Los supervivientes de Belchite, 80 años después

Un homenaje para la paz y la memoria


Fue fruto de un arranque de nostalgia. Volvía del río, de recoger la albahaca que serviría para adornar al santo durante las fiestas del barrio de San Lorenzo, cuando se paró a descansar a las puertas de la iglesia de San Martín de Tours. Cumplía con esa tradición año tras año. Siempre, a la vuelta del paseo que realizaba junto al ‘tío Trinchán’ – el pregonero – se sentaba en aquellas escaleras. A los pies de un templo acribillado y de cara a la vía principal de un pueblo abandonado. Fue allí, en una de esas ocasiones, cuando se vio invadido por la descomunal necesidad de decir algo. De resumir en una frase el estupor que le causaba – y le causa- observar el dantesco escenario al que, el odio primero y el abandono después, redujeron la villa que le vio nacer.

Natalio Baquero canta la copla que escribió sobre la puerta de la iglesia de San Martín

«Pueblo viejo de Belchite, ya no te rondan zagales, ya no se oirán las jotas que cantaban nuestros padres». La inspiración le vino de repente. Cogió del suelo un trozo de yeso y plasmó aquella copla improvisada sobre la puerta de la iglesia cuya torre se yergue, carcomida a partes iguales por las balas y la yedra, como símbolo de la destrucción de la guerra y de la memoria de un pueblo. Ese trocito de jota, convertido en potente y neutral vestigio de lo que ocurrió en Belchite, lo escribió Natalio Baquero, un octogenario que nació en mitad de una de las batallas más cruentas de la Guerra Civil española. Su madre, Isabel Salavero, dio a luz el 1 de septiembre de 1937. Lo hizo en una cueva porque su casa ya había sido devastada por las bombas. Él llegó al mundo entre el lamento de sus vecinos y el repicar de unas campanas que en lugar de misa anunciaban bombardeos; en medio del estruendo de los proyectiles que asolaron el Pueblo Viejo de Belchite entre el 24 de agosto y el 6 de septiembre de 1937. Fuera de aquella cueva, ‘la del tío Joaquín’, estaban dejándose la vida 6.000 personas. Combatientes de ambos bandos y cerca de 500 vecinos de la localidad zaragozana. Muchos de ellos terminaron incinerados en la Plaza Vieja o arrojados al trujal, el pozo donde apenas unos días antes se machacaba la aceituna.

Natalio Baquero explica la historia de su famosa frase, hoy convertida en un símbolo del Pueblo Viejo

«Nacieron tres bebés en aquella cueva, sobrevivimos dos», cuenta ahora Natalio en el día en el que se cumplen 80 años del final de aquel combate fraticida. A él y a su familia se los llevaron a Mataró y allí vivieron como refugiados rotando «entre la iglesia de Santa María, el convento de las Capuchinas y el teatro Clavé». No volvieron al pueblo hasta terminar la guerra y entonces se toparon de bruces con otra realidad: un tercio del Belchite que habían conocido sus padres ya no era más que polvo. De su casa apenas quedaba algún resquicio. La familia Baquero, conocida en el pueblo como los Picota, fue una de las primeras en establecerse en ‘Rusia’, el barrio provisional que se erigió a las afueras para albergar a parte de los sintecho de la guerra.

Recreación del Pueblo Viejo de Belchite. Imágenes cedidas por Jaime Cinca, Guillermo Allanegui y Ángel Archilla, autores de ‘El viejo Belchite. La agonía de un pueblo’

Abandono paulatino

Eso no quiere que decir el Belchite viejo muriese de golpe. Algunas casas habían resistido a la batalla y el pueblo siguió albergando vida hasta 1964. Pero Franco había decidido no rehabilitar aquel Belchite. Optó por dejarlo así para que quedara constancia de lo que allí había sucedido, de modo que los edificios siguieron derrumbándose con el paso del tiempo y los vecinos tuvieron que ir trasladándose de forma gradual al Pueblo Nuevo conforme éste se iba levantando en los terrenos adyacentes. Por eso, Natalio se acuerda con total claridad de cómo correteaba por la calle principal del Pueblo Viejo. Entre la alpargatería, el bar Sevilla, la pescadería París, el casino y la Plaza Nueva. Fue testigo de cómo todos esos negocios echaban la persiana uno tras otro para levantarla bajo el mismo nombre en las calles del otro Belchite. Creció en aquellos años de transición en los que los habitantes del nuevo núcleo tenían que cruzar al viejo para oír la misa en la iglesia de San Agustín. De hecho, él todavía hizo la comunión en esa iglesia y recuerda que ese mismo día se cayó un trozo del techo cuando le tocaba entrar al templo. La de San Martín, por contra, nunca volvió a utilizarse porque estaba ubicada en el barrio sobre el que más se cebaron los proyectiles.

Estado del Pueblo Viejo de Belchite en 2013. J. L. G.

Tanto cariño le tiene a ‘aquel pueblo que dejó de ser’ que, aunque terminó afincándose y casándose en Mataró, ha participado «al menos» una veintena de veces en las visitas guiadas que puso en marcha el consistorio en 2013. Durante años, su mujer – Enriqueta – ha acompañado a Natalio cada verano y cada Navidad a la iglesia de San Martín para que éste, armado con una lata de pintura y un pincel, repasase aquella copla improvisada que grabó sobre su puerta en un arranque de nostalgia.

Copla escrita en la puerta de la iglesia de San Martín del pueblo viejo de Belchite
Fotografía de Luis Simón Aranda

Homenaje por la paz y la memoria

Felisa Ortín tenía 12 años cuando estalló la batalla de Belchite, un 24 de agosto de 1937. En su memoria, todavía privilegiada a los 92 años -en diciembre cumplirá 93-, guarda el terror que le hacía sentir el silbido de los proyectiles y el ruido de los cañones en la calle. Hoy, Felisa camina con dificultad y eso le imposibilita pasear por el Pueblo Viejo, algo que durante mucho tiempo hizo con nostalgia, recordando amigos, tardes de juegos anteriores a la Guerra Civil, su casa y su familia. Este fin de semana, ella y unos ochenta supervivientes del conflicto bélico volvieron a sentarse en la plaza de San Agustín. Fue un momento histórico. Por primera vez en 80 años el Ayuntamiento organizaba un homenaje abierto a todos los que sobrevivieron a aquel trágico episodio. El único objetivo: transmitir un mensaje de paz.

Carmelo Pérez, alcalde de Belchite, sobre el homenaje a los 163 supervivientes de la batalla

«Recuerdo muchas cosas, pero muy malo todo. Éramos niños pequeños y cuando veíamos el material de guerra en la calle, no pensábamos lo que venía», explica Felisa. Pero pronto lo sufrieron. Ella era la quinta de seis hermanos y la guerra dividió a la familia. A Felisa la acogieron en Mallén unos tíos los 13 días que duró el asedio a Belchite y otros dos de sus hermanos se alojaron en el Bajo Aragón. Los dos mayores fueron al frente, uno al de Teruel y otro, al del Ebro. Sus padres, Manuel y Felisa, y una de sus hermanas fueron encarcelados en la cárcel de Alcañiz. «No teníamos agua ni luz ni comida, solo lo que nos echaban desde los aviones», recuerda Felisa. Muchos de sus allegados fueron asesinados, aunque de su núcleo familiar, al menos, no tuvo que lamentar ninguna baja.

Felisa Ortín tenía 12 años durante la batalla de Belchite. Su familia lo perdió todo

Tras la construcción del pueblo nuevo, justo al lado del antiguo, la mudanza se hizo de forma progresiva hasta que el Pueblo Viejo quedó convertido en unas ruinas, hoy visitadas por miles de turistas cada año. Allí, la vida de Felisa empezó de cero. Ya casada, ella y su marido sacaron adelante a sus tres hijos trabajando en el campo y ella también «fregando suelos», explica. «Fueron tiempos muy difíciles. Nos habíamos quedado sin casa, sin aperos, sin animales… Sin embargo, para lo poco que teníamos vivíamos muy felices. Cuando veo las cosas que tiene ahora un niño, pienso que con eso nosotros habríamos sido ricos», recuerda Felisa, que hoy es abuela de 6 nietos y dos bisnietos.

Un escenario trágico... y cautivador

Felisa y Natalio son dos de los 163 supervivientes censados en el pueblo (hay más que residen en otros lugares) y este fin de semana recogieron como detalle por parte del Ayuntamiento una réplica de la torre de San Martín de Tours en metacrilato. Hubo danza, música y poesía en las actividades organizadas bajo el título ‘Belchite: memoria y paz’, que empezaron el viernes por la noche con el concierto ‘1 piano y 200 velas’ a cargo del compositor David Gómez. Nunca nadie había organizado un concierto entre las ruinas de Belchite y en esta primera ocasión asistieron cerca de 450 personas. El pianista eligió Belchite para cerrar su gira y tras la experiencia describe el lugar como un «auténtico espectáculo».

Concierto ‘1 piano 200 velas’ en las ruinas de Belchite. Fotografías de Simón Aranda

Las ruinas del Pueblo Viejo cautivaron al compositor de la misma forma que llevan haciéndolo durante años a directores de cine y televisión. Entre sus ruinas se han grabado decenas de películas, anuncios, documentales y reportajes audiovisuales tanto nacionales como internacionales. Ya a finales de los años treinta, se grabaron en Belchite imágenes para algunos documentales bélicos. En 1988 Terry Gilliam eligió sus ruinas para rodar las aventuras del Barón Munchäusen y, en la historia más reciente, Alberto Boadella filmó allí mismo ‘¡Buen viaje, excelencia!’ mientras que en 2005 Guillermo del Toro situó en el Belchite viejo su ‘Laberinto del fauno’. El fotógrafo aragonés Luis Simón Aranda es otro de los artistas que han quedado prendados por las ruinas de Belchite. Una fascinación que transforma en magia a través del objetivo de su cámara y que quiere transmitir al compartir su colección de fotografías nocturnas del Pueblo Viejo ‘Cuando se apaga la luz‘. De noche, las ruinas se tornan «hermosas y magistrales» bajo su mirada y el fotógrafo imagina y capta la belleza que tuvo el pueblo: sus callejas estrechas, sus casas solariegas, su cultura y su riqueza. Aunque también su destrucción.

‘Cuando se apaga la luz’ colección de fotografías nocturnas del Pueblo Viejo de Belchite de Simón Aranda

Ruinas que miran al futuro

Tras años de desencuentros y reclamaciones, el Ayuntamiento de Belchite cercó las ruinas en el año 2013 y puso en marcha un programa de visitas guiadas al conjunto histórico. Con la medida, se quiso evitar que lo que quedaba del patrimonio de Belchite sufriese todavía más destrozos: nuevos derrumbes, actos vandálicos o el expolio de los restos. También sirvió para lavar la cara al Pueblo Viejo y apartar los montones de escombros acumulados durante años en las vías principales. Pero además, tanto la anterior corporación como la actual tuvieron muy claro que la intención de estas visitas era mantener viva la memoria de Belchite. Mostrar las consecuencias de la guerra como vía para transmitir un mensaje de paz y «promover acciones y valores como el respeto a la vida, el rechazo de la violencia y el fomento del diálogo y la solidaridad», según expone el alcalde actual de la localidad, Carmelo Pérez.

Natividad Virgos, guía del Pueblo Viejo y descendiente de uno de aquellos vecinos que vivió la guerra como niño, comparte este punto de vista y desempeña su labor con el convencimiento de que en cada visita ayuda «un poquito» a que la historia no vuelva repetirse. A que las generaciones venideras aprendan de la tragedia del pasado para que no acaben sufriendo a causa de las mismas atrocidades que vivieron sus abuelos.

Natividad Virgos, guía del Pueblo Viejo de Belchite

Solo durante el año pasado participaron en esas visitas más de 31.000 personas, lo cual demuestra el interés por la historia de Belchite y anima al Ayuntamiento a seguir apostando por la conservación del Pueblo Viejo. Durante el año en curso, la iglesia de San Martín se ha beneficiado de algunas actuaciones y ha recuperado por fin el escudo original de su portada tras haberse ‘mudado’ éste también al Pueblo Nuevo años atrás. Además, durante el próximo mes está previsto que arranquen los trabajos de consolidación de sus capillas gracias a una partida de 60.000 euros del Gobierno de Aragón. También a cargo de la DGA, se realizarán acciones de señalización de las zonas de riesgo de derrumbe. Por otro lado, el alcalde informa de que el consistorio ha solicitado 260.000 euros al Ministerio de Fomento, a través del paquete de ayudas 1,5 % cultural, para  llevar a cabo la sujeción de la fachada del convento de San Rafael. Poco a poco, con la mirada puesta en el futuro pero sin dar la espalda a su pasado, el Pueblo Viejo de Belchite deja de ser un lugar abandonado y se convierte en el aula más propicia para impartir y asimilar una lección vital que, sin ninguna duda, llevan dentro los 163 supervivientes de la batalla que siguen censados a día de hoy en el otro Belchite.

Textos: Pilar Puebla y Cristina Adán
Vídeo: Alfonso Millán
Fotografías: Gervasio Sánchez, Simón Aranda y J. L. G.
Fotografías históricas: Cedidas por Jaime Cinca, Guillermo Allanegui y Ángel Archilla, autores de ‘El viejo Belchite. La agonía de un pueblo’. Zaragoza, 2008.
Documentación: Mapi Rodríguez
Diseño y programación: R. Torres y Silvia Berdejo