instalaciones remotas de una multinacional y tiene un salario de 37.000 euros al año. Además, alaba el buen ambiente: "Al ser una multinacional, somos gente joven de distintas nacionalidades, el clima es jovial y hay mucha mentalidad de crear equipo".


Sin embargo, no todo es positivo. La vida del exilidado es dura, y no solo al principio. Alejandro se fue en septiembre a la aventura, a la desesperada, a casa de un amigo al norte de Inglaterra y pasó tres meses sin encontrar nada decente: "Tengo un hijo y por eso no podía acogerme a cualquier trabajo, necesitaba unas mínimas garantías".


Ahora, comparte piso con un polaco de 34 años y paga 600 euros al mes por una habitación: "Estaré contento cuando consiga traer a mi familia aquí. Si encontrase algo con buenas condiciones en Zaragoza me plantería volver, pero de momento no lo veo posible", añade el ingeniero informático, no muy desencaminado teniendo en cuenta que ya hay 122.300 parados en Aragón.


Deseando volver

Laura, sin embargo, está deseando volver. Esta licenciada en relaciones laborales se fue a Londres hace casi 8 años para trabajar en el sector de la hostelería. Su primera intención era mejorar su inglés para tener mayores posibilidades en España. Sin embargo, a los pocos meses, encontró allí un trabajo en recursos humanos de una empresa y ya nunca volvió.


Desde entonces ha vivido 2 años en Londres, 5 en sudáfrica y uno en Luxemburgo, donde trabaja ahora: "Cuando eres joven es cuando tienes la oportunidad de ahorrar y de conseguir un futuro fuera porque en España hay demasiada gente cualificada con las mismas características, fuera no hay tanta gente con título universitario -explica la zaragozana-, en España hay una oferta de trabajo y enseguida hay 600 solicitudes".


Ella también trabaja en una multinacional y está encantada con su puesto de trabajo: "Profesionalmente he avanzado mucho", pero reconoce que el nivel de vida en Luxemburgo es muy alto y que ya tiene ganas de estabilizar su vida y de volver a España: "Todavía no me he acostumbrado a los horarios, a salir de trabajar a las 6 y no poder hacer vida fuera de casa porque las tiendas están cerradas. Los fines de semana hago vida española, con siesta incluída" confiesa, aunque reconoce que no es un buen momento para plantearse regresar.

"España no se va a mover"

Antonio, otro zaragozano de 29 años, se fue de erasmus a Alemania hace casi 4 años para terminar ingenieria y tampoco ha vuelto: "Busqué para hacer el proyecto de final de carrera y luego conseguí trabajo aquí", explica. Sin embargo, su caso es diferente, él no siente nostalgia y siempre supo que quería trabajar fuera: "España está ahí y seguirá ahí".


Este aragonés colabora con un centro de investigación y cobra 3.000 euros brutos al mes "que se quedan en 2.000 porque los impuestos aquí para los jóvenes solteros son muy altos, del 33%".


Su vida en Dresdén es mucho más económica que las de los otros exiliados y paga 160 euros por una habitación en un piso compartido con otros dos jóvenes.

No todo es tan fácil

Los tres jóvenes alaban las condiciones laborales en los tres países, pero advierten de que se necesita un buen nivel de inglés y formación universitaria para optar a buenos puestos porque hay mucha competencia.


Además, Laura asegura que, en lugares como Londres y Bruselas (donde vive los fines de semana) no es nada fácil integrarse con la gente local: "Somos demasiados extranjeros y están un poco hartos de nosotros... nos ven como algo temporal y es difícil que te acojan como amigo -asegura antes de añadir- todos mis amigos son extranjeros".