Así fue el atentado de ETA a la casa cuartel de Zaragoza


El 11 de diciembre de 1987 la banda terrorista ETA cometió el atentado más sangriento de cuantos ha llevado a cabo en Aragón, asesinando en la casa cuartel de Zaragoza a 11 personas, entre quienes se encontraban cinco niñas y un joven de 17 años. Los ejecutores fueron los miembros del ‘comando Argala’ que estaba compuesto por Henri Parot, Jean Parot, Jacques Esnal y Frederic Haramboure. El primero de ellos cumple condena en España y los otros tres fueron sentenciados en Francia a cadena perpetua, pena que cumplen en prisión.

 

Actuaron bajo las órdenes directas de Francisco Múgica Garmendia, alias Pakito, José María Arregui Erostarbe, alias Fiti o Fitipaldi, y José Antonio Urruticoechea, más conocido como Josu Ternera. Los dos primeros están en prisión por haber dado la orden de atentar. Ternera, a quien sus compañeros señalan como ideólogo, está pendiente de ser juzgado ya que salió de España tras ser citado por el Tribunal Supremo. El 16 de mayo de 2019 fue detenido en los Alpes franceses..

El atentado al minuto

6.09 – La llegada del R-18 asesino
Se estaba produciendo el relevo de las guardias. El cabo Pascual Grasa ve cómo un R-18 ranchera gira por la calle Marqués de la Cadena hacia Villa de Ruesta, un callejón estrecho. El R-18, con un hombre a bordo, se detiene. Apaga el contacto, se abre la puerta y el ocupante se baja para emprender una veloz carrera. Grasa les alerta: «¡Eh, oiga, que no se puede aparcar aquí!». Sus voces se pierden en la oscuridad.

 

6.10 – «¡Cuidado, es una bomba!»
Apenas unos segundos después el guardia de la garita y otros que están de servicio acuden a su llamada y ven cómo los dos hombres suben a un coche más pequeño aparcado en Marqués de la Cadena. Nadie entiende lo que pasa. «¡Cuidado, es una bomba!», se escucha. Instantes después, el fragor y las llamas lo llenan todo.

 

6.11 – Como el fin del mundo
Los terroristas han huido y, quizá dentro del coche, han hecho estallar el R-18. El cabo Grasa, atrapado bajo los cascotes, llama a sus hombres inútilmente. Sus piernas están atrapadas. La onda expansiva golpea arriba y abajo el barrio de La Jota. Saltan los cristales. Un coche de la policía municipal, de patrulla, ve un Peugeot 205 a la carrera y se tropieza con la terrible explosión. El jefe de la dotación decide poner rumbo a la casa cuartel. «Hay que ayudar a esa gente».

 

6.20 – Luces, oxígeno y escombros
Un humo denso sale de entre los escombros. El lateral de la casa cuartel ha cedido. De entre las ruinas salen algunos de los supervivientes. Llegan las primeras ayudas. Se instalan focos y se hace acopio de botellas de oxígeno.

 

6.30 – Un mecanismo automático
Coches policiales y de la Guardia Civil acuden a cerrar las entradas y salidas de la ciudad. Cosme Martínez, comisario en jefe de la Brigada de Información de la Policía, analiza la situación con realismo: «Los controles no van a servir de gran cosa. Los terroristas han podido salir de la ciudad en cinco minutos». Son muchos los que no se explican cómo la acción terrorista ha sido tan fácil, precisamente en un día señalado en algunas instancias policiales como de máxima alerta.

 

8.00 – Esa niña rubia muerta
Rescatan el cadáver de una niña rubia, de siete u ocho años, destrozado y cubierto de polvo. Se hace un espeso silencio. El desescombro avanza más rápidamente, gracias a una máquina más poderosa, una ‘Komatsu’ cuya pala recoge dos toneladas y media de residuos en cada movimiento. Otra excavadora menos potente, una ‘Massey Fergusson’, apoya la tarea. Pero hay que actuar con cuidado. Puede haber más gente debajo de los cascotes.

 

11.15 – Arriba, en la cúpula
El director de la Guardia Civil llega a Zaragoza. Tras visitar a los heridos en la Mutua de Accidentes se desplaza a la avenida de Cataluña, donde se queda sobrecogido. Toda Zaragoza sigue a través de la radio los acontecimientos. Son muchos los que atienden a los llamamientos pidiendo sangre para los centros sanitarios. Un microbús militar que traslada a soldados al Hospital Miguel Servet para donar sangre no logra detenerse en un semáforo y colisiona con el ciclomotor de Tomás Lafontana Giménez, que se convierte en la duodécima víctima indirecta del atentado.

 

11.20 – Los teléfonos suenan
El Rey llama al presidente aragonés, Hipólito Gómez de las Roces, y anuncia su intención de viajar a Zaragoza. «Voy a volar hasta ahí. Quiero dar testimonio personal de mi pesar, aunque sea por unos momentos». Desde todos los lugares se sigue el lento pero inexorable aumento del número de víctimas mortales.

12.20 – Nervios entre las ambulancias
Envuelto en mantas emerge entre los cascotes el cuerpo de la pequeña Miriam Barrera. Los nervios empiezan a jugar malas pasadas y surge la confusión de las ambulancias. Las que transportan heridos van a la Mutua de Accidentes. Las de las víctimas mortales se dirigen al Hospital Militar. Para la pequeña Miriam habían solicitado la de la MAZ, pero pronto surge la evidencia de que la pequeña, igual que su hermana gemela, ha fallecido.

 

13.00 horas – La información, a pesar de todo
Llegan periodistas de toda España. Aunque la situación experimenta cambios constantes, se confirma que el coche bomba era un R-18. También hay imprecisiones sobre la cifra de desaparecidos.

 

13.10 – Las inútiles condenas
El Ayuntamiento celebra un Pleno extraordinario y fija tres días de luto. Las Cortes expresan su pesar, igual que los partidos, los sindicatos y todo tipo de organizaciones. La ciudad sigue su actividad normal, aunque en todas partes se comenta lo sucedido. Expresan la impotencia de un pueblo que no entiende las razones de esa ciega violencia. El repartidor de donuts de la avenida de Cataluña relata, entre lágrimas, que ha salvado su vida por parar a tomar un café antes de llevar el encargo a la casa cuartel atacada.

 

15.20 Unidos en la muerte
Aparecen los cadáveres del sargento José Pino y su mujer María del Carmen Fernández. Su hija Silvia también ha fallecido. No cabe mayor desesperación. Cuando sus cadáveres son conducidos a las ambulancias hay lágrimas en muchos ojos.

 

17.00 – El último cadáver
Miles de personas han pasado por el lugar. Algunos recuerdan que allí, en el patio reducido a escombros, se celebraban en el Pilar verbenas a las que invitaban a los zaragozanos. Emerge el último cadáver. Es el de Ángel Alcaraz, cuñado del guardia civil José Barrena y tío de las preciosas gemelas que también han fallecido. Era estudiante de FP y vivía con su parientes.

 

17.15 – El trago amargo
Los ministros Serra y Barrionuevo llegan a la avenida de Cataluña y visitan después a los heridos. Cuando horas más tarde van a acceder al Gobierno Civil se encuentran con un grupo de ultras que les gritan a la cara: «Asesinos».

 

19.00 – Un detenido en Huesca
Un soldado identificado como Óscar Luis B.O. es detenido en Ayerbe. Se le ocupan un cebo activador de explosivos, cartuchos y propaganda de ETA. Poco más tarde, Luis Roldán desmentirá cualquier relación entre la detención y el atentado.

 

20.00 horas – También los artistas
La inauguración de la exposición que conmemora el veinticinco aniversario de la sala de exposiciones ‘Luzán’ de la CAI ha reunido a la flor y nata de los artistas plásticos españoles, y todos se sienten consternados. Entre ellos, el lanzaroteño César Manrique, que recalca: «En momentos así, me avergüenzo de pertenecer al género humano».

La casa cuartel de la avenida Cataluña instantes después del atentado, durante la evacuación de los heridos y la búsqueda de fallecidos.

"Me resigné a morir al ver la bomba"

Pascual Grasa

Guardia civil en la casa cuartel

«Me di cuenta de que era un coche bomba porque salía humo. Intenté detener al que lo dejó (Henri Parot) y como estaba en la parte interior me perdí unos segundos. Fui hacia la avenida de Cataluña para interceptarlo, pero fue imposible porque se produjo la explosión y la onda expansiva me derribó y me llevó como una ola del mar», rememora el guardia civil Pascual Grasa que acababa de entrar de turno para vigilar la casa cuartel con su compañero Jesús Cisneros y sustituyeron a los anteriores, entre los que estaba Antonio Ariza. En apenas un minuto y medio, desde que el terrorista aparcó el Renault 18 cargado con 250 kilos de amonal hasta que explosionó, Pascual Grasa pudo alertar a Jesús Cisneros para que subiera a casa de los expertos en explosivos, los Tedax, por si llegaban a tiempo para desactivarlo. Al que iban a buscar era Juan José Barrera, el padre de las gemelas Esther y Miriam, de 3 años, y cuñado de Pedro Ángel, de 17, que fallecieron en el atentado.

 

Pascual Grasa se dio cuenta de que otro vehículo se acercaba donde estaba el coche bomba y, sin darse cuenta de que era su compañero Antonio Ariza, le gritó: «Vete, vete». El guardia saliente de turno pudo escaparse y la explosión dejó su coche destrozado y a él aturdido, pero sobrevivió, como Jesús Cisneros. «Cuando vi que se trataba de una bomba lo das todo por perdido. Es como un chip y me resigné a morir», confiesa Pascual Grasa.

 

Pasados 30 años, el guardia civil, que pasó tiempo en rehabilitación, agradece a los ciudadanos de Zaragoza y a la Guardia Civil su apoyo. «No se olvidan de la casa cuartel porque impactó mucho», destaca. Y sobre los etarras, ningún perdón porque no se han arrepentido. «En terrorismo, grandes males, leves penas», dice.

"ETA puso féretros blancos para negociar con el Gobierno"

Francisco José Alcaraz

Sus sobrinas de 3 años y su hermano, de 17, fallecieron en el atentado

José Alcaraz recuerda como si fuera hoy el teléfono de la casa cuartel de la avenida de Cataluña a la que estuvo llamando sin cesar esa mañana del 11 de diciembre de 1987 cuando su padre llegó después de trabajar a su casa, en Villadonjimeno (Jaén), y le advirtió del atentado en Zaragoza. «Mis padres estaban muy preocupados tras el atentado de enero en San Juan de los Panetes y tenían mucho miedo. Viví en esa casa cuartel unos pocos meses antes y ellos intentaban convencerme de que me bajara a Jaén. Al final decidí irme para abrir un negocio y mi hermano Ángel, de 17 años, se quedó con mi hermana Rosa y su familia para acabar sus estudios». Así relata Alcaraz el preludio de la masacre que les castigó con la pérdida de las dos gemelas de tres años (Esther y Miriam) y de su hermano Ángel, que lo dieron por adulto pero que era un adolescente.

 

El viaje desde Jaén a Zaragoza con sus padres fue un calvario para José Alcaraz porque se enteró en el bar de una gasolinera donde pararon de que podía haber muerto toda su familia y tuvo que ir callado durante las ocho horas del camino. «Cuando llegué al cuartel, las imágenes eran impactantes y sufrí un shock», apunta. Poco después, en el cuartel del Carmen, un guardia le contó que había perdido a sus sobrinas y hermano. «Rompí a llorar y se lo comuniqué a mi familia. La alegría de que vivían mi hermana y mi cuñado se empañaba con la tristeza, la rabia y el dolor de la muerte de las gemelas y Ángel», agrega. El duelo era interminable. Esas Navidades habían previsto reunirse todos y ETA lo rompió. «El precio que pagó mi familia y el dolor que hemos sufrido no han servido para nada», resume.

 

Pasado el tiempo de los años más duros, Alcaraz reivindicó la justicia y la memoria en varias entidades hasta presidir la Asociación de Víctimas de Terrorismo, desde 2004 a 2008. «El atentado de la casa cuartel de Zaragoza estaba enmarcado en el proceso de negociación con el Gobierno en las conversaciones de Argel. La banda pretendía poner féretros blancos encima de la mesa, como hicieron ‘Pakito’ y ‘Santi Potros’, para que cedieran y lo consiguieron», denuncia Alcaraz. «Mientras se llevaba en un avión los féretros de mi familia desde Zaragoza hasta Granada, otro salía hacia Argel para las negociaciones», concluye. Todo el dolor acumulado contra ETA y contra la actuación de los políticos con las víctimas, no empaña su «profundo agradecimiento» a los aragoneses.

"Estuve en un juicio de los etarras y eran detestables"

Pilar Ballarín

El atentado causó la muerte de su hermano y su sobrina de 6 años

Cuando su hermano José Ballarín estaba en el cuartel de Valdemoro (Madrid), se libró de un atentado en un minibús que les llevaba al trabajo y buscaba un traslado a su Zaragoza natal. Se casó pronto para evitar ir destinado al País Vasco y «su hija Silvia fue muy querida porque tardaron cuatro años en tenerla», recuerda Pilar Ballarín. Apenas llevaban un mes en la casa cuartel y vivían en el último piso, por donde se quebró el edificio con la explosión del coche bomba. «Al caerse el techo, el armario le hizo de puente a mi cuñada y le protegió. Salió con muchas heridas en la cara y estaba toda tapada cuando fui a verla. Ella no sabía aún que había perdido a su marido y a su hija», describe Pilar Ballarín. «Lo perdió todo de la noche a a la mañana. Ha tenido que aprender a vivir sin la familia que formó y tirar hacia adelante. Ha tenido muchos apoyos de sus sobrinas, su hermana, su cuñado y sus primas», reconoce.

 

Pilar Ballarín reclama que el monolito que estaba en la plaza de la Esperanza debía modificarse porque las víctimas querían que incluyera que murieron seis niños (uno de ellos es Ángel Alcaraz, de 17 años) y que la matanza la provocó ETA, que hasta ahora no lo decía. «Esa banda terrorista no ha matado a dos o tres sino a casi mil personas y la gente tiene que saberlo. Durante muchos años ha sido una masacre continua y forma parte de la historia», argumenta. «El monolito es un reconocimiento de la ciudad de Zaragoza a los once muertos y 88 heridos. Había seis niños, que es lo más grande y conmovedor. Ahora estará en un sitio muy bonito, en la plaza, donde juegan los niños», señala.

 

La hermana del guardia civil y tía de la niña de 6 años que fueron asesinados acudió a un juicio en la Audiencia Nacional y pudo comprobar que «los etarras eran unos sinvergüenzas, detestables e indeseables». «Se pusieron a pegar al cristal y el juez les dijo que los expulsaba de la sala. Henri Parot dijo que ni conocía a su hermano y demostró que tenía un corazón de hielo», manifiesta. Pilar Ballarín no ve el final de ETA, porque a pesar de la tregua del 20 de octubre de 2011, «todavía no han entregado todas las armas». «Los odiaré mientras viva. Antes salían mucho en la tele y no cierras la herida si ves otro atentado, acercamiento de presos o manifestaciones masivas», señala. Ella acudió a una protesta en la prisión de Nanclares y se sintió ridiculizada.

"No pudimos hacer triaje. La gente salía despavorida de la casa cuartel"

Armando Cester

Dirigió el dispositivo de Bomberos

Armando Cester escuchó el bombazo mientras dormía. Saltó de la cama, se puso el traje de bombero y a las 6.20 horas llegaba al lugar del atentado. Con 30 años, dirigió el dispositivo de rescate en la casa cuartel de la avenida de Cataluña.

 

«Los quince primeros minutos los dedicamos a apoyar el rescate y poner luz. Veinte minutos después organizamos un puesto sanitario en la zona menos afectada. No podíamos hacer triaje. Todo el mundo estaba saliendo despavorido», relata. La imagen al llegar era abrumadora y se sentía sobrepasado: «Estábamos cerca de Navidad, y eso también tenía su peso».

 

Las dificultades del operativo eran muchas: hacía frío, apenas había luz, todo eran escombros. Pero el principal escollo fue que ni siquiera existía un censo para poder determinar cuánta gente había y si podía quedar alguien con vida. Así que tenían que ir retirando las piedras mano a mano.

 

Cester reconoce que el momento en el que apareció el cadáver de una niña rubia fue desesperante, pero no podían pararse en «sentimentalismos». Solo cuando acaba la emergencia y hablando con los compañeros intentan limitar, al menos en parte, el impacto psicológico de estos sucesos.

 

Casi 250 bomberos trabajaron en las labores de rescate. Tras recibir las primeras llamadas de auxilio a las 6.15 horas, se desplazaron 84. Media hora después eran 244. No había diseñado ningún plan especial de actuación, pero el dispositivo funcionó, según Cester, a pesar de desajustes en el triaje y en la distribución de los heridos en los hospitales. El último cadáver se recuperó a las 17.00 horas.

"Son culpables de hacernos vivir con un atentado que se nos quedó grabado"

Reyes Bernadaus

Vivía en Marqués de la Cadena, 1. Tenía 13 años

Reyes Bernadaus, en la terraza que antaño estaba ubicada frente a la fábrica de aceites y la casa cuartel.

«Abrí los ojos y podía ver a los vecinos desde mi cama. No había persiana, ni ventana, ni puerta. Corrí al cuarto de mi madre y, con mi hermano, salimos del piso mientras se iba cayendo el techo. Estábamos descalzos caminando sobre cristales. Solo al llegar a la calle, en pijama, sentimos los cortes». Aunque apenas tenía trece años el 11 de diciembre de 1987, Reyes Bernadaus recuerda al detalle todo lo que ocurrió el día del atentado. Su vivienda estaba situada frente a la casa cuartel de la avenida de Cataluña y sufrió con virulencia las consecuencias de la explosión.

 

No escucharon la bomba. De hecho, al principio pensaron que había explotado una bombona de butano. Les despertó el resplandor y, en el caso de la madre de Reyes, el ruido de una persiana que pasó volando junto a su cabeza al abrir los ojos.

 

Ya en la calle, al mirar hacia la casa cuartel, donde el humo solo dejaba vislumbrar un profundo surco, imaginaron lo que realmente había pasado. En aquellos primeros momentos reinaba un denso silencio, con decenas de personas en estado de shock. «Recuerdo el lamento de mi madre, que no dejaba de repetir: ‘mi casa», relata Bernadaus. Deambulaban por la calle los heridos, gente que lo había perdido todo, que buscaba a sus seres queridos.

 

Pero pronto llegaron el caos y la desesperación. En la casa cuartel vivían 40 familias, unas 180 personas, y 40 estudiantes hijos de guardias civiles procedentes de diferentes puntos del país. El coche bomba había dejado un boquete de más de diez metros y había causado graves daños en tres plantas del acuartelamiento. La onda expansiva se dejó sentir en un radio de 200 metros rompiendo cristales y techos de varios edificios, entre ellos, el ubicado en Marqués de la Cadena 1 (ahora 52) donde residían los Bernadaus.

 

Los niños de este bloque fueron conducidos a casas de familiares y conocidos, desde las que seguían con atención todo lo que ocurría en La Jota. Lo prioritario para muchos de ellos era comunicar a los suyos que, a pesar del atentado, seguían vivos. Estaban sumidos en una profunda tristeza. Los residentes de la casa cuartel estaban muy integrados en el barrio. Muchos de ellos compraban en su economato y, durante las fiestas del Pilar, disfrutaban en el acuartelamiento de las verbenas. De ahí que la conmoción entre los vecinos fuera aún mayor.

 

Graves daños en las viviendas

 

Unos quince días tardó la familia Bernadaus en poder volver a su casa. «El Ayuntamiento se volcó a la hora de ayudarnos y, cuando tuvimos puertas y ventanas, decidimos regresar». Llegaba Navidad y querían estar juntos. Hasta entonces, Reyes se quedó con unos familiares, mientras sus padres pasaron varias noches en uno de los hoteles que ‘acogieron’ a los afectados. En el Avenida se alojaron 37 personas que vivían en la casa cuartel que sufrió el ataque y que, días después del atentado, manifestaban su reticencia a regresar a sus viviendas.

 

En total, unas 140 familias del barrio de La Jota sufrieron daños de envergadura en sus viviendas, que se cuantificaron en «cientos de millones de pesetas», según informó HERALDO entonces.

 

Cuando los Bernadaus volvieron a casa, les esperaba una mala noticia más. «Descubrieron una grieta en la terraza. Nos dijeron que la fábrica de aceite situada entre nuestro edificio y la casa cuartel había limitado el impacto. De no haber estado allí, las consecuencias habrían sido aún peores». Aunque la reparación material fue rápida, el Ayuntamiento de Zaragoza contrató cuatro empresas para arreglar los desperfectos, la herida emocional que dejó el atentado en los afectados nunca ha llegado a sanar. «El valor sentimental es irreparable. Te han destrozado tu casa y, conocieras más o menos a las víctimas (ellos tenían relación con un tío de las gemelas Barrera, que fallecieron), te duele. Tan culpables son de matar como de hacernos vivir con un atentado que se te queda grabado de por vida», denuncia. En su caso, hizo que siempre haya tenido una empatía especial con las víctimas: «Era como si te lo hubieran hecho a ti».

 

Tras los sobresaltos iniciales que cualquier ruido fuera de lugar le causaban y las pesadillas, surgieron la rabia y una sensación de desconfianza que aún ahora, treinta años después, se mantiene. «Soy un poco desconfiada respecto al fin de ETA. No creo que los asesinos tengan que vivir a cuerpo de rey en una prisión», dice. A estas alturas, ni siquiera le serviría que los terroristas se arrepintieran, algo que no han hecho. Y es tajante: «En algunos momentos he echado de menos que pidieran perdón, pero ya no es suficiente».

"Los zaragozanos traían al hotel ropa y juguetes para los afectados"

Jesús Hernández

Exgerente del Hotel Avenida
Afectados por el atentado en el Hotel Avenida

Afectados por el atentado, en uno de los salones del Hotel Avenida.

Unas horas después del atentado en la casa cuartel de la avenida de Cataluña, desde el Ayuntamiento de Zaragoza se pusieron en contacto con el hotel Avenida para saber si podían enviar allí a las familias afectadas. Según relató HERALDO DE ARAGÓN entonces, llegaban al establecimiento sin nada, hasta el punto de que un recepcionista le tuvo que prestar dinero a uno de ellos para pagar el taxi. Lo peor era el estado en el que se encontraban. «Entraban traumatizados, aturdidos. Algunos habían perdido a sus seres queridos. Estaban, pero sin saber dónde estaban», recuerda Jesús Hernández, que en aquellos momentos era el gerente.

 

En ningún momento pusieron reparos a la petición del Ayuntamiento. Tenían la infraestructura necesaria para poder afrontar aquella situación de urgencia y toda la plantilla, integrada por una veintena de personas, «se desvivía por apoyarles y ofrecerles el mejor servicio posible».

 

Unas cuarenta personas se alojaron en el Avenida desde el 11 de diciembre hasta que pudieron trasladarse a casas de familiares o a los alojamientos alternativos que dispuso para ellos la Guardia Civil. Los últimos se fueron a mediados de enero. Los mandos les visitaban con frecuencia e intentaban buscar soluciones pues «vivir en un hotel no era lo mejor para familias con niños».

 

Lo más importante de su estancia fueron, sin duda, las muestras de solidaridad de los zaragozanos. Decenas de personas, al enterarse de que las familias se alojaban allí, les llevaban ropa y juguetes para los niños. Algunas les ofrecían incluso sus propias casas. «Pero ellos querían estar todos juntos», recuerda el exgerente.

 

Lucía Ruiz, que vivía con sus padres en la casa cuartel y se alojó en el Avenida, explicaba hace unos años en HERALDO que el domingo 13 de diciembre, tras la manifestación, abrieron El Corte Inglés para que las familias afectadas por el atentado pudieran comprar ropa y a ella, al ser su cumpleaños, le regalaron una máquina para hacer algodón de azúcar que todavía conserva.

 

Los días iban pasando en el hotel y, al llegar la Navidad, se vivió en el Avenida un momento muy emotivo para Jesús Hernández: «Siempre celebrábamos la Navidad con nuestras familias en el hotel y aquel año pasamos la noche con los de la casa cuartel, en torno a una mesa muy grande en la que llegamos a entonar villancicos y hasta el himno de la Guardia Civil».

 

Apoyo de los vecinos La Jota

 

La misma solidaridad que mostraron decenas de zaragozanos con los afectados que se alojaban en el hotel Avenida caracterizó a los vecinos de La Jota, que acudieron a las inmediaciones de la casa cuartel en cuanto conocieron la noticia. Entre ellos estaba Demetrio Maroto, de la asociación vecinal, que explica que a las 10.00 horas del fatídico 11 de diciembre de 1987 medio barrio estaba en la avenida de Cataluña. «No nos dejaban ayudar porque había riesgo de hundimiento», explica, pero seguían el rescate «estupefactos, indignados, espantados». Varias víctimas compartían colegio con sus hijos.

Bando publicado por el Ayuntamiento de Zaragoza en HERALDO DE ARAGÓN

Bando publicado por el Ayuntamiento de Zaragoza en HERALDO DE ARAGÓN.

"Los clientes se ponían ellos mismos los cristales. Querían volver a casa"

Alicia Belenguer

Propietaria de Cristalería La Jota

Alicia Belenguer, en el interior del actual local de la Cristalería La Jota.

Alicia Belenguer y su padre, propietarios de la Cristalería La Jota, vivían en Torrero y se enteraron del atentado contra la casa cuartel, junto a su negocio, a las 8.00 horas, al sonar el radio-despertador.

 

Subieron a la furgoneta y, conforme se acercaban a la casa cuartel, empezaron a comprobar los efectos de la onda expansiva. Era una antesala de lo que se iban a encontrar en su negocio: cristales rotos por el suelo, sin escaparate, el letrero de la puerta al fondo de la tienda. «Si estoy aquí no lo cuento», dice.

 

El 11 de diciembre de 1987 fue un día muy largo para ellos. A través de la persiana se oían los comentarios de quienes pasaban por la calle. Así escuchó estremecida a una niña que le decía a su madre: «Silvia está muerta. Su habitación ha desaparecido». Lo sabía bien, pues era su amiga y la tarde anterior había estado con ella en la casa cuartel. A las diez de la noche, cuando salió de la tienda, reparó en el amasijo de hierros.

 

Fueron días de muchísimo trabajo en la tienda, que estaba ubicada en la calle José Oto. Belenguer explica que «los clientes se llevaban los cristales y se los instalaban ellos mismos. Solo querían regresar a sus casas cuanto antes». Y atenderles era la prioridad, así que la reparación de su negocio se dejó para más tarde. Acreditaron todos los daños que sufrió la cristalería aunque las ayudas que recibieron apenas cubrieron la mitad de lo que se gastaron. Nunca ha olvidado un atentado que le «marcó para siempre» y tiene «grabado a fuego». 

El rey Juan Carlos I se reunió en Zaragoza con el entonces ministro del Interior, José Barrionuevo, el ministro de Defensa, Narcís Serra, el director general de la Guardia Civil, Luis Roldán, el presidente de la DGA, Hipólito Gómez de las Roces, y el alcalde de Zaragoza, Antonio González Triviño, entre otras autoridades.

El télex del atentado llegó esa tarde

Cuando Francisco José Alcaraz fue nombrado presidente y portavoz de la Asociación de Víctimas de Terrorismo (AVT), entre 2004 y 2008, se empeñó en descubrir documentos relacionados con el atentado de la casa cuartel de la avenida de Cataluña. Y lo consiguió, porque en la Comisaría General de Información había un informe de seis folios relacionado con la detención del etarra Francisco Javier Lerchundi, detenido en Cuenca por la Policía Nacional dos semanas antes de la masacre de Zaragoza y quien advirtió que la casa cuartel de la Guardia Civil, sita en el barrio de La Jota, era un objetivo de atentado y «hasta facilitó los coches que se iban a utilizar», destaca José Alcaraz. El etarra también mencionó otros lugares de riesgo, como la cafetería Savoy, situada en el Coso, que hoy ocupa un banco, y las viviendas militares del paseo de María Agustín.

 

Tan solo unas horas después, a las 14.40 del mismo viernes 11 de diciembre de 1987, llegó un télex urgente desde la Comisaría General de Información a la Jefatura Superior de Policía de Zaragoza que decía: «Ante la posibilidad de atentados por la banda armada ETA, deberán adoptarse las medidas de autoprotección y de seguridad en transportes colectivos, edificios públicos o establecimientos que por sus circunstancias tengan un especial interés económico o social». Mientras esta alerta del atentado en Zaragoza era genérica (de las que entonces eran frecuentes en esos años del plomo), el informe remitido al Gobierno Civil esa misma tarde fue mucho más preciso. Llegó a las cinco de la tarde de ese día negro y gélido de diciembre. La detención de Lerchundi se había producido en Cuenca gracias a la información obtenida en colaboración con una casa de citas donde él había acudido, desvelan fuentes de Información.

 

Piso franco en Las Fuentes

 

El informe de esa época, al que ha tenido acceso HERALDO, detalla que el etarra era de un comando de información que residió en un piso franco en la calle Monasterio de Poblet, en Las Fuentes, en 1985 y 1986. Era de una mujer residente en San Sebastián, cuya hija estaba vinculada a ETA, y también acogió a Henri Parot y Jacques Esnal mientras preparaban el atentado y detallaban los horarios, los turnos, el lugar del coche bomba y los itinerarios de retirada. Este barrio fue muy frecuentado por los etarras en su paso por Aragón, porque una célula de información estuvo ocho meses en la calle Doctor Iranzo, en el año 2000, cuando prepararon los atentados contra José Atarés y Santiago Lanzuela, que no pudieron cometer, y contra Manuel Giménez Abad, que perpetraron el 6 de mayo de 2001.

 

En su declaración ante la Guardia Civil en abril de 1990, Henri Parot reconoció que les encargó el atentado Francisco Múgica Garmendia y que les facilitó la dirección de la casa cuartel en un encuentro en Bidart (Francia) para cometer una «acción fuerte» porque se registraron «algunas bajas (acciones fallidas)» en el País Vasco. Recogieron el Renault 18 y el Peugeot 205 en un polígono industrial de Zaragoza y montaron el coche bomba con 250 kilos de amonal donde estaban los zulos en el parque de Macanaz, al lado del Ebro, que hallaron con un croquis. Eran las 20.00 de la víspera del 11 de diciembre de 1987. Metieron el explosivo y durmieron allí. A las 6.10 colocaron el coche bomba y huyeron por la autopista hacia Barcelona.

Tensión y emoción en los funerales

El arzobispo de Zaragoza, monseñor Elías Yanes, concelebró el 12 de diciembre de 1987, con más de 30 sacerdotes, la misa funeral por las once víctimas mortales del atentado contra la casa cuartel de avenida de Cataluña. Miles de personas acudieron al Pilar, donde se vivieron momentos de dolor y tensión. Los familiares de los fallecidos siguieron con difícil entereza el funeral. Los pequeños ataúdes blancos de Esther y Miriam Barrera fueron portados por adolescentes hijos de compañeros del sargento Barrera. Los aplausos otorgados a los once féretros cuando salían de la basílica se tornaron en abucheos, pitidos e insultos cuando aparecieron los ministros del Interior y de Defensa, José Barrionuevo y Narcís Serra.

Funeral celebrado en la Basílica del Pilar por las víctimas del atentado.

Masiva manifestación en apoyo a las víctimas

Más de 200.000 zaragozanos salieron a la calle para condenar el atentado de ETA contra la casa cuartel y apoyar a las víctimas de la barbarie terrorista. Las principales autoridades aragonesas y compañeros de colegio de las niñas asesinadas encabezaban la manifestación portando una pancarta en la que se podía leer: “Zaragoza, por la paz contra el terrorismo”. A la concentración no asistieron representantes del Gobierno central. “El dolor y la indignación iban de la mano en el corazón del silencio de los manifestantes que apenas podían comprender que no se hubiesen tomado las medidas de seguridad que reclamaban a un tiempo el sentido común y los avisos recibidos del Comisario General de Información”, rezaba el editorial de HERALDO DE ARAGÓN del 14 de diciembre de 1987.

Multitudinaria manifestación por las calles de Zaragoza en repulsa al atentado cometido por ETA contra la casa cuartel de la avenida de Cataluña.

Un 1987 fatídico

A principios de ese mismo año, el 30 de enero, un autobús con personal de la Academia General Militar de Zaragoza fue alcanzado por la explosión de un coche bomba colocado junto a la iglesia de San Juan de los Panetes. Fallecieron el conductor del vehículo, Ángel José Ramos, y un comandante de Ingenieros, Manuel Rivera. Más de 40 personas resultaron heridas.

 

ETA volvió a atentar, esta vez contra objetivos civiles, en el centro comercial Hipercor de Barcelona el 19 de junio. El ataque se cobró un total de 21 fallecidos, de los que cuatro eran niños.

 

Fue un año trágico en Zaragoza y Barcelona, pero también en el País Vasco, Madrid y Navarra. En muchos de los asesinatos cometidos se utilizó un coche bomba, haciendo que el número de personas alcanzadas fuera mayor y dejando un total de 41 víctimas mortales y decenas de heridos.

16 víctimas mortales y más de un centenar de heridos en Aragón

En la Comunidad aragonesa ETA cometió un total de cuatro atentados mortales. A los dos acaecidos en 1987 se suman el atentado contra dos guardias civiles en Sallent de Gállego, y el asesinato en Zaragoza de Manuel Giménez Abad, presidente del PP en Aragón en aquel momento.

 

Los otros dos ataques sin víctimas mortales pero con heridos de diversa consideración ocurrieron el 10 de abril de 1989 y el 21 de junio de 2002. En el primer caso, ETA envió dos cartas bomba a sendos militares del Ejército de Jaca. Uno de los paquetes estalló y resultó herido el oficial Joaquín Bordonaba. En el segundo ataque, los terroristas hicieron explotar una bomba en el aparcamiento del centro comercial El Corte Inglés del paseo de Sagasta (Zaragoza), causando tres heridos.

 

La banda terrorista atentó contra objetivos muy distintos en Aragón. El primer ataque ocurrió el 25 de junio de 1979 contra el santuario del Opus Dei en Torreciudad. A lo largo de los años, ETA atentó, sin causar daños personales, diversos tramos de vías férreas, el oleoducto Rota-Zaragoza, estaciones y torres eléctricas, así como varios supermercados.

Víctimas mortales de ETA en Aragón

‘Pakito’, el etarra que ordenó la masacre de Zaragoza, saldrá de prisión en 2021

El 11 de diciembre de 2017 se cumplió el 30 aniversario del atentado de la casa cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza. Cabe recordar la próxima salida de prisión en 2021 y 2030, respectivamente, de dos de los terroristas que participaron en la peor masacre de los años de plomo de ETA en la capital aragonesa: Francisco Múgica Garmendia, alias Pakito, de 66 años, y Henri Parot, de 59 años.

 

Asimismo, el inductor del atentado de la casa cuartel, el exparlamentario vasco Antonio Urruticoechea, alias Josu Ternera, que fue procesado por su participación y citado para declarar el 7 de noviembre de 2002 en el Tribunal Supremo, fue detenido el 16 de mayo de 2019 en los Alpes franceses, lugar donde residía. Fue el negociador de la tregua de ETA con el Gobierno y aunque los servicios secretos lo han localizado en varios países europeos, no lo han detenido. La Unidad Central Especial 1 de la Guardia Civil mantiene abierta la investigación y no desfallece en llevarlo a declarar por el atentado de la casa cuartel para cumplir la orden internacional de detención.

 

‘Pakito’ era miembro de la dirección de la banda, el colectivo Artapalo, cuando se reunió en Hernani con Henri Parot para facilitarle información sobre el atentado de Zaragoza así como los dos vehículos en los que se trasladaron. Garmendia, considerado el ‘número uno’ de la banda terrorista hasta su detención en Bidart, en 1992, fue condenado en Francia a 10 años de cárcel por asociación de malhechores y tenencia ilícita de armas. Tras cumplir pena fue extraditado a España en 2002 y lo juzgó la Audiencia Nacional junto a José María Arregui Erostarbe, ‘Fitipaldi’, de 71 años (actualmente, preso en Villena, Alicante, y su salida será el 15 de abril de 2028), a los que condenaron a 2.354 años de prisión por 11 delitos de asesinato y otros 88 en frustración.

 

Francisco Múgica lleva desde 2009 en la prisión de Zuera, después de que la banda terrorista lo expulsara en 2005 por haber reconocido que la lucha armada no servía para nada. Su posición le facilitó el traslado a Zaragoza cuando se utilizó como el paso previo a entrar en la Vía Nanclares. Entre los funcionarios del centro penitenciario lo califican como un «gentleman» por sus maneras de actuar en el modulo cómodo, el 7, para los presos de segundo grado. «Está solo en su celda y en ese módulo hay otro etarra de los nueve que hay en Zuera, Kepa Leguina Aurre», precisan fuentes penitenciarias. ‘Pakito’ no ha dado problemas a la dirección de Zuera en los ocho años que ha cumplido. El preso optó por no hacer declaraciones sobre el atentado de la casa cuartel ni responder a una carta remitida por este diario.

 

El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero decidió su traslado desde la prisión de Puerto II, en Cádiz, y el ejecutivo del PP de Mariano Rajoy no lo ha movido. «Si no se hubiera portado bien en Zuera lo habrían cambiado hacia el sur como a Santiago Arrospide, ‘Santi Potros’. Pero tampoco aceptó entrar en la Vía Nanclares como hicieron los etarras José Luis Urrusolo Sistiaga y Carmen Guisasola, que estuvieron en Zuera, fueron trasladados en 2010 a Nanclares de Oca y están libres desde 2016″, señalaron las mismas fuentes.

 

El ‘comando argelino’

 

Por su parte, Henri Parot, el etarra que colocó el coche bomba, junto a su hermano Jean Parot, Jacques Esnal y Frederic Haramboure, que le esperaban en otro vehículo, cumple la pena en la prisión de Puerto III (Cádiz) y a pesar de tener una condena total de 4.800 años por 80 asesinatos en los atentados que cometió de 1978 a 1990, su salida está prevista para el 9 de mayo de 2030.

 

Parot era integrante del ‘comando Argala’, o itinerante, hasta su detención en Sevilla el 2 de abril de 1990 en un control de la Guardia Civil de Tráfico cuando llevaba un coche bomba con 320 kilos de amonal para un atentado en la Jefatura Superior de Policía de la capital hispalense. Cuando las Fuerzas de Seguridad del Estado se desgañitaban a desmontar ese grupo les llegó una información que los bautizaba como el ‘’comando argelino’, porque los hermanos Parot habían nacido en Argelia. Esta célula fue secreta para sus compañeros. Jean Parot, Jacques Esnal y Frederic Haramboure cumplen la pena de cadena perpetua en cárceles francesas desde 1990 y les han denegado la libertad pese a sobrepasar el «período de seguridad».

 

La derogación de la aplicación con carácter retroactivo de la doctrina que tiene su nombre (Parot), al llevar ETA al Tribunal de Estrasburgo su recurso contra la sentencia del Supremo, sacó a la calle 78 presos en 2014 de los cuales 54 eran de ETA. El Tribunal Supremo había establecido en 2006 la prolongación del encarcelamiento de autores de delitos graves al aplicarle los beneficios sobre el total de sus condenas y no sobre el tiempo máximo de cumplimiento.

30 años después del atentado

Depresión, estrés postraumático y ansiedad son trastornos comunes en decenas de víctimas directas e indirectas de los atentados terroristas. Aunque la atención en los últimos años está perfectamente regulada, hace tres décadas, cuando se produjo el atentado contra la casa cuartel de la avenida de Cataluña, la situación era muy diferente. De ahí que algunos de los que lo sufrieron lleven años arrastrando las secuelas. Varios de ellos no fueron reconocidos como víctimas del terrorismo hasta 2005 y 2011.

 

Natalia Moreno, gerente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, psicóloga y coordinadora del Departamento Psicosocial, insiste en la importancia de prestar una asistencia a medio y largo plazo. El apoyo va desde el ámbito social, con asesoramiento administrativo sobre las indemnizaciones, a programas laborales y de formación.

 

Pero la ayuda principal que requieren en la mayoría de los casos son tratamientos psicopatológicos. «Son frecuentes las reexperimentaciones, pesadillas, imágenes intrusivas. Evitan hablar del hecho y, aunque eso les protege a corto plazo, a medio y largo se cronifica», explica Moreno. Son muchos los que, además, sufren hiperactividad, les cuesta concentrarse, tienen problemas de sueño, cualquier ruido les perturba, o manifiestan conductas de hipervigilancia. También es frecuente encontrar casos de depresión, con «lloros, pérdida de la ilusión, del apetito y preocupación constante».

La carencia de un servicio psicológico de apoyo a las víctimas hace tres décadas acarrea consecuencias y hay muchos que siguen sin estar bien, lo que queda patente, según Moreno, «cuando quieren dejar constancia de sus testimonios». Es lo que hizo José María Pino, que perdió a sus padres, José y María del Carmen, y a su hermana Silvia en el atentado, y explicó años después en un vídeo de la AVT que de la «rabia y la impotencia» inicial pasó a una sensación de miedo que aún ahora persiste. Tenía trece años en el momento del ataque contra la casa cuartel e ingresó, junto a su hermano, en un orfanato de la Guardia Civil en Madrid. Llegó a ser agente, como siempre había querido, pero tuvo que dejarlo y solicitar a la asociación atención psicológica para «aprender a vivir» más de 25 años después de un atentado en el que pasó de «tenerlo todo a quedarme sin nada en un segundo».

La transformación urbanística del barrio de La Jota

Una semana después del atentado, el entonces alcalde de Zaragoza, Antonio González Triviño, anunció su decisión de derruir la casa cuartel y crear en ese espacio un parque que acogiera, a su vez, un monumento en recuerdo de las víctimas. La inauguración del Parque de la Esperanza el 21 de mayo de 1992 marcó la transformación urbanística del barrio de La Jota con un espacio donde los juegos y las risas de los niños se imponen ahora a la desolación que hace 30 años marcó uno de los días más tristes de la ciudad.

 

Pero los cambios empezaron unos años antes, el 7 de octubre de 1989, con la inauguración del Puente de la Unión, 331 metros de pasarela que completaron el segundo cinturón viario de Zaragoza y unieron los barrios de La Jota y Las Fuentes. Desaparecieron los campos en Marqués de la Cadena junto a los que aparcaban los vecinos y las nuevas promociones inmobiliarias fueron dibujando el perfil actual de Marqués de la Cadena y la avenida de Cataluña, dos de las arterias principales de la ciudad.

Textos: Ramón J. Campo y Mónica Fuentes
Edición: Silvia Berdejo
Infografía: Víctor Meneses
Vídeo: HTV, AVT y Archivo de RTVE
Fotografías: Archivo Heraldo y Aránzazu Navarro
Documentación: Mapi Rodríguez y Elena de la Riva
Diseño y programación: R. Torres